domingo, 17 de noviembre de 2019

Tadeusz Borowski: Del gulag al campo de concentración


El hecho que su padre estuviera confinado en un gulag, un dato que leí en una breve biografía de Tadeusz Borowski, se prestó para acabar de comprender el tremebundo pesimismo en su vida y en su obra. Las experiencias del gulag y el campo de concentración cierran el círculo infernal en el que el joven escritor polaco se formó durante su desdichada existencia. De ninguna manera es fortuito el tono sarcástico, mordaz y cáustico de sus cuentos en This Way for the Gas, Ladies and Gentleman, edición en inglés que reúne cuentos las obras (Adiós a María y Un mundo de piedra) que irónicamente lo inmortalizaron luego de haberse suicidado en 1951, a la temprana edad de 39 años. Polonia perdía uno de sus grandes escritores y la humanidad a un gran hombre. Como lo describe Jan Cott en el prólogo: “El suicidio de Borowski fue un impacto que sólo puede compararse al suicido de Vladimir Maiakovski. Borowski era la más grande esperanza de la literatura polaca en una generación de contemporáneos que fue diezmada por la guerra”.-

 Es difícil llegar a aceptar la premisa que dicta que el ser humano es perverso por naturaleza, conocemos tantas obras de suma humanidad que nos dicen lo contrario. Mas la Historia nos revela con todo un convincente argumento que los seres humanos podemos pasar de ser ángeles a demonios en una misma vida, llevado por ciegas convicciones políticas o religiosas o simplemente por la muy conocida avaricia. El bien de unos se vuelve el mal de otros en un cambio de poder a veces ni tan radical. Creo que no es necesario dar ejemplos, pero para el propósito de estos pensamientos sobre la vida de un hombre que pudo darnos tanto bien; creo que la vida de Borowski es un perfecto ejemplo de alguien que fue víctima de la consumación del mal, llevado a su máxima expresión tanto en el gulag como en el campo de concentración. 

Si Freud llamó el “malestar de la cultura”, una denominación bastante cautelosa, casi un eufemismo, a la cruel lucha entre los instintos constructivos y destructivos en el desarrollo psicológico del individuo, cómo habrá de llamárseles a los mismos cuando se manifiestan en la especie en general. La traducción al inglés del título de ese obligatorio ensayo de Freud es “civilization and its discontent”, y creo que revela mejor lo profundo y sagaz que fue su análisis con respecto a la naturaleza o la condición humana. 

Los últimos dos siglos nos han dado flagrantes ejemplos de perversidad humana, sin precedentes por lo sistemáticos que han sido, y un solo término lo comprende: el genocidio. La sistemática aniquilación de los indígenas en el continente americano, la sistemática esclavización, denigración y tortura prolongada de los africanos, el holodomor en la antigua Unión Soviética (especialmente la “hambruna ucraniana”, los aislamientos en gulags) y la más infame de toda perversidad, el holocausto. Conociendo este historial, términos atenuados por la sofisticación intelectual, como “malestar de la cultura” o “el descontento de la civilización”, son inclusive ofensivos a la dignidad de las víctimas. Lo que es más claro al hacer un análisis incluso somero de la condición humana es que, de hecho, padecemos de la perversidad de la civilización.

Dicho lo anterior, puedo también agregar que, inmersos en el vórtice de la historia, muchos camaradas entregados a los programas radicales de socialización no advirtieron que podían terminar siendo verdugos y hasta víctimas de un sistema que había sido viciado. Tadeusz Borowski fue un gran elemento del ideario comunista (sistema totalmente deshumanizado por el psicópata Stalin) y luego terminó siendo víctima del mismo. Mi lectura de la vida de la familia de Borowski en general está de pronto afectada por el sentimiento del que ve las cosas desde la comodidad del solipsismo en que vivo, y llego a la conclusión que tanto su padre, su madre, como él mismo, fueron “víctimas inocentes” que, fatídicamente, pasaron del gulag al campo de concentración. Pero, a manera de autocrítica, esto es algo que no debe de asombrarnos si conocemos la historia europea de comienzos a la mitad del siglo XX y bien sabemos cómo muchas generaciones sufrieron los forcejeos de las dos corrientes políticas que más sangre han derramado en la historia moderna. Mi propia contestación es que, siendo un comunista de cepa, Borowski sabría muy bien que no era un simple objeto de la historia, sino que él mismo la estaba forjando. Se dice que el joven Tadeusz siempre sufrió de cargos de conciencia por no haber previsto y haber reaccionado a tiempo ante todo lo que sucedía. Sus últimos meses fueron de gradual rendición. La vida de este hombre es más que digna de una novela, una novela que estudie, que analice la transformación del hombre ante las perversidades de la civilización. 

