jueves, 28 de abril de 2011

Malabarismos del tedio: nostalgia de lo no vivido

A veces, cuando no comprendemos las letras y menos las ideas, obedecemos a lo fácil y pensamos, procuramos pensar, que la literatura es un velero que no nos dirige a ningún lugar. Mas cuando percibimos los signos del llamado al viajero, adivinamos que el navío previamente disminuido es en realidad un buque de alto calado. Vemos su inmensa quilla desde el fondo, desde el relleno sólido que nos presta, provisionalmente, nuestra orilla. Luego proseguimos a abordarlo, llevados por el entusiasmo, a laborar como estibadores sin ficha, a zarpar vacilando entre sendas proa y popa, midiendo las hondonadas con cordeles de pescador de sirenas, allanando los precipicios ignotos con bancos de arena, contemplando los horizontes como si fuesen réplicas del finis terrae, los opúsculos de un hacedor de paraísos, purgatorios, infiernos y limbos “plagiados”. Porque el pretender recrear el mundo nos ocasiona la inquietante e incierta noción de que estamos persiguiendo estelas, ondas venidas de lejos, rutas previamente navegadas.

Por eso, el refugio del escritor maduro es el pasado, el que menos le recuerda la futilidad de pretender el futuro. Porque es por tales esos lados donde puede aún adentrarse al mare magnum; donde aún puede explorar y, como yo interpreto quiso decir Ciorán, aferrarse “al incontenible presente y al poco fiable pasado”. Preferible ha de ser entonces también para nosotros, a los que nos placen los diarios de viaje, conversar con un monje que dicta su propio epitafio, corresponder epístolas estoicas a un sevillano romano, vislumbrar junto a un pintor de ruinas las civilizaciones rendidas, descifrar los versos del más visionario de los lusitanos, el que conoció el mundo sin nunca haber zarpado de su orilla; en fin, donde podemos exaltarnos con el elogio a la locura humanista, para no sucumbir a la bipolaridad de la calistenia con antidepresivos del elogio a la normalidad posmoderna.

Marco Antonio Escalante parece no haber conocido la infancia, ni la juventud literaria. Su primer viaje es la de un marino que intuye los rumbos y, con antiguos instrumentos de marear, a medida que se guía a sí mismo, también a nosotros nos guía para que sigamos emulando a los clásicos. Nos presta Malabarismos del tedio, su libro de bitácora, la obra de un contumaz neoclásico.


Años de formación
 
En Malabarismos del tedio, obra inédita de Marco Antonio Escalante, no obstante temporalmente inmersa en la era transliteraria (1998–Presente) nos encontramos con el brumoso, adagio y gris oficio de un escritor que pareciera estar viviendo en una ermita de la era proto-literaria (Gilgamesh, circa 2000 a.c.–Utopía, 1516); un malabarista que sospecha, ojalá erróneamente, que su obra permanecerá oculta entre los anaqueles de sus pocos amigos; un malabarista que –como buen discípulo de Borges– parece no leer escritor que no haya cumplido por lo menos cincuenta años y hace homenaje a los escritores y artistas de antaño.

Además que el pasado ha sido también más justo con los escritores. Pensar que en la era literaria (Lazarillo de Tormes, 1554–Lolita, 1955), la condición sine qua non de toda obra era la mera circunstancia de haberse escrito con el consabido entendimiento, de parte del escritor y editor, de que sería leída por lo menos en un futuro muy próximo. Esta saludable esperanza de vida de la palabra escrita, sin duda, se debía a que la lectura era uno de los pocos entretenimientos y fuentes de información; después, también debido al surgimiento del periodismo; el cual aun incipiente, especialmente en la Inglaterra del siglo XVIII, contribuyó directamente a la popularidad de la lectura como buen hábito e indirectamente a la literatura (a saber, los periodistas Daniel Defoe y Jonathan Swift, luego escritores muy prolíferos). Esta muy efectiva condición le prestaba inmediatez, celeridad, vitalidad, prestancia y, por qué no, “democracia” a la palabra escrita. Los escritores eran mundanos oráculos de su tiempo.

Las circunstancias cambian en la era intraliteraria (1957–1998). La era cuando las letras compiten con la radio, el cine y la televisión, también coincide con el surgimiento del imperio angloamericano y con las postreras y postradas revoluciones. Por otra veta, incluso destella y concluye la edad de plata de las letras latinoamericanas, la época de los escritores sufridos, los sortilegios de hambre, de experimentaciones, imprecaciones y confabulaciones metaliterarias. En fin, esta es la era en que se forma Marco Antonio Escalante en su Perú natal como ser propio y a la vez ajeno; como ser pensante y rampante, como ser que responde a los llamados de su constitución y circunstancia. La era y la hora de la anunciación. Mas luego desiste y trajina por los derroteros de su breve entrega, por los arriesgados vínculos políticos, hasta que, al término de su juventud, finalmente “muere virtualmente” en el exilio, asediado el pensamiento, el espíritu y el corazón (el de carne como el de alma): la hora de la renunciación. Renuncia al compromiso con el materialismo y reinicia el noviazgo con el idealismo.


