Rafael Cuevas Molina (Guatemala, 1954) Destacado historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en historia cuyos estudios ha llevado a cabo en Rumanía y Costa Rica. Doctor en Historia por la Universidad de La Habana, Cuba. Connotado investigador y especialista en problemáticas y temas referentes a la construcción de identidades culturales y nacionales en América Latina y, especialmente, de Centroamérica, ha publicado numerosos artículos, libros, ensayos, novelas, poemarios y ha realizado exposiciones de sus obras plásticas en Costa Rica, Guatemala y Cuba. Ha publicado siete novelas: Vibrante corazón arrebolado (EUNED, 1998), Al otro lado de la lluvia (EUNA, 1998), Pequeño libro de viajes (EUCR, 2000), Los rastros de mi deseo (Editorial Cultura del Ministerio de Cultura de Guatemala, 2001), Recuerdos del mar (EUNED, 2002), Una familia honorable (F&G Editores y EUNED, 2005), Visita al poeta (EUNED, 2007).
Trasfondo
histórico
Por muy delicado y
poético que suene el título de la novela de Rafael Cuevas Molina, una vez dilucidamos
sus partes, de inmediato advertimos las implicaciones: los riesgos del hacer
suerte en otro país, porque no todos los suelos son un lecho de flores; y,
lo más impactante, porque no han sido vientos sino vendavales los que han venido
arrastrando a los miles de Centroamericanos que han tenido que huir de la
violencia y sus consecuencias a causa de las guerras civiles durante las
décadas de los 80 y 90. Mortíferas décadas que además de la devastación de
poblaciones enteras, también comprenden uno de los éxodos masivos en la
historia de Latinoamérica. La mayoría de nosotros está muy bien informada de la migración norte de guatemaltecos, salvadoreños y últimamente hondureños
(en otras circunstancias), pero pocas veces reflexionamos sobre la otra
migración, la migración sur de los nicaragüenses que han buscado refugio tanto
económico como político en Costa Rica desde los inicios de la revolución
sandinista hasta nuestros tiempos. Y he ahí el tema de la más reciente novela de
Rafael Cuevas Molina, un conocedor de la historia de nuestras golpeadas
hermanas repúblicas.
Primaria ha sido la experiencia de quien ha vivido en Costa Rica por 37
años. Quién mejor que el autor para comprender de discriminación y sufrimiento (aunque
no sea personalmente) como también amparo, tolerancia y hermandad de parte de
los anfitriones. Esa misma experiencia, que podemos llamar íntima, de pronto lo
motivó a escribir el drama particular de una familia nicaragüense que, ante las
circunstancias de pobreza, decide migrar a Costa Rica. Así es, los
nicaragüenses, los otros migrantes, conocen bien de ese otro peregrinaje al
país hermano que durante la revolución y luego la guerra de los Contras les
tendió la mano, en los momentos más críticos de los conflictos armados, cuando
los nicaragüenses, víctimas del sabotaje más vil, se veían acorralados por la
indigna y servil colaboración de las Fuerzas Armadas de Honduras con los
Contras, ambos bandos financiados y armados por Estados Unidos.
Luego de ser urgencia, la migración sur se volvió tendencia. Cerca de
300,000 nicaragüenses residen en Costa Rica en la actualidad. Según informes
del Instituto Nacional de Estadística y Censo (CINEC), la migración de nicaragüenses
a Costa Rica siempre se dio, pero se aceleró vertiginosamente entre los 90 y el
2000. La última ola migratoria se aceleró en el 2018 con la crisis política y
la violencia a causa de la dictadura de Ortega-Murillo. No obstante estos datos
que los reproduzco para presentar un trasfondo histórico-demográfico, debo
mencionar que la novela no trata de cuestiones migratorias propiamente, sino
del efecto emocional y psico-social que este fenómeno ha tenido en las vidas de
personajes —de una familia en particular—, que sin duda son reflejo de la
realidad.