Impresionado por el estilo mordaz y cáustico, a menudo con humor negro, en la narrativa de Tadeusz Borowski, comencé a investigar más sobre su vida y me hallé un artículo en el blog del escritor español David Pérez Vega en el que hacía la observación de que su estilo narrativo era más literario que el de Primo Levi en Si ese es un hombre. Coincido con la observación y añado que Tadeusz Borowski es poeta y su visión de la realidad de pronto estuvo más influida por el lenguaje figurado y por instancias de lirismo, que eran, literalmente, como flores silvestres brotadas de las fosas comunes. Como la edición en inglés abarca todo un recorrido de la vida de Borowski, en este podemos ver cómo su tono va cambiando de sarcástico (“Por aquí se va al gas, damas y caballeros”), a condescendiente (“Nuestro hogar es Auschwitz”), hasta llegar al final pesimista ya cuando vive en Alemania liberada (“Un mundo de piedra”), del cual extraigo este fragmento que expresa su resignación: 

“Algunas veces me parece, incluso, que mis capacidades sensitivas se han coagulado, y cristalizado en mi interior hasta convertirse en resina. En el pasado observaba el mundo con los ojos bien abiertos y llenos de asombro, poniendo los cinco sentidos cuando transitaba por las calles, como un gato joven caminando sobre el antepecho de una ventana. Ahora, sin embargo, puedo dejarme llevar con total indiferencia por la multitud en movimiento y restregarme con cuerpos calientes femeninos sin sentir la más mínima emoción, inmune a la seducción de las muchachas, a la desnudez de sus rodillas y a sus cabellos aceitosos e intrincadamente rizados. A través de mis ojos medio abiertos imagino con satisfacción que una ráfaga del vendaval cósmico se lleva a la multitud por los aires, la eleva hasta la copa de los árboles, y succiona después los cuerpos humanos en el interior de un enorme remolino (…)”

Jan Cott a primera instancia resume el punto de vista de Borowski en estos cuentos que describen la deshumanización sin los dejes de la afectación o el sentimentalismo, y observa que en estos relatos la diferencia entre el verdugo y la víctima se desprende de toda grandiosidad. Los cuentos de Borowski no son simples testimonios y nos dejan prever que si hubiera vivido más años, habría sido uno de los grandes novelistas del siglo XX.

                                                                        (León Leiva Gallardo)


domingo, 22 de septiembre de 2019

Amapala: Son las luces, aquéllas, desde el puerto (soneto)






Una de mis fascinaciones cuando joven era explorar con el soneto y a la vez mantener los elementos tradicionales. Este es mi primer soneto. Lo escribí cuando tenía 17 o 18 años. Curiosa o consecuentemente, mis ejercicios con formas tradicionales, con métrica y rima, luego le dieron gran soltura y balance al verso libre. Cómo la academia misma da riendas para torcerle el cuello al cisne!



domingo, 18 de agosto de 2019

Juan Ramón Molina en Amapala


Probablemente el último poema de Molina en su país. “Adios a Honduras” describe la decepción y tristeza de haber sido desterrado de su patria entonces en manos de "tiranuelos". Estas serían las últimas imágenes del puerto de Amapala, cuando viajaba hacia el exilio en El Salvador, donde viviría sus días postreros.


Adiós a Honduras
  (en el vapor "Costa Rica")

Voy a partir: Adiós! La frágil nave,
deslizándose suave,
lanza a los cielos su estridente grito;
y el humo ennegrecido que respira
en colosal espira
asciende a la región de lo infinito.

Las alas de oro, lánguida y cobarde,
pliega la mustia tarde
en la insondable cuenca del vacío,
como águila cansada que al fin toca
su nido en la alta roca,
y se recoge trémula de frío.

Quebrándose en el vidrio de los mares
los destellos solares
las espumas blanquísimas inflaman;
y como hambrientas e irritadas fieras
-mordiendo las riberas-
las bravas olas estallando braman.

