Mujer en su ventana
Ella está
sumergida en su ventana
contemplando las
brasas del anochecer, posible todavía.
Todo fue
consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora
como el mar en un
cuadro,
y sin embargo el
cielo continúa pasando con sus angelicales procesiones.
Ningún pato
salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste;
allá lejos
seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada,
y alguien en
cualquier parte levantará su casa
sobre el polvo y
el humo de otra casa.
Inhóspito este
mundo.
Áspero este lugar
de nunca más.
Por una fisura
del corazón sale un pájaro negro y es la noche
—¿o acaso será un
dios que cae agonizando sobre el mundo?—,
pero nadie lo ha
visto, nadie sabe,
ni el que se va
creyendo que de los lazos rotos nacen preciosas alas,
los instantáneos
nudos del azar, la inmortal aventura,
aunque cada
pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos.
Ella oyó en cada
paso la condena.
Y ahora ya no es
más que una remota, inmóvil mujer en su ventana,
la simple
arquitectura de la sombra asilada en su piel,
como si alguna
vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós,
hubieran sido el
verdadero límite,
el abismo final
entre una mujer y un hombre.
Olga Orozco
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