Contenido y forma
 A primera vista, “malabarismos del tedio” es, como lo leería un lector desapercibido, solamente otro título ingenioso. Mas al hacer pausa y pensarlo detenidamente, se daría cuenta que la frase es un bien equilibrado y muy útil oxímoron: malabarismo (juego) ante el tedio (aburrimiento).


El tedio Los temas recurrentes en los escritos de Escalante (lo cotidiano/trascendental, el goce, la belleza, el devenir y erosión del tiempo, los paraísos perdidos, la ilusión/desilusión de lo vivido y percibido, el desamor, la resignación, el hastío), cuestionan la existencia, el propósito mismo de vivir. Ante este legado de pesimismo que aturde a todo ser pensante, sólo la contemplación estética le procura una experiencia sumamente humana, una metafísica personal e íntima. Sin embargo, el acto mismo de ser contemplativo le produce vértigo, estado de ánimo que se manifiesta con un tono nocturno y melancólico. ¿De por qué el vértigo? Porque el quehacer mismo del escritor es el velamen de la acedia, pecado capital, memento mori en que el silencio le permite auscultar su débil y deplorable corazón. Porque el hombre es débil y deplorable. Porque el hombre es un peón, una pieza con la cual Dios juega un solitario y tedioso partido de ajedrez.

Los malabarismos Vale recordar que el malabarismo es un arte en sí. Las habilidades del malabarista son admirables justamente porque exigen mucha práctica, concentración y el ambidextro manejo de objetos que muchas veces no son aptos para el juego. De nuevo, sólo cuando nos internamos en los significados ocultos en la facilidad de lo común o popular advertimos de que no se trata de algo pueril. Lo lúdico, como se le llama en el argot literario, es el juego con que se entretiene el ingenio humano. Pero al tildarlo de malabarismo, Escalante introduce un elemento aparentemente impredecible, accidental, improvisado, compulsivo, intransigente; introduce curiosamente la fórmula con que un escritor, un poeta, puede facturar no sólo su obra sino también su vida. El malabarismo es tanto la forma (no obstante la organización, los temas se nos presentan como en rayuela cortaziana) en que Escalante estructura sus ideas, nociones y hasta su libro, como también la manera en que confronta el tedio. Esto último, que suena obvio porque toda persona cabal se pone a jugar para entretenerse, una vez nos internamos en los breves textos que discurren de estética, literatura, pintura, religión, vidas paralelas y otros temas de la experiencia humana, nos damos cuenta de la objetividad de estos malabarismos, de la necesidad del juego (se me antoja decir del juglar). Y apunto a la objetividad porque procuro explicarme algo que no suele advertirse en muchos escritos que son de carácter lírico, subjetivo, sino es por medio de la abstracción. Para ello tengo que acudir a otros saberes.

La objetividad subjetiva

Por incongruente que parezca ante la realidad, la obra de arte es objetiva en el sentido que manifiesta una visión o concepción que es muy real al artista y también por su valor intrínseco como la representación de la belleza. (Con respecto a lo intrínseco, como lo expuso Jorge Santayana, las obras de arte son bellas porque lo bello es una cualidad en sí, de la misma manera que en un acto de bondad, lo bueno es una cualidad en sí.) La validez de lo subjetivo, que es premisa de la fenomenología y la psicología existencialista, pasa desapercibida si sólo nos atenemos a las observaciones científicas o estrictamente objetivas. Pero a nuestro escritor, por ejemplo, le es tan o más real la emoción evocada por el recuerdo recurrente de una catedral (“La antigua catedral de Illanlla”) que el deseo que le pudo haber tenido a una mujer. Esto que puede parecer irrisorio a la persona consuetudinaria, ha sido tema de persistente correspondencia a través de los tiempos. El idealismo heleno, con la teoría de los arquetipos, quizá la más abundante fuente del saber occidental, establece las pautas para consolidar lo que ahora conocemos como estética. Pero es con el romano Plotino (205-70 d.c.), en la escuela neoplatónica que fundó en Alejandría, que el arte se eleva a la altura de la filosofía. Según Plotino, el arte revela la esencia oculta de los objetos. La experiencia estética es un momento místico en el cual el yo se interna en el objeto de contemplación y se amalgama con el mundo de las formas, alcanzando así la unión con el Uno: lo divino. (Este es un sinopsis temático de Muerte en Venecia de Thomas Mann). A las personas que han sido adiestradas solamente por el empirismo, la impresión estética es un sorteo, un sortilegio, una entelequia; pero a los que damos cabida a lo metafísico se nos presenta como la objetividad de lo subjetivo.