El viejo sol, que en su esplender difunde
desde el ocaso se hunde
con un nimbo de vivas aureolas:
El alción fatigado el ala cierra
y se aduerme la tierra
al sollozar de las hinchadas olas.

¿Por qué, por qué con la mirada incierta
sigo, desde cubierta,
la dirección del puerto de Amapala,
si el vapor, con seguro movimiento
sobre el blanco elemento
en busca de otras playas resbala?

¡Oh, tarde melancólica! ¡Oh, astro
que luminoso rastro
dejando sobre el mar, en él te hundiste!
¡Oh vagabundas nubes! ¡Oh, rumores:
afanes punzadores
llevo en el alma, dolorida y triste!

No es el amor el que a sufrir me obliga
y el corazón me hostiga
al despedirme de mi tierra ruda;
Ni la ciega ambición desenfrenada
que a la mente exaltada
cual venenosa víbora se anuda.

Es un oculto y hondo sufrimiento,
algo como un lamento,
el recuerdo de lúgubres escenas
el horrible chocar de los cuchillos,
el roce de los grillos
y el siniestro rumor de las cadenas.

¡Qué triste es ver que en el cóndor de la cumbre
al foco de la lumbre
vivífica del sol el ala tienda,
y de repente, al mutilarlo un rayo,
en tremendo desmayo
en espantosa rotación descienda!

Como ese cóndor del crestón bravío
el noble pueblo mío
movió a la libertad las grandes alas,
y al remontarse a coronar su anhelo
un audaz tiranuelo
se las ha cercenado con las balas.

Así como la flor, rica en esencia,
manchan con su excrecencia
el purísimo cáliz los insectos,
han deshonrado el hondureño solio
-con torpe monopolio-
mandatarios estúpidos y abyectos.

¡Oh, pobre patria! El que de veras te ame,
en indolencia infame
no mirará el ridículo sainete,
sin que encamine, trágico y austero,
el paso al extranjero,
o a los histriones con las armas rete.

Por eso en tus fronteras montañosas
sobre olvidadas fosas
que baña el sol con sus ardientes luces
contempla el caminante, entre zarzales
y abruptos peñascales,
alzarse al cielo solitarias cruces.

Yacen allí, tras las batallas cruentas,
las torvas osamentas
de tus hijos más dignos y valientes,
y que rodaron, en su rabia loca,
de una roca a otra roca
el cartucho mordiendo entre los dientes.

¡Ay! A pesar del largo despotismo
que te empuja al abismo,
a la nostalgia sin hallas remedio,
mares cruzando y anchos horizontes,
tornamos a tus montes
porque nos mata un incurable tedio.

Vi humillada en el polvo la bandera,
extinguida la hoguera
del patriotismo, alzados los protervos,
Hundido el pueblo en vergonzosas cuitas,
las águilas proscritas
por una banda de voraces cuervos.

Vi… ¿Mas pudiera el pensamiento mío
describir el sombrío
lúgubre cuadro de baldón y mengua
que me llenara de indecible espanto?
¡Vigor falta a mi canto
y siniestro vocablo a mi lengua!

Cuando enaltece el déspota triunfante
la poesía vibrante
es triste objeto de irrisión y mofa.
¡Para el infame que a su pueblo abruma
con terror, la pluma
puñal se vuelva, y bofetón la estrofa!

Los que sufrís en el ocio envilecido
sin lanzar un rugido
el látigo ominosos del verdugo,
¿Porqué lloraís? ¡Bien merecéis, menguados,
ser vosotros atados
como los bueyes al innoble yugo!

Pero ¡qué exclamo! Perdonadme, amigos,
que impasible testigos
no fuisteis nunca de la patria ruina,
porque habéis muerto con valor sereno,
coméis un pan ajeno
o sufrís en hedionda bartolina.

Perdonadme también los que entre crueles
burlas, en los cuarteles,
atados de los pies y de los brazos,
con fieros palos y con golpes rudos
de los cuerpos desnudos
la carne os arrancaron a pedazos.

Y tu también perdóname, ¡oh robusta
juventud, que a la justa
ira cediendo, entre el común asombro,
llevaste a cabo insólitas hazañas
luchando en las montañas
muerta de hambre y el fusil al hombro!

De la ciudad al triste caserío
despertó al fin el brío,
a tu voz, de los hijos de mi tierra;
y en sus bases graníticas sentados
los montes enriscados
tu ronco grito repitieron: ¡Guerra!

