miércoles, 14 de abril de 2021

Poemas varios de León Leiva Gallardo

         Estos poemas se publicaron en Tríptico: Tres lustros de poesía (MediaIsla Editores, 2015) 

 

León Leiva Gallardo (Amapala, Honduras). Narrador y poeta.

Trayectoria. A mediados de los 90 aparecen sus primeras publicaciones de poesía y cuento en las revistas Fe de erratas (Chicago, IL), Luvina (UdG, México) y Agenda del Sur (Quilmes, Argentina). Su obra también se publica en antologías bilingües, entre cuales Astillas de luz/Shards of Light (Tia Chucha Press, 2000) y En el ojo del viento/Into the Winds’ Eye (John Barry, 2004). En sus viajes a Honduras y a México escribe apuntes y crónicas que luego habrían de convertirse en las novelas Guadalajara de noche (Tusquets Editores, 2006) y La casa del cementerio (Tusquets Editores, 2008). En ese mismo periodo aparece la coedición Desarraigos: Cuatro poetas latinoamericanos en Chicago (Editorial Vocesueltas). Después de un largo hiato reanuda sus expediciones con Tríptico: tres lustros de poesía (MediaIsla Editores, 2015) y Breviario (Ediciones Estampa, 2015), esta última con ilustraciones de arte que forman parte de la Biblioteca Americana de la Galería Estampa de Madrid. Su más reciente publicación, El pordiosero y el dios (MediaIsla Editores, 2017) reúne una selección representativa de su narrativa breve. 




Una gota negra del infinito

Sabe que hay poetas que creen haber derramado lágrimas mismas del universo. Aquéllos que pretenden haber procurado entre sus manos una gota esencial de la noche —como diría Zbigniew Herbert, una gota negra del infinito—, en la cual habrían de descubrir el numen de la imaginación humana, la conmoción del ser. Pero, me pregunto, ¿hasta qué punto puede llegar la pretensión y la afectación del hombre? A propósito de lo cual incluso este, vuestro servidor, modesto versista, confiesa haber fingido tardes de lluvia en las que se ha aliado a dicho panteón de ilusos prosistas de lo inefable, escribas de lo que no se puede explicar con signos ni cifras. Sepámoslo, a veces Damián tiene razón, hay mucho de nada en casi todo lo que pretende el hombre en los momentos ocurrentes de su llanto.




Era una especie rara


Como la lágrima de un dios

que hubiese engendrado las aguas

como la ciega luz de la nada

que hubiera alumbrado el todo


era una sustancia suma y rara

esencia sin fin —mas precisa—

solitaria y a la vez concebida

en mares lagos ríos y remansos


solitaria y a la vez conocida

sombra de su propio hacedor

era fija y distante reflexión

de una estrella azul y fenecida


era un diminuto ser en vía

de cambio y permanencia

su mismo cuerpo era su vientre

su misma sangre era su mente


era una célula-óvulo a la orilla

indecisa entre la tierra y el mar

privado protozoario del nadir

privado de principio y de fin…



Hombre a la deriva


Qué es un hombre a la deriva 

un equilibrista 

un personaje sin trama 

sin conclusión sin peripecia


acaso este hombre espere su destino 

como si fuera un viaje mal sorteado 

como una de esas fugas que acaso fueran de amnesia 

tal vez espere una magnífica guerra mundial 

o el impuntual esparcimiento de un meteoro 

dirigido exactamente al solar baldío de su alma


este pobre hombre suspendido

espera y espera 

quizá un milagro o un nuevo acontecer 

de esos que ya no se hallan en los templos

ni en las cátedras ni en los alzamientos

espera y espera el equilibrista el impacto quizá

de un instinto dormido

el brote de una desaparecida manera de ser


pero sépanlo ustedes que este ser a la deriva 

no aspira a un simple cambio de piel 

ya ha vivido varias metamorfosis fallidas 

ya fue ingenuo como un insecto huésped

ya fue sabihondo como un cuervo 

tenaz como un lobo estepario 

y también perro de la incertidumbre


¿qué espera entonces este hombre a la deriva?

¿ser inconsciente como una célula madre?