La novela
como revelación de tragedias personales
Bien sabido es que
el arte de novelar nuestra realidad ha sido un oficio obligatorio para muchos
escritores centroamericanos. Los informes y las estadísticas deshumanizan y
hasta trivializan el sufrimiento humano. En el caso particular del tema
migratorio, en ningún momento concebimos la complejidad emocional y psicológica
de la experiencia migratoria al leer ensayos o artículos periodísticos y menos
a través de informes estadísticos. Razón por la cual de primeras advertí el
valor de esta obra que resulta ser un perfecto ejemplo de la intrahistoria.
Rafael Cuevas Molina nos describe, con detalles confesionarios de parte de los
personajes, el efecto inmediato que tiene la historia contemporánea en el
individuo, en la familia, en la identidad tanto personal como nacional. Debo
mencionar que, siendo el autor un reconocido historiador, ensayista, novelista
y estudioso de la cultura centroamericana, no me sorprenden los conocimientos
que fundamentan esta obra, pero sí me asombró la minuciosidad afectiva (que uno
no espera de un intelectual) con la que describe los aspectos psíquicos y emocionales
de estos personajes. La novela tiene el valor agregado del lirismo y el alma
que buscamos, el pathos que procuramos interiorizar al leer todo trabajo
literario.
La novela está estructurada en siete partes, cada una de cuales relata
en primera persona y en tercera persona las experiencias de cada miembro de la
familia, tanto en Nicaragua como en Costa Rica. De manera que tenemos breves
capítulos a modo de relaciones personales que en la mayoría de los casos es
desconocida por el resto de la familia, conformando toda una trama de
complejidad psicológica.
La historia de la familia comienza con la relación de Rebeca, la hija mayor,
quien desde un inicio nos presenta al que considero el personaje implícitamente
principal (aunque en ausencia). Jorge Maradiaga Salvatierra, el primero de la
familia en migrar a Costa Rica, no sin antes cavilar y vacilar ante todos los
riesgos, es el centro de convergencia no por ser un arquetipo del patriarca
(porque no lo es), sino porque yace en su lecho de muerte y su condición ocupa
y preocupa sobremanera la vida de su esposa y sus hijos. Debo mencionar que, no
obstante la formidable posibilidad de haber escrito una novela centrada en el “patriarca”
en su lecho de muerte, Cuevas Molina optó por una exposición democrática del
núcleo familiar no sin perder de vista el objetivo de representar la insignificancia
del individuo ante los obstáculos de la sociedad. La obra cumbre sobre un
patriarca en su lecho de muerte que se me vino en mente, sólo al leer la
segunda parte correspondiente a Maradiaga, fue La muerte de Artemio Cruz
de Carlos Fuentes, novela que trata, entre otros temas, de la participación del
protagonista moribundo en la revolución mexicana. De similar manera, utilizando
varias técnicas narrativas, en una de las primeras representaciones, casi
delirando, el personaje Maradiaga relata en monólogo interior:
Aparecen junto a mi cama de hospital los muertos de
entonces, eternamente jóvenes y entusiastas, irreverentes, creyendo
fervientemente que por fin habíamos llegado al cielo prometido, a la tierra de
leche y miel a la que cantábamos en los himnos.
Oigo con tanta claridad los bombazos y los gritos que
casi se me zafa el tubo que tengo incrustado cuando vuelvo la cabeza. ¿Por qué
no pienso en Victoria y en mis hijos que son lo más importante del mundo? No lo
sé, no tengo capacidad para comprender lo que me pasa […].
La tremenda ironía de haber sobrevivido la guerra de los Contras para
luego perecer ante el virus del Covid, en patético anonimato, es un efecto que
se va desarrollando en silencio por los demás familiares para no exponerse a más
discriminación. En cuestionas de trama, no pudo haber aspecto mejor logrado por
Cuevas Molina que crear un personaje en circunstancias de ser víctima del virus
de nuestros tiempos y a la vez no convertirlo en protagonista. He ahí lo
que para mí es la variante bien lograda de la composición de esta novela.