¿Por qué fue en balde el temerario arrojo
con el que sublime enojo
el pecho diste a la mortal metralla?
¡Ahora que triste la mirada giro
en derredor, te miro
sin sepulcro en los campos de batalla!

¿Qué fue de aquellos que estreché las manos,
que quise como hermanos
en otros tiempos y mejores días?
¿Dónde están? ¿Cuántos son? ¿Por qué se vedan?
¡Ay! ¡De ellos sólo quedan
ilustres sombras y osamentas frías.

¡Todos murieron en la lucha fiera
al pie de su trinchera,
víctimas nobles de un brutal encono;
y hoy Honduras, cometiendo excesos,
alza, sobre sus huesos,
en despotismo asolador su trono!

A los malvados que a su pueblo oprimen
con el crimen, el crimen
ha de poner a sus infamias coto,
o volarán, odiando y vencidos,
del solio, conmovidos
por un social y breve terremoto.

Vendrá la redención… Me voy en tanto.
la noche tendió el manto
por la callada inmensidad del cielo,
y cual del sol enamorada viuda
melancólica y muda
vierte la luna un resplandor de duelo.

La fresca brisa con su beso alivia
mi frente que arde, y tibia
aspiro una ola lánguida de aromas,
¡Efluvio de mis rústicos alcores!
¡Hálito de mis flores!
¡Emanaciones de mis verdes lomas!

Queda la Isla del Tigre tras la quilla
del vapor: el mar brilla
salpicado de espumas luminosas,
que se encadenan y que se forman luego
mil culebras de fuego
sobre las negras aguas temblorosas.





domingo, 14 de julio de 2019

Álvaro Rojas Salazar: Relato de una crónica sobre un drama filibustero



A los que a menudo nos detiene la Historia como en una estación solitaria en la que esperamos reanudar el tiempo, nos fascinan los escombros del pasado, los derruidos caserones donde convergieron las voluntades de nuestro destino. Al asomarnos por las rendijas a entrever ese ideado interior, habitado de voces ya extintas, y al reimaginar los acontecimientos como lo hace Álvaro Rojas Salazar en Ambos mares, nos volvemos espectadores y también hacedores de un teatro de sombras.

De pronto Álvaro Rojas Salazar no haya advertido el gran potencial novelesco que tiene este relato o crónica. Con una voz narrativa del cronista conocedor de la historia, confecciona inconsútilmente entre el Rivas y el San José del siglo XIX un retazo de vida de la compleja historia de la incursión de William Walker en Nicaragua. Además de otros valores literarios de este relato, me llamó la atención, luego de leerlo dos veces, el hecho que el texto sea, sin intención de serlo, un pulcro bosquejo de lo que podría convertirse en una novela de largo aliento.

    (Walker fusilado en Trujillo, Honduras-1860)
Sabido es que la historia del atentado esclavista de William Walker es material de novela. Fascinante e infame a la misma vez, invasión filibustera que unió a los centroamericanos a expulsarla de nuestras tierras (con la iniciativa de la Iglesia costarricense que financió reclutamiento de ejércitos hasta la capitulación de la guerra, el fusilamiento de William Walker en Trujillo, Colón (Honduras) en 1860, capturado por el ejército del poco conocido General Xatruch (el catracho). La Iglesia católica temía la invasión protestante y los hacendados temían ver sus tierras convertidas en plantaciones de esclavos, donde ellos quizá habrían de figurar de capataces.

Este drama histórico de heroicidad costarricense no es el tema central en Ambos mares. Rojas Salazar introduce el percance, la ironía y la comedia (en el sentido teatral), para contar la anécdota de un puñado de filibusteros, capturados por el ejército costarricense en Rivas, Nicaragua, quienes luego son trasladados a la adormecida San José de 1856: ciudad donde el teatro se había clausurado para impedir el despilfarro de los citadinos (como alguna vez se clausuraron en el Londres puritano, por razones de “levedad y goce lascivo”). Los filibusteros, ahora confinados en una cárcel de San José, se vuelven un inconveniente para las autoridades.

