La
obra más reciente del pintor colombiano Luis Fernando Uribe reúne y combina medios
convencionales (fotografía, pintura) y medios encontrados o descubiertos.
Consiste por una parte de fotografías (tomadas con cámara digital) de un
sinnúmero de figuras dibujadas, pintadas y grabadas sobre piedras rompeolas del
lago Michigan, las que sirven no sólo de muros de contención, sino también de
asiento a miles de vecinos y visitantes del lago. Lo que para Luis Fernando Uribe al principio, hace un
par de años, fue un simple paseo a pie por la orilla del lago, con el tiempo se
fue tornando un concepto meditativo y revelador de la inherente capacidad
creadora del ser humano. En los últimos ocho meses, según cuenta, se ha dedicado a tomar fotos de las figuras que más lo asombran
o lo emocionan. Las figuras en sí oscilan entre el tamaño de un tatuaje de
brazo a unas de casi un metro diámetro. Por otra parte, las fotos son de tamaño
normal y tomadas con el solo propósito de revelar el contenido y la forma
particular de cada figura. Uribe, de ninguna manera pretende destacarse como
fotógrafo, sino revelar y compartir con el público el arte popular que ha
descubierto en los imperecederos petroglifos que ha ido encontrando en el lago.
Las
figuras, que son toda una gama, tratan desde lo banal hasta lo espiritual, asoman desde la ocurrencia hasta lo poético, desde el garabato hasta una obra
de arte de valor propio. Que conste que hay figuras grabadas en bajo y alto
relieve que nos hacen recordar que la piedra y algún instrumento rudimentario facilitaron el estadio primordial en el que se calcó la creatividad misma. Hay figuras que se asoman apenas para darnos
noticia de una forma de significado tan personal, que pareciera no decir nada y
hay símbolos que pretenden contener los secretos del universo, como —dice
Uribe— “el ankh de los egipcios, el origen de la vida…: el arte popular es la
recapitulación de todo, llevado a la nadería de un espacio inútil. Pueden ser
un simple número estilizado, grabado en el concreto; o un símbolo esvástica,
cruz, ying yang, etc. “Y este, mirá,
que es un símbolo de las pandillas”, me dice Uribe entusiasmado, porque él sabe
que todo tiene cabida en el reino del arte. A propósito, uno de los comentarios
más rescatables de Uribe muestra la afabilidad y la disponibilidad del artista,
me dijo: “me pareció insoportable no haber hallado mucho erotismo, así que me
inventé algunas y las incorporé a mis pinturas… y hasta me fui al lago e hice
inicios de grabados…”. El legado continúa.
Las memorias del
lago también pueden consistir en una frase completa, un dibujo o grabado
figurativo e incluso poemas completos, como los que encontró de Kavafis y de
Wylde. Según Luis Fernando Uribe, muchos de estas memorias fueron realizadas
por artistas urbanos o estudiantes de arte, ya que muestran habilidad,
precisión, un conocimiento de la composición y, más que todo, afinidad con ese
aspecto unificador que tiene todo arte: la marca insobornable de la humanidad.
La
forma y los temas
Luis Fernando Uribe decidió darle orden a
su hallazgo y clasificó las fotos en temas que éstas mismas comprenden: lo ideológico,
lo espiritual o existencial (con la iconografía universal), animales, política,
el amor, lo personal. Los resultados son
asombrosos, una vez las fotografías se reúnen y se disponen en un cartel para
conformar una serie, ya sea de uno de los temas ya mencionados o una serie que
muestre todos los temas. Quizá lo más fiel al objeto encontrado (en este caso
un petroglifo) sería la serie que comprende todos los temas sin ninguna
ordenación: es así como se encuentran en el lago, como meras memorias
inconexas. Uribe recorrió la orilla del lago desde el Norte hasta la 35 al sur,
donde encontró la figura o la frase más antigua y que data del año 1930.
El
recorrido mismo por el tiempo le permitió ponderar sobre la posibilidad de
plasmar las “memorias” en un medio que no difamara más lo que puede ser un
espejismo: la existencia. La fotografía (por simple que sea) representa mejor
la creatividad colectiva de 67 años de lo que ante los ojos del un transeúnte
común sólo sería vandalismo. Como lo explica Uribe: “Esto no se trata de
grafitti… Yo lo veo más como expresiones de arte popular…”. Sin duda,
realizados furtivamente, por personas que no pretendían más que dejar una
huella en lo más seguro y duradero, en un muro de contención que resguarda la
orilla del lago y la ciudad.
De
inmediato vienen en mente la pintura rupestre de las cuevas de Altamira o
Lascaux en Francia. De pronto una figura que denota una cosa y connota otra se
vuelve la formulación de una estética. Pensé yo, si existe el arte rupestre,
¿por qué no un arte pedestre? La primera impresión que tuve al ver los carteles
de fotografías fue que no sólo se trataba de un ordenado collage de figuras llamativas, descriptivas —polisemias—, sino que
también se estaba rescatando el legado de más de medio siglo de arte popular
que ahora se me ocurre llamarlo pedestre, porque la única manera de encontrarlo
es “a pie”, mas no por ser vulgar o repugnante, sino porque se realiza con el
riesgo riesgo de ser considerado como tal.
Luego de una amena conversación durante la cual Uribe tomó fotos y compartió otras anécdotas del lago Michigan, como un "afterthought", ya cuando nos depedíamos, el maestro colombiano me dice sonriendo: “Lo que
más encontré fueron flechas, León”. Reímos de lo fácil y seguramente también de lo difícil. "Hacia algún lugar ignoto nos dirigen", le respondí.
León Leiva Gallardo
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Este artículo fue publicado en el 2011 por la revista Contratiempo de Chicago. La exhibición de Luis Fernando Uribe “Lake
Front Memory”, se llevó a cabo en la Galería Aldo Castillo el 19 de octubre del mismo año.
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