Cortázar es el maestro de la objetividad de lo subjetivo. Basta con recordar en el cuento Final del juego (escojo este cuento para también procurar lo lúdico) la instancia desoladora que las niñas viven cuando al final no ven al niño a quien siempre le posaban como estatuas, vestidas con sus vistosos atuendos, cada vez que el tren pasaba. El pesar de las niñas, momento en que la vivencia rebasa el juego, la desilusión final, es viva emoción de Cortázar el escritor, la cual luego se interna y hace nido en el lector. Ahora el lector, siempre que recuerda esa imagen literaria, siente pesar, pero pesar por las niñas; porque Cortázar les ha dado vida a los personajes y el lector las ha “visto” vivir y ha presenciado el sufrir de una desilusión. La imagen del asiento vacío del tren y las niñas que ya no posan como estatuas se convierten en una instancia real y viva de la experiencia humana: la muerte del amor.

Si las obras de arte son más objetivas en auscultar y comprender los aspectos inmensurables del ser humano, dichas impresiones delatan nostalgia (arquetipos). De manera que cavando más a fondo en los Malabarismos del tedio, lo que se asoma es nostalgia por lo no vivido. Cuestión que me lleva inevitablemente a generalizar el hecho de que los malabarismos en la vida real del poeta son también objetivos. La vacilación, la duplicidad, intransigencia y la ensimismada vida del poeta son tan reales y tienen tanta razón de ser como la rectitud y exactitud de un arquitecto o un urbanista. El carácter de ambos les facilita respectivamente la realización de sus obras.

Otras observaciones Como se había mencionado, en Malabarismos del tedio nos encontramos con la concatenación de vida y obra. Reitero, la vida a que me refiero es la vida interior, que además de tediosa también es laboriosa, prolija y también desprolija; una vida desértica que, a veces, peca y se nutre de contracorrientes: los enunciados entreverados con necias frases parentéticas, metáforas demasiado abstractas y alusiones oscuras, todas, pretenden domar el caos con las habilidosas manos de un mago sumerio. Pero una vida-obra, en fin, que logra por una parte lidiar con la catástrofe*, ese acervo de sucesos naturales descontinuos; y, por otra parte, que procura esquivar la tragedia. Porque las vertientes que nutren esta tabula rasa son presocráticas por su tendencia a saber (el logos de Heráclito) mediante la poesía; cínicas porque son iconoclastas; platónicas porque se suman al idealismo estético; estoicas por la abstinencia o moderación emotiva, aunque no siempre en la forma (a veces nos somete al virtuosismo). ¿Habrá contrariedad en todo esto?

Sabemos que el estoicismo cristiano sólo permite una pasión y esa es la pasión de Cristo. En esto no hallo contrariedad, pues la única pasión de Marco Antonio Escalante es su persistente gólgota y resurrección personal. Por lo tanto, la conflagración con lo cristiano la resuelve con el estoicismo clásico. La contrariedad la encuentro en el hecho que procure impresiones de los estoicos como Zenón, Marco Aurelio, Séneca y por otra parte sucumba al ars moriendi de Ciorán. (En la República platónica tampoco tendría cabida Ciorán). Los estoicos se conocen por su signatura filosófica: no cuestionan ni decaen afectivamente ante las vicisitudes de la vida. Para explicármelo tengo que suponer que Marco Antonio me respondería que estas dos corrientes chocan y convergen, para confluir y permitirle navegar y no zozobrar en las hondas aguas del mare magnum.
 
Mar y humus

En nuestros tiempos, el mar que concibió Jorge Manrique en sus Coplas a la muerte de su padre ya no significa la muerte, sino la misma vida. Sin duda, para los pocos, el arte es el antídoto para contrarrestar la vida. En su “Diccionario personal”, casi al final del libro, Marco Antonio Escalante lo define así:

De barro fuimos hechos, es decir, de agua y tierra. Será por eso que estamos condenados a la fertilidad. Nuestro instinto la busca, la desea, la logra. Pero el espíritu tiene sed de sequía. De allí el amor a la angustia, al tedio, a la miseria humana. De allí la desesperación y el arte que surge de ella. Algo tiene que erosionar la perfecta sincronía con que la naturaleza trama las semillas. Algo tiene que acabar con el misterio incomprensible de la planta que crece, del niño que nace. Algo tiene que volvernos a la oscuridad después de la saturación de luz que llamamos vida. De lo contrario, no hay poesía.

Son en nuestro tiempo, para prestar una noción de Fernando Savater y luego glosarla, los filósofos y los poetas (y no los muchos) los que están en su respectiva caverna platónica, adivinando el devenir y presagiando sus efectos. El filósofo con su estuche de entes, esencias, sustancias y el poeta con sus amuletos de ilusiones, sentimientos y prevaricaciones. Los dos cohabitan con el humus, la palabra; a ambos los arrastran los ríos de la imaginación y los transportan al inexorable mar, donde comparten compás, cuadrante y astrolabio. A veces sus locuciones tramitan entre sí, muchas veces convergen y se complementan en una suerte de saber-sentir combinatorio.

También como dos herejes monjes medievales, condenados a vivir en celdas contiguas, el poeta y el filósofo remiendan como pueden sus vestimentas y continúan haciendo lo único que saben hacer: soñar, descubrir, encontrar y, por supuesto, inventar paraísos, purgatorios, infiernos y limbos perdidos.