No se les quiere fusilar y ellos mismos tienen que generar la plata para ser expulsados del Istmo de una vez por todas. Es así como las autoridades los hacen montar un obra teatral cuya trama es su propia fallida aventura filibustera, y terminan siendo personajes en busca de absolución (creían que iban a ser fusilados). Después de varias funciones muy bien recibidas por los citadinos, queda explícito que se había generado suficiente dinero para expulsarlos y que, esto es implícito, a mi ver, agraciada ironía del autor, el teatro habría de ser reinstituido en la ciudad. No sé si sea relevante, pero ahora que lo pienso, esta crónica relato me recuerda algunos textos de Eduardo Galeano, por la manera en que los recovecos de la historia conducen a otros acontecimientos inesperados, insólitos e irónicos.

      Álvaro Rojas Salazar 
La trama de Ambos mares da la impresión del teatro dentro del teatro, comedia cuyo preámbulo (si seguimos la parodia), sería la presentación en primera persona del autor, que resume brevemente la historia de la incursión de William Walker en Nicaragua. La voz y punto de vista del cronista es obvia en esta parte inicial, ya que busca temas y títulos para escribir una crónica sobre su estancia en Rivas, Nicaragua. Luego, gradualmente, la narrativa se va, o mejor dicho, nos va conduciendo hacia el relato. Aviso que no he reparado en tratar de distinguir lo real de lo ficticio porque el contenido es bastante interesante. Esta es una de las convenientes características de la ficción histórica, el lector de sólito prescinde de aspectos literarios porque está ya cautivo en la historicidad. Pero, por lo poco que sé de Álvaro Rojas Salazar (los centroamericanos somos notorios por desconocernos), entiendo que el ensayo y la crónica son sus fuertes: Telire (2017), Con lápiz en la mano (2018) y La Boca, el Monte y las novelas (2018).

   


Acabo de leer este relato en la revista digital hondureña, Tercermundo.hn, y no sé si pertence a algún libro de crónicas o relatos. En todo caso, entusiasmado yo por una gran novela histórica sobre la expulsión de William Walker, quisiera animar a nuestro amigo costarricense a que tome la iniciativa personal de expulsar al esclavista, ahora, en este convulsivo siglo XXI. Álvaro Rojas Salazar no llegaría primicio a las exigencias del género mayor: es autor de la novela Greytown (2016), y, además, según otros críticos, todas sus obras parecen acudir a la crónica, el ensayo y la novela. Paso a seguir para mí, es buscar sus libros y comenzar a leer más a través de la sensibilidad y el conocimiento de uno de los representantes contemporáneos de la literatura costarricense.



                              León Leiva Gallardo

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Enlace al relato Ambos mares, publicado en la revista digital Tercermundo.hn:
http://www.tercermundo.hn/2019/07/12/ambos-mares/?fbclid=IwAR0xPomU7Sgl0e3ZMZKU8s80qJEJxWjHpj4MS9Q4O8BlNyXI75GwldRViUQ

                                                                                    





domingo, 9 de junio de 2019

El cachurequismo: Una manera de pensar


Después de diez años de infructuosa independencia en Centro América, Francisco Morazán Quesada junto a un grupo de hombres que se hacían llamar revolucionarios Jacobinos, seguidores de la línea más dura y radical de la revolución francesa, asaltan las líneas del liberalismo y se toman el poder, desplazando al reciente poder criollo asociado a la Iglesia Católica, que abogaba por una visión del mundo dentro de parámetros simbólicos mágico-religioso, judeocristiano, impuesto a fuerza de cruz, espada y garrote desde tiempos de la conquista española en estos pueblos. Con la llegada de Morazán al poder el 16 de septiembre de 1830, se instaura un gobierno dispuesto a desmontar el sistema colonial imperante aun después de la “independencia”.

Ésta no había sido más que el artificio político económico, de un traspaso de poder de padres a hijos. Los españoles nacidos en estas tierras se disponen ahora a ejercer el poder político económico y social, sin la molesta injerencia de la Corana española que con sus leyes tributarias y modo de administración feudal menoscababa el crecimiento de una clase criolla habida de ejercer el poder absoluto sin tener que rendirle cuentas a nadie. Así es como aparecen en el escenario post independentista de Centroamérica, personajes que abrazan la ideología liberal, proyecto político burgués europeo, nacido después de la revolución francesa para detener el acceso al poder a un pueblo que amenazaba con su emancipación absoluta de la esclavitud. Pueblo que de muchas formas había sido sometido por siglos en el viejo mundo por la clase aristocrática defensora a ultranza del sistema de gobierno monárquico que imperé por siglos en Occidente.