(espérense)


como todo ser demasiado humano 

el tipo ha surgido de la ignorancia a la sabiduría 

de la sabiduría a la incertidumbre 

de la incertidumbre hasta este punto…

hasta caducar agotado como un breviario

como un augur cínico y dudoso

que ahora padece de no poder concebir su fin 

el pobre hombre a la deriva


Al principio: solar baldío


I

No recuerdo el alma

imagino el cuerpo inhabitable

que pena por ella


no voy a llamarlo cadáver

y menos desalmado:


he pensado en 

indolente

maldito

cínico

pero nada de esto lo comprende


me rindo

a él mismo cedo la palabra

era un imperfecto.


II


Solía llamarse el Imperfecto

hijo de mar enfermo

falto de numen en la zozobra de la tierra


en las noches de lluvia

se aliviaba con el agua dulce

que hacía que su casa oliera

a teja mojada


su casa era una bóveda burda

el cielo raso en la oscuridad 

se le volvía todo un firmamento:

en sueños logró domar deseos

y en las pesadillas

su propio bestiario de constelaciones


bastaba tener miedo para ser dios

y crear dioses


fue así como el cielo raso

llegó a ser el solar de la discordia

donde sus avatares murieron en cruenta lid

y la sangre se derramó en la aurora


hasta que al fin llegó la luz mayor 

a cegar todos los rescoldos

ese día salió al patio de su casa

—a ver los remanentes de la noche—

y se dio cuenta de que no era un jardín

y tampoco un panteón

sino un solar baldío



Breves variaciones del tema


Todos lo hemos hecho alguna vez

echarnos en la yerba la tierra o la arena

cerrar los ojos para descartar realidades

sentir que la niebla cenicienta del silencio

nos incorpora a la espesura de la noche

y luego convertirnos en seres primordiales 

para abrir los sentidos y ver sentir escuchar

por primera vez la grave sinfonía del todo


una vez incorpóreos—primitivos que somos—

descubrimos que la eternidad está también

en cada vello en cada poro de nuestro cuerpo


acariciamos la grama la tierra o la arena

y palpamos la piel misma del universo

nos entusiasmamos soñamos y enrarecidos

viajamos por los laberintos fractales

hasta que nos percatamos de que en verdad

todas las estrellas del oscuro abismo

nacieron desapercibidas de nosotros 

los seres vivientes


la palabra misma lo explica—eternidad—

infinito absoluto que es demasiada luz

para un par de extraviados ojos

de un hombre y una mujer


era de esperarse entonces que al final del juego

—el sonido del silencio abrumando el frágil cuerpo—

nos sintiéramos invadidos por la nada


pero el ingenio humano es tan emprendedor

y aprovechándonos del estado aún primordial

comenzamos a inventar los instrumentos

que nos permitirían hacer las variaciones 

sobre el tema original —la eterna sinfonía—


antes de levantarnos teníamos que ponderar

la manera de ver sentir y escuchar al universo

y lo logramos por siglos y los siglos mas

mortales fallidos que éramos confundíamos

las variaciones del tema con el tema original


entonces dejamos de ser primordiales

y volvimos a ser simple hombre—y—mujer


ahora siendo todos demasiado humanos

a nosotros los mortales nos duele comprender 

que también somos variaciones del tema

breves variaciones del tema



La noche: Invención del hombre, el odio y el amor


I

Antes que el hombre

antes que Dios

hubo la noche


La noche no es la sombra del día

ni el día el lado claro de la noche

la noche es la sombra de sí misma

el día es el lado claro de sí mismo

el día es distante luz extinta

la noche es unidad con el sí mismo


II

A la noche no le da vergüenza

todo lo que se hace y se deshace en su penumbra

al día le caen todas las culpas


El odio y el amor

son depredadores noctámbulos

devoran a la misma presa


Pero el hombre es sabio 

cuando logra habitar la noche

la noche con virtudes y deliquios


El hombre que logra habitar la noche

es el ser más bello del mundo

el monstruo de la ecuanimidad

el ángel del exterminio

es decir 

lo más parecido a un dios

lo más parecido a sí mismo


III

El astro cero arroja los planetas con centellas multifarias

el ojo negro traga los planetas con su punto ciego nulo

para después tragarse a sí mismo:

como lo hace Dios en la unidad de la noche


Lo que sucede después de la catástrofe

del incesto cosmogónico

se llama caos y cosmos:

el odio y el amor


IV

Dios se da a luz a sí mismo eternamente

con absoluto amor

con odio absoluto

eternamente Dios se aborta a sí mismo 


El hombre

huérfana criatura del tiempo

insignificante homínido del azar

apenas sueña el sí mismo:

no nace el hombre todavía


Ergo


Pensar que la noche es meramente estar sujetos a una sombra cíclica.