Porque un novelista es un compositor que orquesta ya sea un poema sinfónico de
un solo tema y tono o una obra polifónica. Polen en el viento es una
novela polifónica, sin caer en excesos del lenguaje o de los puntos de vista
narrativos. La segunda parte, como ya mencioné, describe la peripecia de Maradiaga
y revela la agonía no sólo personal sino también de una noción de patria. Desde
su lecho de muerte, Maradiaga delira y se cree aún en trincheras. Compuesto por
varios capítulos, esta parte también describe (en tercera persona) tanto su
participación en las milicias sandinistas y su desilusión al verse inmerso en contradicciones,
conflictos internos de los sandinistas y hasta planes de sedición a las que
nunca cedió. Esta parte es crucial y comprende la causa histórica que lleva,
primero a la fragmentación de la familia y luego a la reunión de la misma, pero
ya en otra tierra, en lo que podríamos llamar el exilio económico.
No quiero elucubrar sobre las posibilidades narrativas en el caso que
Cuevas Molina hubiese decidido que Maradiaga fuera el narrador central, pero el
hecho que no cedió a ello supone una visión más abarcadora de la experiencia
emocional y psicológica de los miembros de la familia, centrando el asunto en
el duro encuentro de los mismos con la realidad de ser personas no gratas en la
sociedad costarricense. Todos los miembros de la familia reflexionan sobre la
difícil situación económica, social y emocional en un país que los tolera, pero
donde mucha gente los desprecia. La condición de clase pobre de esta familia
los expone a las bien conocidas relaciones de poder. Todos se ven en apuros por
realizar sus objetivos, los padres por brindarles una mejor vida a los hijos y
los hijos por realizar sus metas personales y académicas.
Como ya se mencionó, todo acontece alrededor del padre quien, como
agravante de la situación precaria en la que vive la familia, yace agónico a causa
del virus en una cama de hospital, razón por la cual nadie lo puede visitar. Su
esposa Victoria está al borde de perder la cordura y los hijos se desdoblan emocionalmente
con el temor de perder a la persona que se sacrificó por darles una mejor vida.
Me pareció un acierto de parte de Cuevas Molina introducir el efecto dramático
que tiene la pandemia en la trama familiar, sin hacerla del todo el tema
central. Dado que el hecho de ser nicaragüense y encima estar infectado del
virus, pone en peligro a toda la familia. He ahí el momento peripecia, lo que
hace de esta novela una tragedia familiar, una tragedia que se va
desencadenando a través de los años, gradual y penosamente, narrado todo en
retrospecciones y en actualizaciones. A medida que leemos sentimos la
abrumadora situación que va creciendo y acosando a los que ya sienten que han
perdido el amparo buscado en su imaginada tierra prometida: por una parte, la
angustia de la madre y por otro el trastorno de los jóvenes quienes son los que
más tratan con los costarricenses (el antagonista colectivo en la novela), se
abisman hacia un final anticipadamente temido.
Los menores de la familia, reflejan más el desdoblamiento psicológico. Tanto
Rebeca como Darío, el hermano menor, sufren de problemas de identidad. Por
haberse criado más en Costa Rica pasan por ticos (perdieron el acento nica),
pero en el fondo sufren el estigma social. Rebeca parece superar estos
conflictos internos, se siente de ambos países, pero aun así oculta mencionar
que es nicaragüense. Como se manifiesta en el caso de Darío, quien teme perder
a su novia costarricense, encima de ser nicaragüense, siente que el tener a un
familiar infectado del virus, lo destruiría por completo, que esto sumaría a
las otras razones de ser el menoscabado chivo expiatorio. Con la pandemia la
familia entera vive atemorizada de ser descubierta y ser agredida. Todos se
sienten observados y vigilados.
