Ricardo Manuel Díaz (Guantánamo, Cuba) Estudió arquitectura y diseño en la Universidad de Illinois en Chicago. En los 80 inició a concentrarse en las artes plásticas, culminando sus estudios en Versalles, Francia. Radicado en Chicago por muchos años, Ricardo Manuel Díaz, pronto se convirtió en uno de los más importantes pintores y escultores latinoamericanos del MedioOeste de los Estados Unidos.
(Este artículo fue publicado originalmente en la Revista Contratiempo de Chicago en el 2003.)
_______________________________________________________________________________
Especulaciones del alma en la obra de Ricardo Manuel Díaz
“...tengo
alma, es cierto, pero también tengo inconsciente...”
Antonio
Tabucchi, Réquiem
El personaje que expresa estas palabras también asevera que el
inconsciente se contrae como un virus. Como también se importan tantas cosas
que nos llegan del vasto universo de los signos y los símbolos: los organismos
hiperreales que nos van invadiendo el alma, hasta tornarla en inconsciente
que cede a corrientes y contracorrientes; cuestión que delatan los críticos de
la cultura y el arte posmodernos, cuestión a la que Baudrillard tildó de simulación.
El artista no es inmune. El creador posmoderno lucha contra las moscas
cibernéticas que le rodean y persiguen. Pero como cualquier otro hombre y
mujer, muchas veces duerme con la boca abierta.
Se sabe, pero muchas veces no se advierte, que detrás de toda obra de arte hay un ser humano cundido de sueños, verdades y necesidades parecidas a las que tienen los demás hombres y mujeres del mundo. La diferencia quizá sea que el arte es un lenguage especial para los que no pueden articular lo que piensan y sienten, los que no pueden explicarse el mundo con signos comunes. El dolor entonces se expresa con punto, línea y color. De tal manera advertimos que lo aparentemente ininteligible del arte no es sino una ordenación (o un orden) de convenciones y esquemas sociales en constante dialética con la imaginación: con la memoria.
Lo abstracto: espéculo de la memoria
Toda experiencia dolorosa se vuelve peripecia para el que la vive
ante el espejo oscuro del alma. Desde la era de la presa rupestre de Altamira
hasta el presente nuestro del objeto ausente en la escultura de luz del arte
posmoderno, el creador es el mismo hombre o mujer que trata de conjugar las
posibilidades del ser. Ser, para no simplemente estar.
Ser es recordar el futuro, y sólo el arte y la filosofía pueden
pretender hacer tal imposible. La filosofía por un lado es un arte
desmitificador; el arte abstracto por el otro es una suerte de pensamiento
especulativo. Procuro la distinción para usar el término especulación en
el sentido etimológico. Especulación: intuición visionaria, modo primordial de
percibir la realidad. El arte abstracto es la adivinación de un modo de no
ver. No ver, sino ser con la ausencia de significados compartidos:
de la manera en que el hombre y la mujer primordiales eran con el mundo.
Cuando todo era yo. Ricardo Manuel Díaz lo expresa diciendo que “todo
gran arte sale de la oscuridad y el vacío de la panza y de la memoria de cuando
esa panza se arrastraba sobre el suelo”. De esa manera pone en el mismo plano
tanto lo actual e inmediato como lo ancestral.
Lo particular
A la pintura abstracta se le asocia con lo espiritual. El objeto
desparece o desvanece para que se realice la unidad del creador con el
universo. Estas son las ascuas del crisol que encendieron Kandinsky y Mondrian.
Pero lo que alguna vez fue un atentado contra el logos y contra lo meramente
representativo, con el tiempo, quizá se haya vuelto un mero esquema. No hay
duda que a muchos pintores de la actualidad les interesan más los aspectos
formales de este modo de ver y evitan los significados y lo afectivo, para
crear una obra desataviada de signos y símbolos de la dura realidad.
Lo notable en la obra de Ricardo Díaz es la presencia de un peso
afectivo; además que no ejecuta la abstracción absoluta, sino lo que se conoce
como abstracción figurativa. Su obra tiene una gran influencia del
expresionismo alemán de comienzos de siglo XX (de donde partiera Kandinsky),
con la variante de la economía del color. En sus pinturas y estudios abundan
los grises, y afirma que en su visión de arte, el gris es un color propiamente y
no una intensidad entre el blanco y el negro. Esto es muy significativo ya que
este matiz es el término neutral-medio del espectro cromático. El gris es el
color de la aparición o la desaparición. Las figuras humanas, y tambien los
objetos, en la obra de Díaz están ya a punto de aparecer. Él sabe que todo lo
que está por aparecer, también puede facílmente desaparecer.
Lo que también es curioso con respecto a la preferencia por lo gris o lo grisáceo o la opacidad es que, de alguna manera desimulada, insinúa lo contrario a la neutralidad; es decir, el forcejeo entre la oscuridad y la luz: entre el encierro y la libertad. En su obra pictórica y escultórica abundan las figuras humanas maniatadas, muchas de cuales parecen más muertas que vivas, dando la impresión de que ya es muy tarde para cualquier intervención. Esto es lo que atribuye a su obra un tono de desesperanza, el peso afectivo al que me referí anteriormente.
Una mosca en boca abierta
Por otra parte, quizá este mundo descolorido sea el medio que mejor
defina la quietud profunda[i],
lo que Díaz considera ser el momento crítico cuando se debe expresar algo sobre
la existencia y su vida en particular. Esto es el aspecto legítimo que tiene
todo arte.
Pero donde se interviene la simulación en todo arte posmoderno
es en el hecho mismo de evitar lo crudamente figurativo o representativo. Se
cede a un lenguaje cifrado que hace referencia a otros lenguajes y por muy
legítimas que sean las ideas y emociones que producen las obras, terminan diluidas
en una poética visual y una visión de mundo.
La lucha de todo artista plástico contemporáneo es romper con las
camisas de fuerza que impone ese universo de signos y símbolos. Los artistas
contemporáneos están, irónicamente, menos solos que los del comienzo de siglo.
Además de que los persiguen las moscas del mercado de ideas y sentimientos
también los acompaña el estar conscientes de que “hablan en lenguas”, de que
sus obras no representan una realidad interior que los agobia, sino que ellos
mismos, en su virulento ser, han llegado a representar una ocupación que antes
era una condición humana, pero que ahora es solamente un simulacro.
Es ahí donde viene la noción de estar entre el alma y el
inconsciente. Entre la relación mítica con el medio entorno y la mecanizada
reacción a los experimentos sociales.
Cuando el personaje de Tabucchi dice que también tiene inconsciente,
está reconociendo que él es producto de la posmodernidad, que ha dejado de ser
un alma en pena, para ser una pieza del psicoanális, aun en pena. De la misma
manera para Ricardo Manuel Díaz, la especulación —la intuición visionaria, la
visión del mundo en un lenguaje mítico que él pretende—, sufre una invasión
viral que intenta apropiarse de su ideario. Como lo expresó, su constante lucha
es romper con la maraña que intenta maniatar su yo, la lucha contra el
simulacro.
León Leiva Gallardo
Chicago, 2003