Marco Antonio Escalante, poeta, nos ha legado los legajos de una obra escrita en el encierro, en su caverna, y como buen asceta –tal vez un esenio– ha sabido hacer no sortilegios sino aciertos de las sombras.

 
León Leiva Gallardo
Chicago, 1 de abril del 2010



* Teoría de la catástrofe del francés René Thom, que se llegó a generalizar y a aplicar a la biología y a las ciencias sociales.
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Marco Antonio Escalante Escritor peruano, residente en Chicago. Autor de toda una obra de ensayos breves y viñetas publicados en revistas y antologías. Malabarismos del tedio está en vías de publicación. Escalante es colaborador de Revista Contratiempo.
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miércoles, 20 de abril de 2011

Polémico documental del profesor Gates

Documental EE.UU resalta racismo de dominicanos hacia los haitianos
(Tomado de: Servicios de Acento.com.do/EFE. 19 de abril del 2011)

 "Ser negro se ha convertido en algo negativo para los dominicanos, porque negros son los haitianos. Ellos nos se consideran afrodescendientes. Es algo muy curioso. El racismo en República Dominicana es político, económico, los haitianos hacen el trabajo que los dominicanos no quieren hacer", explicó Pollock. 
Haitianos apresados por violar las aguas territoriales de RD. César de la Cruz/Acento.com.do
LOS ÁNGELES, Estados Unidos (EFE) La serie documental "Black in Latin America" explora la herencia africana en el mundo latino, donde el racismo está presente de forma "sutil" tras el visible mestizaje, señaló este lunes, 18 de abril, a Efe su productor, Ricardo Pollack.

El programa, que se estrena mañana martes en la cadena pública de televisión PBS, consta de cuatro capítulos que relatan el viaje del profesor de Harvard Henry Louis Gates Jr. por Haití, República Dominicana, Cuba, Brasil, México y Perú, en un intento por conocer la influencia del África negra en la idiosincrasia regional.

"El trabajo no pretende ser polémico", comentó Pollack.

 Gates, una autoridad en estudios afroamericanos en EE.UU., "no acusa a nadie de ser racista, lo que hace es encontrarse con gente de la cultura, historiadores, y todas las opiniones que se dan es de lo que nos han contado a nosotros, algunas son controvertidas y puede que la gente no esté de acuerdo. Ojalá la gente no se ofenda", indicó el productor.

 En el primer episodio, dedicado a la isla de La Española, Gates constata la identidad afrocaribeña de Haití en contraposición a la mayor hispanidad de República Dominicana.

 
Además del capítulo titulado "Haiti & the Dominican Republic: An Island Divided" (Haití y República Dominicana, una isla divida), la serie se compone de "Cuba: The Next Revolution" (Cuba: la siguiente revolución), "Brazil: A Racial Paradise?" (Brasil: un paraíso racial?) y "Mexico & Peru: Black Grandma in the Closet" (México y Perú: una abuela negra en el armario).

 "Ser negro se ha convertido en algo negativo para los dominicanos, porque negros son los haitianos. Ellos nos se consideran afrodescendientes. Es algo muy curioso. El racismo en República Dominicana es político, económico, los haitianos hacen el trabajo que los dominicanos no quieren hacer", explicó Pollock.

 El productor de la serie y director de dos de los capítulos destacó no obstante la integración social al margen del color de la piel entre los dominicanos al tiempo que "se niega lo africano".

 
"Todos los países excepto Haití pasaron por un período de 'blanquización' cuando quisieron borrar, enterrar o mezclar sus raíces negras", comenta en el documental Gates, quien señala cómo lo negro quedó "diluido" en el mestizaje.

 "En México y Brasil quieren que su cultura nacional sea 'morena' y descubrí que en cada una de esas sociedades la gente en peor situación son los que tienen la piel más oscura y rasgos más africanos. La pobreza en esos países ha sido socialmente construida como negra", agrega.

 Para Pollock, chileno de origen, eso fue una evidencia de que, a pesar de la gran variedad de tonalidades de piel, en América Latina sí que existe racismo, "aunque no es tan obvio, es más sutil".

 
La serie recoge las campañas actuales contra el racismo que están en marcha en Latinoamérica, con las que entre otros objetivos se busca conseguir en México o en Perú que las personas tengan el derecho a estar censadas como de raza negra, una práctica que para algunos puede tener el efecto contrario: acentuar el racismo.

 "Es una paradoja", admitió Gates, que recordó que "Brasil es la segunda nación negra del mundo después de Nigeria".

 
Según las cifras citadas en el documental, durante los años de comercio de esclavos cruzaron el Atlántico 11,2 millones de africanos de los cuales únicamente 450.000 tuvieron como destino final EE.UU.

"El resto fueron al sur de Miami. Brasil recibió casi 5 millones", dijo Gates.Una población subyugada cuya cultura terminó por configurar parte de lo que hoy en día es una seña de identidad latina.