La cuarta parte de la novela se ocupa de los orígenes de la familia. Victoria,
la esposa de Maradiaga, llena el espacio maternal y emotivo del núcleo
familiar. Su personaje, en un estado de angustia por la posible muerte de
Maradiaga, encarna el dolor que todos los demás encubren. Siempre sufrió por la
ausencia de Maradiaga durante la guerra, pero ahora en el presente sufre su
angustia mayor al saber que él puede morir sin siquiera poder verlo. Victoria
no es un personaje sin sus propios méritos heroicos. Ella también participó en
la fundación de la nueva sociedad nicaragüense. Siendo maestra participó en las
campañas de alfabetización y fue durante estas expediciones a la frontera con
Honduras donde conoció a Maradiaga. Es notable, como sucede en muchas familias
latinoamericanas, cómo todo tiende a gravitar alrededor de la mujer en casos de
aflicción emocional. Victoria es el nervio familiar y su condición no le
permite figurar o emprender. En Victoria recae el peso de todo lo que sufre la
familia, las necesidades básicas, la agonía de Maradiaga y los complejos de sus
hijos (ella sabe pero calla todo). Es en ella también se advierte más el sentimiento
de impotencia. De ninguna manera el personaje de Victoria es llano o pasivo.
Victoria demuestra más complejidad psicológica y capacidad de superar
adversidades. Pasa de ser maestra en Nicaragua a ser empleada doméstica, y
contiene sus padecimientos y pesares para no afectar a sus hijos. Victoria
sobresale entre todos como la persona con más entereza, pese a que a veces se
desmorona emocionalmente. Y es este el aspecto que permanece en suspenso,
porque todo parece dirigirse a un final inevitable. La gran interrogativa es: ¿En
qué terminará esta desafortunada familia?
Antes del final, se presenta un personaje terciario, Melania, la novia
de Darío. Es notable que, a diferencia de las representaciones de los miembros
de la familia propiamente, la caracterización de Melania se siente forzada,
casi una intromisión. El tono de la narración incluso carece de la emotividad y
del efecto catártico con que están esbozados los otros personajes. El estilo
narrativo es más expositivo que novelesco y esto a mi ver opaca las virtudes
narrativas del autor, aunque no afecta la intención de exponer la situación de
conflicto reprimido. En esta sexta parte, se describe la familia disfuncional
de Melania y el desprecio que su madre Andrea tiene para con los nicaragüenses.
En una ocasión, Melania le comenta a Darío, que su madre “ve nicas contagiados
por todo lado…”. Es notable que la función de esta parte es, además, presentar
lo superficial que es Melania (de pronto estereotipo de la tica bella), pero
más que todo sacar a superficie la actitud que tienen muchos costarricenses
para con los nicaragüenses.
Grave también el hecho que Darío ha ocultado su verdadera identidad y a
menudo tiene que escuchar los comentarios discriminatorios y ofensivos de su
suegra, los cuales siempre acusan a los nicaragüenses de ser los culpables de
traer el virus a Costa Rica. En el último capítulo Darío decide revelar parte
de su secreto a Melania, que su padre está infectado del virus. Aquí entonces
culmina todo con un decaimiento del estado de ánimo tanto de Darío como de
Melania. Darío se distancia. Todavía guarda el secreto mayor, que es nicaragüense.
En la séptima y última parte confluye todo en la gravedad de Maradiaga y
la angustia de Victoria. Nada parece haberse resuelto en la familia, todo lo
contrario, se ha complicado. Vale mencionar que debido a la experiencia que
tiene Cuevas Molina en el arte de novelar, esta historia de familia nunca cede a
lo melodramático. Polen en el viento exterioriza un tema que debe ser penoso
secreto de familia para muchos, tanto para nicaragüenses como para
costarricenses. Debo agregar que en ningún momento el narrador en tercera
persona (el médium del autor) ataca con represalias personales a los
costarricenses. El autor se distancia debidamente, como todo buen escritor, del
objeto de la denuncia; porque la novela por ser ficción no deja de denunciar el
injusto trato que reciben muchos nicaragüenses migrantes. No hay duda que Polen
en el viento es una novela esencial para comprender, desde la intimidad, la
experiencia de ser nicaragüense pobre y migrante en Costa Rica. Y la novela cumple
a cabalidad con aquel precepto del arte poético de Horacio, de ser una obra dulce
et utile.
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