La sal dulce de la palabra poesía
Del fuego, en un principio,
los dioses de los primeros hombres
que lo vieron y lo amaron fueron haciendo, solos,
la mujer.
Esculpieron temblando sus senos infinitos,
la ondulación del pelo,
la copa de su sexo, más complicada, por dentro,
que el interior de un caracol marino.
Delinearon a pulso la sombra de su sombra,
la curva y la mordedura de ese juego del fuego
que sabe a rojo virgen debajo de la lengua
y levanta
la súbita belleza de una brasa en los ojos.
Desde entonces, su cuerpo,
se hizo pudor tocable de carne y hueso.
Digo mujer,
la sal dulce de la palabra poesía.
(Tegucigalpa, 1987.)
jueves, 2 de junio de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
La absurda historia del iluso escribidor y el hombre de las palomas
Todo comenzó en un parque. Ni siquiera daban de comer a las palomas. Qué costaba llevar las sobras del pan de las insufribles fiestas priv...
-
Monumento al General Francisco Morazán/ Jardín de las Américas, Nueva Orleans Por pr...
-
María Josefa Lastiri Lozano Anarella Vélez Apenas ha habido una sola guerra que no haya co...
-
Nuestro interés por Juan Ramón Molina (1875-1908) no es una mera curiosidad o nostalgia, sino una constante tarea de interpretación, rei...
No hay comentarios:
Publicar un comentario