 "Mucha gente no sabe que los ritmos de la salsa, el merengue, la samba, son una mezcla de lo español con algo de indígena pero con mucho africano. Los ritmos del merengue dominicano son originalmente de África, en Brasil mucha música del carnaval viene de África, muchos ídolos religiosos vienen de allí también", indicó Pollack.

 Además del capítulo titulado "Haiti & the Dominican Republic: An Island Divided" (Haití y República Dominicana, una isla divida), la serie se compone de "Cuba: The Next Revolution" (Cuba: la siguiente revolución), "Brazil: A Racial Paradise?" (Brasil: un paraíso racial?) y "Mexico & Peru: Black Grandma in the Closet" (México y Perú: una abuela negra en el armario). EFE

 Comentario de León Leiva Gallardo acerca del documental y las reacciones al mismo

Cuestión Haití-Dominicana
Muy interesante, además de leer el notición, también leí los comentarios; y, por supuesto, que la mayoría son a la defensiva. Luego del terremoto en Haití han supurado heridas que aún no han sanado, que están aún abiertas (Galeano).

 En los últimos años, el profesor Gates se ha dedicado a viajes informativos y a programas (del PBS) que sondean el tema de la "negritud" y las consecuencias. Estos progamas, documentales, despiertan inquietudes e incomodidades en todas aquellas partes involucradas en la cuestión africana, incluso en los propios africanos, africanos americanos, latinoamericanos de sangre africana, etc. Uno de los comentarios que leí de parte de un dominicano es que Gates pretende alborotar las aguas y acusar a los dominicanos de racismo o de negación de su propia negritud. Mi reacción inmediata fue pensar en los miles de hondureños que vivimos en negación de nuestra negritud y en los miles que viven en plena deferencia, si no directa discriminación, racial hacia las personas de raza negra, mulatos, pardos, etc. (Apartado: La erradicación de estos términos peyorativos será tema de discusión.)

 Aunque Gates a veces peque de superficial, en estos programas que están dirigidos al televidente medio, su labor va a dar mucho que decir. Espero con afán ver los capítulos que le va a dedicar a Perú y, no digamos, especialmente a México, que creo que este último es el pueblo más racista con los africanos, los negros de su tierra y con los del resto de América Latina.


En cuanto a la cuestión Haití-Dominicana, es una historia típica de países vecinos que se abisman en relaciones de odio-amor (Honduras-El Salvador). Haití es el producto del ausente mestizaje francés y la Rep. Dominican, por supuesto, del presente mestizaje español. Si Gates no hace incapié en estas diferencias, estaría haciendo omisión de los factores clave para comprender esta punzante disyuntiva. Veremos.

LLG






martes, 19 de abril de 2011

Ramón Oquelí: Breve recuento de la poesía hondureña

Palabras tiernas y verdaderas

Durante el siglo pasado, la poesía en Honduras existió en forma de maltrato a la misma. Predominó la versificación ramplona, aduladora o demostradora de las figuras políticas de turno, el meloso canto a la patria o la trillada endecha amorosa. En 1875 nace en la Villa de Concepción, población unida a Tegucigalpa (pero con aire distinto), Juan Ramón Molina. Después, la Villa sería conocida exclusivamente como Comayagüela, Tegucigalpa como “la capital” y Molina, despreciado generalmente en vida, se convirtió en héroe artístico.
Por la persistencia de un grupo de fieles admiradores, está próxima la inauguración de un bello monumento a su memoria, obra de Mario Zamora Alcántara, de origen danlideño. Dicho homenaje es más que merecido, porque Juan Ramón ha sido después de la Virgen de Suyapa y Morazán, piedra angular de la veneración de sus paisanos, uno de los escasos soportes de su identidad. Pero posiblemente en el futuro, Molina será recordado más como riguroso prosista, como periodista de exquisita gracia y fuerte garra. Su poesía, con escasas excepciones, “Vino Tinto” por ejemplo, adolece de excesiva grandilocuencia.

En la segunda década del siglo actual (Molina murió en 1908), surge la poesía con sensibilidad moderna. Inspirándose en Comayagua o en Antigua Guatemala, Ramón Ortega escribe “El amor errante”, que representa el “despunte” de la poesía actual. Contribuyen a ella, Alfonso Guillén Zelaya, Clementina Suárez, Martín Paz, Rafael Paz Paredes, Constantino Suasnávar, Medardo Mejía, Óscar Castañeda Batres, quienes pudieron haber dejado una excelente y extensa obra poética, pero sus vidas se derramaron en otros menesteres; la docencia, la divulgación artística, la bohemia, el periodismo, la política, las leyes. Es hasta 1951 que se produce otro gran hito: La publicación de Color naval de Jaime Fontana, el primer gran poemario con cierta unidad temática y de estilo. Coincide su aparición con la modernización del país, descrita con gran perspicacia en el propio inicio por Arturo Mejía Nieto en Cartas asuncenas.

