Puertas con paisaje adentro
León Leiva Gallardo
Hace años, creo fue
en la primavera de 1997, tuve oportunidad de apreciar una singular exhibición,
una retrospectiva, de la obra de Ivan Albright en el Instituto de Arte de
Chicago. Además de la más conocida de sus pinturas, “Dorian Gray”, la
retrospectiva del centenario del nacimiento del pintor, oriundo de Chicago
mismo, también incluía varios autoretratos, bodegones y lo que yo quiero llamar
“umbrales”, sujeto-objeto pictóricos que nos indican —o advierten— el camino
hacia lugares conocidos, desconocidos, temidos o preconizados.
Una de las obras
que más me llamó la atención fue la rendición visionaria de una puerta en
proceso de descomposición; por supuesto, la descomposición por la que se le
conoce a este visionario, característica que reconoció de esta manera: “Importa
poco si pinto una calabacita, un arenque rayado o un hombre… El espacio, la
luz, el movimiento, la posición, tienen algo en común, y es la descomposición.”
La proclividad por
lo descompuesto fue la signatura de la obra de Ivan Albright. No fue gratuito
el hecho que, para la película del mismo título de la novela de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray (de Albert
Lewin, 1945), le hayan comisionado el retrato más famoso de un personaje
literario. Este cautivo carácter faustino del joven Dorian Gray no se pudo
haber develado mejor que con el pincel de un agudo observador de la carne y la
materia, objetos a los que Albright trataba o intervenía de la misma manera.
Aunque a Albright
se le asociaba más con lo macabro, al conocer su obra podemos sacar otras
conclusiones menos fáciles de explicar. La óptica propiamente mórbida, la
necrosis y lo excremental no parece ser el resultado de una patología, sino de
un proceso natural de decay, palabra
que en inglés no es exclusivamente denotativa de la descomposición, sino
connotativa del deterioro de lo inmaterial. El cuerpo de Dorian Gray se
descompone porque su alma se deteriora. Lo que siempre observaba Albright en
los objetos de arte era el deterioro, pero algo terriblemente carnal lo llevaba
a pintarlo como un estado de descomposición: algo o alguien que se pudre, pero
no muere. El deterioro de las superficies de los objetos parece tejido animal
(o humano) en proceso de putrefacción. Algo que puede indicar que su visión es
fetichista, un tipo de parafilia.
Poor Room–There Is No Time, No End,
No Today, No Yesterday, No Tomorrow,
Only the Forever, and Forever
and Forever without End
(The Window)
Pobre Cuarto--No Hay Tiempo, Ni Final, Ni Hoy, Ni Ayer, Ni Mañana, Sólo el Para Siempre y el Para Siempre Sin Final (La Ventana)
1942-43, 1948-55, 1957-63
óleo sobre lienzo; 48 x 37 pulgadas
óleo sobre lienzo; 48 x 37 pulgadas
Instituto de Arte de Chicago
De
ninguna manera pretendo denunciar a Ivan Albright de un fetichismo, o una
patología, por los muertos o por los cadáveres. Esto se conoce como necrofilia,
que no es deseo por lo descompuesto propiamente. Cuando ciertas proclividades o
fetichismos se manifiestan en obras de arte, obviamente luego del proceso de
sublimación, cobran otro valor y no deben tomarse “literalmente”, pese a que la
duda nos mate.
La
manera en que las artes se manifiestan admiten ciertas especulaciones. Con esto quiero decir que el pintor, para el caso
particular de Albright, interioriza instrumentos ópticos de gusto personal,
procedimientos de composición que reflejan (como espéculos, como analogías)
nociones propias sobre el tema o el objeto de arte. Por ejemplo, el estilo
conocido popularmente como preciosismo
borra u omite toda referencia a la realidad que pueda ofender la belleza
prefabricada del creador (y el destinatario). Sabido es que el impresionismo es
una visión subjetiva del objeto de arte, mediante el cual la forma y el color
son sometidos a “tonos” y “pincelazos” que enrarecen la realidad, haciéndola
hasta cierto punto más visible y agradable, aunque a expensas de lo concebible,
del contenido o del examen psicológico o social. El ojo clínico de Ivan
Albright parece ser de un forense. No está solo en el universo de creadores de
arte embebidos en temas como la muerte, la decadencia, la maldad, el crimen o
la decepción:
That Which I Should Have Done I Did Not Do (The Door)
Aquello Que Debí Haber Hecho Y No Hice (La Puerta)
1931-41
óleo sobre lienzo; 97 x 36 pulgadas
The Art Institute of Chicago
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