La sociedad feudal con aires de aristocracia en Centroamérica es avasallada por los miembros de la familia Aycinenas de Guatemala, quienes ya para 1820, ocupaban 71 puestos públicos, incluyendo posiciones eclesiásticas, y entre todos ellos recibían anualmente la no despreciable suma de dos millones de pesos. La injerencia de esta familia en los asuntos políticos, económicos y religiosos de la región no fueron interrumpidos con la “independencia de 1821”; al contrario, afianzaron sus posiciones dentro de los nuevos Estados, apoyando el caudillismo y encabezando ellos, a través de Mariano de Aycinena, los destinos del gobierno de Guatemala.



Al llegar Morazán con los jacobinos al poder, quienes tenían como fin la construcción de un estado de derecho laico, la familia Aycinena perdió su poder y su fortuna, fue derrotada, y la mayor parte de sus líderes fueron exiliados. Pero no sin antes hacer la lucha a toda costa, ya que anteriormente a que ganara las elecciones para presidente de Centroamérica en 1830, Morazán había derrotado en cruentas batallas a los Aycinenas y sus socios, la pequeña oligarquía parasitaria naciente.

Es así que después de más de dos años de intensa lucha, en 1829 Morazán se toma Guatemala con sus soldados a los que llamó Ejercito Aliado Protector de la Ley. Esta acción tenía como objetivo restituir el orden constitucional, violado por el entonces presidente de Centroamérica el sacerdote liberal, el salvadoreño Manuel José Arce, aliado para ese entonces a los Aycinena. Es en este escenario en que parece la hermana de Mariano de Aycinena, la monja María Teresa de Jesús de la Santísima Trinidad, del convento de Santa Teresa, quien desde 1816 venía diciendo que recibía cartas de ángeles, y que cada viernes el señor Jesucristo se le aparecía en el convento, manifestándole su descontento y desagrado con aquéllos que se atrevían a desafiar la autoridades de la Corona española.

Ahora, las cartas y visitas de Jesús el Nazareno, señaladas por Santa Teresa, tenían como fin específico: afirmar que Morazán era el mismo anticristo, prometiendo herencia divina en la gloria eterna a todo aquel que ayudara a su hermano en la “guerra santa” contra Morazán. Advirtiendo que aquellos que no lo hicieran se prepararan para las “profundidades del infierno”. Estas elucubraciones fueron aceptadas como verdades por las autoridades eclesiásticas en Centroamérica, llegando al ridículo extremo de pedir formalmente su beatificación a la Santa Sede.

Lo anterior solo reflejaba la estrategia del patriarca Mariano de Aycinena, uno de los miembros del clan Aycinena, cuyo miembro fundador fue el marqués Juan Fermín de Aycinena e Irigoyen, único individuo en Centroamérica quien logró comprar un título nobiliario a la Corona). Aycinena planteaba en la carta que le envía el 9 de diciembre de 1827 a su hijo Antonio (comandante del ejército que enfrenta al ejército de Morazán) y, entre otras cosas, le dice: “Si perdemos con las armas, desplegaremos aquí la del fanatismo para exaltar a este pueblo devoto y levantar de nuevo un famoso ejército. Diremos en nuestras proclamas que los enemigos no respetan la honestidad de las doncellas, los lazos conyugales, ni la inocente infancia, que todo lo asolan y destruyen; que todo lo violan y pisan, hasta lo más sagrado. Que su elemento es el robo, las depredaciones, sus deseos, hartarse de sangre guatemalteca; que los religiosos van a perecer en sus manos, las monjas, los santos y los templos, que todo será perdido si los pueblos no salen en defensa de su religión y de su patria y otras mil cosas semejantes”. Más adelante sigue diciendo: “[…] pero tampoco cesaré yo de perseguirlos, y sobre, que nuestros frailecitos con sus exhortaciones, nuestras monjitas con sus rogativas y nuestro ilustrísimo con su incomparable destreza en esta clase de negocios, serán los instrumentos que dirijan al pueblo en nuestra campaña.”