Según Eliseo Pérez Cadalso, Rafael Heliodoro Valle fue quien dio el espaldarazo decisivo para que Fontana, quien tardó en mostrar la joya que tímida y secretamente preparaba, fuera reconocida como vate de altos quilates (lamentablemente fue el autor de un solo libro). A su vez, el poeta marcalino dio a conocer a Jorge Federico Travieso (nacido en San Francisco, Atlántida) y éste alentó los primeros pasos de Óscar Acosta. Por lo visto, aquí donde tanto se improvisa, en la rama poética por lo menos, se perfila cierto hilo de continuidad. Ángela Valle, Pompeyo del Valle, Antonio José Rivas, Nelson Merren, José Adán Castelar, aportarán piezas fundamentales para el afianzamiento de un quehacer poético serio, muy respetable. En 1968 y 1971, el yoreño Roberto Sosa logra en ambos lados del Atlántico el reconocimiento para lo que Ramón Ortega había iniciado.

Ortega, que murió enajenado, un año antes que el pintor Pablo Zelaya Sierra, y a quien se recuerda principalmente por ese grave atentado contra el buen gusto llamado “Verdades amargas”, que seguramente él no escribió, logró en catorce versos una penetrante evocación de su mundo íntimo y del exterior. Organismo, arquitectura, lo blanco y la oscuridad, el paseo nocturno, las flores, el arte textil y los cristales, el movimiento, el silencio, la muerte, la soledad, la conversación, el murmullo, la nostalgia colonial, el rendimiento caballeroso, la ofrenda amorosa, religión, tristeza, hosquedad, angustia y lo apenas entrevisto. Un prodigio de poema que merece ser recreado desde la pintura, la música, o el cine si fuera posible.
Después de esta espléndida iniciación y de la fundación posterior de nuestra mejor poesía, han aparecido nuevos valores que reafirman e invocan la incipiente tradición. Aunque tampoco se detiene la espantosa avalancha de la versificación a troche y moche, que ya mereció la saludable y demoledora crítica de Daniel Laínez en su imponderable Manicomio. Ya se va volviendo indispensable delimitar quiénes “son”, quiénes “podrían llegar” y los que difícil lo logren, por carecer de uno de los tres requisitos indispensables para que surja el milagro de un poema: Talento poético, técnica y voz personal. Para “poner acto al disparate antes que se propase demasiado”, como decía Charles Snow, se hace necesario aplicar el viejo adagio: “Zapatero a tus zapatos”, que puede ampliarse: “Cirujano a tu bisturí”, “abogado a tus pleitos”, a no ser, como también ocurre excepcionalmente, que alguien inscrito en un colegio profesional, sea admitido a la vez dentro de las grandes ligas poéticas.
Tampoco puede prescindirse de dos figuras no coincidentes con la tendencia apuntada: José Antonio Domínguez y Jacobo Cárcamo (el olanchano fue el segundo vate suicida, el primero Manuel Molina Vijil, de gran sensibilidad pero faltó el aliento original, y el tercero y ojalá último, el delicado y fuerte poeta Jorge Federico). El primero enloqueció después de escribir “Himno a la materia”, de gran precisión verbal y hondo contenido filosófico. El de Arenal, Yoro, es insuperable en el arte de engarzar metáforas a manera de un prodigioso juego de artificios pirotécnicos. Ello constituye su inmenso atractivo y su limitación. Nos dejó también, como excepción dentro e su línea predominante, el bellísimo boceto autobiográfico “Carbón”. Dicho sea de paso, fue un militar (el coronel Federico Poujol), quien mejor supo “decir” con sobria y sugerente entonación versos de Jacobo Cárcamo y Medardo Mejía.

En la tertulia celebrada en “Paradiso” el 20 de mayo del presente año, y promovida por el Instituto de Ciencias del Hombre “Rafael Heliodoro Valle”, se conmemoraron los sesenta años del nacimiento de Oscar Acosta. Fue un emotivo homenaje a quien tanto ha contribuido a la creación y a la divulgación no sólo de poesía, sino también de otras disciplinas, empeñado cordialmente en procurar que esta nuestra Honduras llegue a ser algún día, utilizando la tremenda y verídica frase de Jorge Federico: Magnífica a menos terrible; o más dulce que amarga, como diría Rafael Heliodoro Valle. De estos seis decenios, Oscar pasó seis años en Perú y cerca de veinte en Europa, pero siempre en permanente contacto con la tierra irrenunciable.
Tuvo el privilegio de posar ante la cámara fotográfica junto a Rafael Heliodoro, de quien se convertiría en el, hasta ahora, único biógrafo. El maestro, incursionador en múltiples campos, lo auspició como “poeta en gracia de adolescencia” (tenía diez y nueve años). Con un título escamoteador (Poesía menor), publica en 1957, el segundo gran poemario de nuestro itinerario poético, seis años después de Color naval y once antes de Los pobres de Roberto Sosa. Con su dedicación y perspicacia habituales, Helen Umaña señala tres novedades que aparecían en el breve volumen; gran sobriedad, adjetivación de sabor nuevo y cercanía a lo conversacional. También Hernán Antonio Bermúdez lo califica como Libro de “rara madurez”.
Dos años después, Formas del amor, y en la década siguiente Tiempo detenido (1961) Poemas para una muchacha (1963). En 1971, con Mi País, demuestra que su temple amoroso hacia gentes, cosas, plantas, animales (tuvo un gato llamado “Geranio”) no estaba reñido con la indignación y la protesta. Al mismo tiempo que poetizaba Oscar se dedicó a la labor periodística, y desde ella promovió o puso un dique a los atraídos por la tentación de versificar, o de cincelar o machacar la prosa. Fue una especie de “Zar de las letras hondureñas” como pregonaba un amigo común, lamentable y prematuramente fallecido, Mario Guillermo Durón, nieto de Rómulo, el primer antólogo de la pésima poesía que se escribía en el siglo pasado y de su buena prosa. En los estertores del siglo actual, se podrían publicar rigurosas antalogías con destacadas muestras en ambos campos.

