Una selección de
ensayos, según tengo entendido basados en ponencias, El arte de la distorsión trata, sin muchas complicaciones, temas
esenciales del arte de la escritura y del propósito de la misma en tanto manifestación
de la vivencia humana o historia subjetiva (“impresionista”, como la llama en
un momento). Se destacan, por supuesto, los breves ensayos sobre obras que son
muy cercanas a su oficio como narrador, El
corazón de las tinieblas y Nostromo
de Conrad, las que utiliza para exponer su reivindicación del propósito mitificante de la novela, contrarrestando la noción de la literatura como historiografía.
En este aspecto, sentí que Vázquez estaba respondiendo reclamos nacionales a su
obra por no haber tratado la cuestión colombiana a la altura de otros
escritores; algo que Vázquez ha realizado a su manera con la novela Historia secreta de Costaguana.
Como es necesario
si se pretende tratar el tema de la novela, Vázquez hace las debidas
referencias al Quijote, y nos extiende una nueva propuesta que nunca antes
había leído, y es que: los verdaderos seguidores del Quijote no son los
españoles, sino los ingleses. Para esta aseveración hace alusión, entre otras,
a novelas de Henry Fielding, como Tom
Jones y Joseph Andrews, las
cuales, de hecho, son picarescas hasta el extremo de ser parodias. Vázquez es
sin duda un asiduo lector de la literatura universal y, muy a su favor, conoce
muy bien el inglés y seguro ha leído sus obras predilectas en esta lengua en el
original. (Siempre he manejado la idea de que hay obras que deben ser leídas en
el original para no perder “el genio” de la lengua: sin duda todo Shakespeare,
mas, para dar ejemplos de obras tratadas por Vázquez, también Ulises de Joyce
y Lolita de Nabokov.)
He leído algunas
reseñas sobre El arte de la distorsión
y muchos se equivocan al comentar que las observaciones de Vázquez son todas
nóveles. Todo lo que escribe Vázquez sobre El
corazón de las tinieblas y Cien años
de soledad has sido tratado en una vastedad de crítica literaria. Sobre la
función de la intrahistoria en Cien años
de soledad se ha escrito mucho, y no digamos sobre la mitificación. Para
dar un ejemplo primario, al final de los 80 conocí a Manuel Zapata Olivella,
quien fue invitado a la Universidad de Northeastern Illinois a hacer una
ponencia sobre el mito en la literatura colombiana. El autor del Changó, el
Gran putas (1983), justamente se refiere a Cien años
de soledad para reiterar lo sabido, el mito está en la cotidiana experiencia
vivencial del caribeño y del latinoamericano por antonomasia.
En cuanto a la
perspectiva “comprometida” de Conrad que Vázquez desmiente, con algo de razón,
también se ha descartado sobremanera. Muchas lecturas de esta obra, se volcaron,
anacrónicamente, en perspectivas comprometidas. Vázquez argumenta que en ningún
momento Conrad menciono el río Congo en la novela; pero, dice este interlocutor,
esto no comprueba que Conrad no pudo haber omitido el topónimo. Vázquez quien
critica la literatura de “tesis”, como el la llama, nos insinúa su anti-tesis
(no se lea antítesis, porque él NO es ni hegeliano y menos marxista). Comprendamos
que Vázquez es muy “rolo”, pero no llega a ser del todo un “godo”; maneja muy
bien la argucia del bogotano conservador como para pecar de absolutista. Su
estilo perspicaz es amedrentador, incisivo, pero con suficiente sofisticación y
recato como para no plantarse como Vargas Llosa.
En fin, El arte de la distorsión trata del contenido
vuelto forma “impresionista” en la creación literaria, especialmente en la
novela, pero también en el cuento. Esta más que válida observación fue magistralmente
expuesta hace muchas décadas por el ingenioso don Jorge Luis Borges, el más
quijotesco de los críticos literarios por haber. Vale mencionar que las observaciones de Vázquez sobre la obra de Piglia y Ribeyro pueden despertar ánimos dormidos sobre estos
escritores tan anómalos, por geniales.
Recomiendo que
lean este libro de Vázquez ya sean escritores o serios lectores; en él hallaran
incisivas y también desconcertantes observaciones sobre obras clave de la
literatura del siglo XX.
León Leiva
Gallardo
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