Al llegar las correspondencias de la monja María Teresa (las que se hacían circular por toda Guatemala) a manos de Morazán, y al verlas plagadas de errores ortográficos, exclamó: “por lo visto ni Santa Teresa ni el mismísimo creador saben las más elementales reglas de la ortografía”; dando instrucciones la noche del 10 de julio de 1829 a Nicolás Raúl, militar francés al que Morazán confiaba misiones complicadas, para que previa investigación capture y expatrie a los sacerdotes que estaban conspirando contra el nuevo gobierno federal. Y es así que fueron a parar a Cuba junto a su máxima autoridad, el “ilustradísimo” Arzobispo Fray Casaus y Torres y 289 misioneros más, de las ordenes Recoleta, Dominica y Franciscana.

Es hasta 1837 que la Iglesia católica empieza a recuperar el espacio perdido en el engranaje político, económico y social en Centroamérica, al aparecer en el escenario político, desde las montañas de Mataquescuintla, de la mano de los padres Francisco Aqueche y Francisco Lobo, el mestizo iletrado Rafael Carrera, quien era nieto del Marqués Mariano de Aycinena. Nacido Rafael de una relación de estupro de Antonio de Aycinena con su empleada doméstica, la indígena Manuela Carrillo, quien dio en adopción al niño a Juana Rosa Turcios, cuyo marido era de apellido Carrera. Esta pareja vivía en Mataquescuintla, lugar donde ejercían el sacerdocio Francisco Aqueche y Francisco Lobo, “padrecitos” que introdujeron al niño Rafael Carrera en los oscuros misterios religiosos, para después hacerle creer que él era la reencarnación del arcángel Gabriel y el ungido para hacer frente al anticristo Morazán.

Así, con apenas 23 años, sin saber leer ni escribir, bajo la tutela y protección de Aqueche y Lobo, siguiendo la línea estratégica política y militar del Marqués Mariano de Aycinena. Usar para sus fines la superstición religiosa, perfila a Rafael Carrera, quien poco a poco fue reuniendo un ejército indígena con el propósito de derrocar al Gobierno Federal de Francisco Morazán. El relativo éxito de carrera en sus incursiones militares se debió a su estrategia de ataque que Morazán ya había empleado en su cruzada militar entre 1827 al 1829: hoy conocida como guerra de guerrillas. De esa forma Carrera se lanzó en contra del Gobierno Federal, asesinando sus simpatizantes y autoridades de la forma más cruel posible.

Reconocidas se hicieron las hordas de Carrera, por saquear ciudades completas por donde pasaban. Así que, al oír de lejos los bramidos de un cacho de vaca que Carrera usaba para ordenar su ejército, los citadinos corrían horrorizados a esconderse en sus casas mientras gritaban “¡allí vienen los cachos, allí vienen los cachos!”.

Viendo los liberales la inconveniencia para los intereses de su clase (pequeña oligarquía naciente), se disponen a traicionar a Morazán, con quien tenían una supuesta alianza en contra del bizarro e incipiente liderazgo del joven Carrera. Reaparece entonces en la escena política de Centroamérica de nuevo la familia Aycinena, ahora liderada por el padre Juan José de Aycinena, quien después de ocho años de exilio en Estados Unidos de América, regresa para dirigir desde la oscuridad de pulpito religioso una ofensiva sin precedentes contra el gobierno federal. Como buen “político” se asocia en esta aventura con el encargado de negocios del gobierno inglés en esta región, Federick Chatfield, y juntos conspiran para derrocar a Morazán, a quien por fin lograran vencer gracias al ejercito de Carrera y a la traición de los liberales quienes habían prometido apoyo militar a este para hacer frente al asedio que Carrera había sometido a la ciudad de Guatemala durante mucho tiempo; extorsionando a sus autoridades y saqueando la misma. Es así que Morazán pierde la batalla de 1839 en esa ciudad, y luego es obligado a salir al exilio.

Con la posterior muerte de Morazán en 1842 desaparece el proyecto de desmontaje de la superestructura colonial del estado, y el liberalismo criollo se une a las hordas fanático religiosas de Carrera; y junto a la pequeña oligarquía parasitaria naciente, crean en los diferentes países de Centroamérica gobiernos dictatoriales de corte feudal y religioso, dedicándose durante 30 años a incubar una forma de pensar aferrada al pasado de la colonia española.