Siendo Oscar subdirector de El Día, entresacaba para su columna “Letras en la arena” de los cables transmitidos vía teletipo, los últimos acontecimientos culturales. Otra de sus facetas ha sido la de director de revistas y antólogo. Honduras Literaria, Universidad de Honduras, Revista de la Universidad, Extra y antes Presente, junto a Roberto Sosa, con quien también prepararían antologías de la poesía y el cuento hondureño, y con Pompeyo del Valle, Exaltación de Honduras. Además, Poesía hondureña de hoy, Alabanza de Honduras, Elogio de Tegucigalpa, Los Premios. Como persona, está completamente alejado de esa conducta característica de cierto tipo de artistas, a quienes José Agustín Goytisolo llama: “Estos locos furiosos increíbles”. Nuestro autor es más bien adicto a la exquisita cordialidad (no olvida nunca la fecha de nacimiento de los amigos y transmite sus saludos vía carta, visita o teléfono), y en un país donde proliferan en toda su amplitud y con total impunidad la insolencia, practica con elegancia el buen humor y la atención respetuosa a los demás, sin prescindir de la saludable crítica.
A su regreso de España, ha sido una gran sorpresa para varios jóvenes escritores que tenían de él una imagen deformada por su lejana fama, encontrarse no con un monstruo sagrado, sino con una persona sencilla y laboriosa, autor de muchas “palabras tiernas y verdaderas”, que confiesa paladinamente “el miedo/que producen los candelabros feos/ y los malos vecinos” y la búsqueda de “un valle de ternura”.

Es conocido cantor del ámbito familiar: Madre, padre, esposa e hijos. “Tengo siempre presente su tiernísimo rostro”; “es más tibio su corazón cuando me habla”; “yo quiero verlo aquí/lleno de sangre/y carne, /resucitado, /diciendo su palabra”, “no quiero que mi padre descanse/ en sorda tierra”, donde el “descanse en paz” obliga a los muertos a que “se refugien en su lápida”.

La esposa es “pan integral/para mi cuerpo”; “vivir diariamente a tu lado/ es vivir en un reino/ y tener vida perdurable”, “somos nosotros juntos en un niño”, infante que goza en “su mundo de leche”, su “corto paraíso” pero también “gusta estar en vilo/ como si ya supiera/ de las delicias del peligro”. Mientras la niña es “dulce, tierna tibia como un lucero”. La compañera amorosa es, “el mejor exponente de la dicha”, “tú nombre es una lámpara, “todo el rocío del mundo”, “todo me lo traes, niña mía”, y regrese a buscarte,/amada entre la niebla”, “junto a tus ojos grandes/ ahora escribo”, “Insistente es el mar para tocar tu cuerpo”, “con mis dedos recorro tu sonrisa”, “la vida no sería el milagro que es ahora/ que tú existes”, “No es posible olvidar lo que siempre fue tuyo/ y vuelve al corazón y lo acompaña”, “Entre tú y el sol alto que alumbra/ hay un pacto secreto”, “De tus labios surge un idioma/ dulcísimo, un lenguaje secreto”, “Eres de la ciudad pero en el fondo/ de tu corazón hay un canario/ un venado salvaje, un lobezno”.

