Imagen de portada de Salvador Calvo
Alguien, tinta y acuarela sobre papel, 1980
Como viajes al interior de la humanidad emprendidos por hombres y mujeres de cuestionable moral, estos episodios narrativos de este incisivo poeta y escritor centroamericano nos advierten del desastre humano habido y por haber. Las personas ⎯como las llama el mismo autor⎯ que deambulan, viajan y perviven para tramitar su dignidad en estas exploraciones que oscilan entre el pasado mítico hasta el tremebundo presente, nos asombran y nos aterran al mostrarnos lo maleable que es el bien y lo ambivalente que puede ser el mal. Por muy ávidos indagadores que seamos, cuando menos lo esperamos la lectura se nos vuelve un acto de auto-examinación cuyo inmediato fin es determinar si dichas personas son víctimas o victimarios.
René Rodríguez Soriano
Voy a hacer un poco de promoción a mi obra este día porque sospecho que la mayoría de mis contactos no sabe que por décadas he sido un estudioso de las artes y que también soy escritor. Parte culpa mía. Cuando publiqué mi primera novela Guadalajara de noche con Tusquets, ni siquiera viajé a México a hacerle promoción; y al publicarse la segunda, La casa del cementerio, viajé y participé con el mínimo esfuerzo, desanimado, y volcado más bien en la insondable Ciudad de México. Sucede que he sido un pésimo embajador de mi obra, sin duda porque he sido el máximo cónsul de mi zozobra. Vale por lo tanto informarles a mis contactos que no me conocen bien, que soy uno de los escritores menos leídos, incluso en mi propio país Honduras.
Dicho lo anterior, presento esta selección de mi narrativa breve. El pordiosero y el dios es una antología a la que tengo aprecio especial porque creo que reúne lo mejor que he escrito. También le guardo mucho afecto porque fue editada por el reconocido escritor dominicano René Rodríguez Soriano, quien de veras me animó a seguir escribiendo, ya que en esos destiempos del 2017 apenas vivía acompañado por personajes fantasmas. No es exageración decir que a veces uno se sepulta en lugares como el Santa María de Onetti o el Comala de Rulfo.
Debo agregar que nosotros los hondureños, tenemos que salir de nuestro propio fatalismo, del inframundo suburbano, para contar si vivimos ríos o cloacas, valles u hondonadas, montañas o abismos. Tenemos que salir "solitos" y solitarios, sin prestigio de nada, a seguir escribiendo a mano. Nos toca bogar a contracorriente.
Espero con estos mis escritos animar a los jóvenes y rendir mi admiración a los mayores.
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