Pensar que el día es la radiación estelar, apenas,

que el trinar de los pájaros y demás sonidos naturales

son la manifestación del hambre, la rutina de la fauna.


Pensar que al develar todo lo bello que nos rodea,

nos damos cuenta que también somos parte de un nicho ecológico,

que nuestros deseos están vinculados a un ímpetu ancestral y prístino,

que nuestros sentimientos son también un trinar, 

un oleaje aromático de flor, 

un mecanismo evolucionado para preservar nuestras vidas.


En fin, llegar a pensar que lo bello no es bello,

que lo feo no es feo,

que el mal no es la otra cara del bien,

sino la misma reflejada en un enigma, 

y que la muerte y la vida no son existencias transitorias,

sino incidencias sobre el plano oblicuo del tiempo:


pensar todo esto es, justamente,

el ocaso inexorable de nuestra conciencia.



Concibe a Leviatán


Sabe que hay un barco en la bahía 

sabe que es un buque inmenso  

como un fiordo que se eleva desde el fondo 

se han espantado los peces con el mugido 

que desciende desde su costillar de cetáceo 

—ventrudo obeso ahogado— 

pronto ovulará inmundicias  del color del caviar   

con sabor a caviar 

la bahía se convertirá en mar negro 

 

II 

Ah, Leviatán, 

¡no! Damián no es capaz de lanzarte un arpón 

tumefacta su mano reza presa a un canutero  

está a punto de firmar el cuaderno de bitácora 

su corazón está en tinieblas 

su pulso falsea como un compás  

endemoniado 

 

III 

Todo apunta a que el universo  

sea una bellísima composición 

pero las claves de su significado 

están a años luz de su sepulcro 

 

IV 

Cómo le hace falta el vino sagrado 

con que los dioses liban y se burlan de su mortalidad  

ese fruto lo sembró y cosechó él mismo: 

 

que los dioses no esperen más que vinagre  

en la pira del sacrificio


Últimas palabras de Judas Iscariote


Vi cómo las almas salían de los cuerpos:

alma delicada, roja miel, traicionera.

Vi la falsa campana oscilar como péndulo,

de comienzo a fin, fin comienzo, sempiterno.


Vi desdichados tropezar con más desdicha,

los humildes buscar, en el ojo del ojo,

la venganza de sus mejillas indignadas:

vi el ojo, cada vez más grande, de la aguja


dilatarse al pasar la sacra luz del oro.

Vi los crucifijos forjados cual espadas,

traspasando el miedo del corazón converso.


Vi a los desamparados morir de hambre,

las mujeres caer al fondo desde el cielo.

!Y el cielo: nublado, nublado, nublado!



La pasión según Diógenes de Sinope


¿A qué objeto se refieren mis pasiones?

¿En qué transe iluso habrán permanecido,

vacilando entre espíritu y materia,

cual si fuesen ánimas sin suerte, sin vida?


¿En qué humedad se anegan mis ideas?

¿Qué secreciones secuestran mis palabras?

Ni que fueran unciones, pócimas suicidas,

para catar, para callar, para acabar conmigo.


¿Será que estoy cerca al brocal —de la cicuta—,

sin haber siquiera oído al oráculo palpitar,

sin haber siquiera imaginado el clarín del gallo?


!Qué irrisorio entonces se torna este final

en cuyo empeño arrastro el bulto del sí mismo,

como un martirio absurdo, inútil: cínico!


El ajedrez de los dioses


juego de reyes y rey de los juegos

cómo sabes reducir la espera vital

otorgándole a la palabra número 

desmintiendo el logos y el todo


ajedrez combinatorio espacial

cómo designas las frías losas

donde los fatuos pasos del rey

siempre terminan en la nada


en las vetas de tu falso laberinto

hombres y mujeres igual sueñan

ser las piezas mayores cuando


en las eternas noches de insomnio

indolentes los dioses se entretienen 

con la ciega fidelidad de los peones




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