“La cabellera de la mujer puede ser rosa/ extenuada o un río de agua astuta”, y es digno de cantar también “el amor acumulado”, “el cuerpo tibio de los enamorados”, el de los amantes “tendidos en el lecho” las “formas curvadas en redondo océano”, y la peculiar existencia de varios seres, la especialidad de ciertos hechos y situaciones. “El geranio introdujo en el aire/ su lanza vencedora”, pero otras veces “en las azoteas/ se entristece sin llanto”, o “se queda derrotado/ en la esquina de la primavera,/ ahogándose en su aroma”. El aire impuro de la ciudad es dragón “que engulle sueños todas las mañanas”; “en voz baja se reía el silencio”; “como quien llega en tren a la estación última de la vida”, “el milagro del fuego”, “calienta la sangre como el vino”; “en tus venas pretender viajar el licor”; “una flor de bronce tímido”, “los ojos de la bella mujer son cuchillos de odio”; “una golondrina/ que se quebró la pata/ aferrada al verano”; “El uniforme brillo de la lluvia alta”; “La acostumbrada misión de la ceniza”; “las murallas oyen en la noche, se dilatan, acosan”; el teléfono es “una rumorosa flor”.
En los baúles, además de “florecitas muertas” que perfuman su fondo/ antiquísimo”, se pueden encontrar “las cartas de un general Redondo/ que nunca aprendió buenos modales”, y “también encierra fantasmas enemigos”. Las manos del mundo “se mueven en el aire/ formando rostros de humo” y “simplemente me mira/ con sus bellísimos ojos/ de muñeco vacío”. Los recuerdos “son niños que insisten en rodearnos”, “el recuerdo es a veces tenaz”, trata de “volver lo desaparecido a la luz tibia”. “El olvido es un túnel que se abre lento”. Los perros “miran desde su lengua el silencio del amor”. El caballo “golpea el corazón terrestre”, “aquí está la violencia en cuatro patas. Aquí está el huracán debilitado”; “el galope encendido de mis sueños”; “pájaros volando sobre un mar apagado”, “amurallado, vertical, el árbol está solo”. Los pinos son “columnas / que nos llaman a la ternura y al sueño”.

Los parques “son un paraíso”; “los peces del estanque viajan muchas millas/ sin encontrar el mar que advierten en el aire”, “a estas estatuas viene las palomas y rayos/ a eternizar la fría dignidad de la piedra”; “la vida salta como un alto ciervo”; la naranja “temblorosa muestra su secreto”. El canto a la patria incluye tanto la extrema devoción como el airado lamento: “Mi patria es altísima… Su forma irregular la hace más bella… su nombre recordármela…/ Lo he oído sonar en los caracoles incesantes”. Pero la patria es también “tristísimo patio de rencores”, un zoológico en el que “los papagayos llegan a dignatarios del Estado/ y el “cauteloso jaguar” es juez. Se convierte en amo “el más astuto de los antropoides”. “Hoy los enanos gobiernan”, “se juegan,/ a puros golpes de audacia,/ la desgarrada túnica de mi país/ con dados marcados”, la “gritería es insoportable/ en este parque de fieras/ cercado con alambre de púas”. Es tierra de “hombres fatigados”, de “sujetos violentos”; “los niños asustados/ miran las brillantes carabinas” y “crecen miedosos bajo la sombra de los plátanos”; y después son “obedientes/ y tímidos/ vasallos”. Los “ojos severos” de las muchachas “no dicen lo que sus labios” y “su alegría incompleta/ nunca aparece en las fotografías”.
“Más de un siglo tienen las campanas de hablar en este país de sordos”, “los héroes de bronce siguen callados”. Aunque hay figuras bondadosas (el “sonriente abuelo del archivo”) y no queda cerrada la esperanza hacia el futuro. “La mujer de semblante inescrutable/ sigue viendo la puerta”, “cuando hablo de mi país/ pienso en la anciana/ en su sobada silla de ruedas/ esperando a alguien que no llega”. Mientras “los periódicos hablan de derechos humanos y el carcelero/ se aburre más que un pájaro”. “En el amanecer de la ciudad/ un frío anónimo borra los mendigos/ y los hunde en un barril de polvo”. “Quién me trajo a este país/ ¿Qué hago aquí, Dios mío?”. Frente al “diario naufragio”, siempre queda “La poesía, madre dulcísima… el origen de todas las cosas”.


Ramón Oquelí *

Tegucigalpa, 29 de septiembre de 1993
Palabra en el tiempo, Año 1, No. 18,
Diario Tiempo, San Pedro Sula


Ramón Oquelí Escritor antólogo e historiador hondureño, nació en Comayagüela en 1934. Realizó estudios en Derecho en España. Se desempeñó como docente universitario desde 1962 hasta el 2004. Fue reconocido como uno de los investigadores más importantes de nuestro país, además de ser un gran lector de poesía. Su obra trascendió las fronteras patrias y entre sus publicaciones destacan; La fama de un héroe (1984). Antología mínima de Ortega y Gasset (1984). Los hondureños y las Ideas (1985), Honduras, estampa de la Espera (1997) entre otros. Fue uno de los analistas de mayor prestancia de la vida nacional durante las últimas tres décadas del siglo XX, y en los primeros cuatro años del milenio en curso. A su muerte en el año 2004, dejó numerosas publicaciones, e inconclusa una antología de poesía mundial, en orden alfabético.



lunes, 18 de abril de 2011

El dios Júpiter

En la mitología romana, Júpiter (en latín Iuppiter) ostentaba el mismo papel que Zeus en la mitología griega como principal deidad del panteón. Fue llamado Iuppiter Optimus Maximus Soter (‘Júpiter el mejor, mayor y más sabio’) como dios patrón del estado romano, encargado de las leyes y del orden social. Fue el dios jefe de la Tríada Capitolina, que formaba junto a Juno y Minerva. (Wikipedia.org)

Júpiter capitolino

Una viñeta de abril, el mes más cruel

                                                                                                                                            ...