Con la alianza de las hordas religiosas de Rafael Carrera y los liberales asociados a la pequeña oligarquía centroamericana, se institucionaliza en esta región el conservadurismo, doctrina política de derecha, enemiga de cambios políticos y sociales, que defiende a ultranza dogmas religiosos, asociados al patriotismo o nacionalismo. En Centroamérica se le ha conocido por sus características singulares como cachurequismo. Demás está decir, de dónde sale tan sugestivo epíteto. Se puede determinar a éste como una ideología política definida. Podemos afirmar que es una manera de percibir, sentir y vivir la vida, desde la perspectiva mágica religiosa del cristianismo, instaurada como única y absoluta verdad del ser humano como parámetros simbólicos de existencia.

Con la dictadura de Rafael Carrera la familia Aycinena logra de nuevo dominar la vida política, social y económica de Centroamérica. Además de ejercer los principales puestos de dirección de la Iglesia católica, para 1842 un sinnúmero de puestos gubernamentales y no gubernamentales habían pasado a sus manos: 10 de los 30 diputados eran miembros del clan; dos de ellos servían de vice presidentes, y 7 de los 13 funcionarios de la corporación municipal, también eran Aycinenas. Y así, por más 30 años gobernaron olímpicamente en Guatemala ejerciendo su poder e influencias en los demás gobiernos de la región.


Después de esta época surgieron movimientos con aires de liberalismo, los cuales no pudieron desmontar el sistema heredado de la colonia. Podemos decir que estos intentos liberales estuvieron contaminados del ya instaurado cachurequismo centroamericano, pues; clásico de estos movimientos “emancipadores” ha sido el caudillismo a ultranza, al puro estilo carrerista. Y qué decir del papel que la Iglesia ha desempeñado como columna vertebral en estos movimientos sociales, interviniendo en todos los aspectos de la vida, proponiendo como única alternativa la cosmovisión del mundo judeocristiano, contraviniendo la propuesta modernista de un estado de derecho laico, hecha por los jacobinos centroamericanos liderados por Morazán.

El cachurequismo se caracteriza por la negación de la memoria histórica, por una falta de identidad y sobre todo por una domesticación de las personas, programadas para obedecer y respetar a quienes los oprimen y explotan, sin poder verse a sí mismos como siervos, mozos, esclavos, vasallos o lacayos. Es, en otras palabras, la instrumentalización de las personas a través de la Iglesia. Y si bien, abrazando principios de carácter liberal los cachurecos sustituyeron las dictaduras del “más allá” por las del “más acá”. No podemos de ningún modo decir que el cachurequismo haya comulgado con las ideas de libertad planteadas al calor de la revolución francesa; al contrario, han sido ellos acérrimos enemigos de las libertades individuales y conquistas humanas por lograr mejores estadios de vida, planteados por los filósofos del iluminismo como Locke, Montesquieu, Rousseau, Hobbes y Voltaire.


Pero hablar de conceptos filosóficos en este caso, sería elevar el pensamiento cachurequil a unos niveles de humanización que no merece. Sabemos que el cachurequismo es enemigo declarado de la ciencia y el conocimiento, actuando cuando se le exige más por reacción e impulso que por el razonamiento. Esta manera de pensar y ver la vida se caracteriza por lo visceral de su esencia, la cual se basa en reprimir a sangre y fuego todo lo que amenace su existencia.

Otra característica del cachurequismo es la capacidad que tiene para disfrazarse de ideología política, vistiéndose de diferentes colores, confundiéndose a veces con el nacionalismo, pasando por el liberalismo, hasta incluso llegar a permear las filas de la izquierda ideológica. Es por ello que decimos que, en nuestro país, ni desde la derecha, ni desde la izquierda, se ha planteado en los últimos 140 años una sola propuesta política y social que rompa con el pasado histórico, mediante una nueva forma de percibir, sentir y vivir la vida, fuera de los artilugios que el cachurequismo ha impuesto como parámetros de vida en las mentes de la gente, desde tiempos de los Aycinenas y Carrera. Situación que no ha permitido en la historia moderna de estos pueblos manifestaciones contraculturales o rupturas generacionales que contribuyan a tener otra lectura del mundo que nos rodea.

El cachurequismo con su falso tradicionalismo cultural se las ha ingeniado para hacernos caer en la trampa de la involución, sosteniendo artificios culturales ajenos a la idiosincrasia de nuestros pueblos, mezclando tradiciones religiosas con manifestaciones festivas sociales: la Semana Santa, Navidad Catracha, ferias patronales, El Guancasco, Semana Patriótica (ahora paradójicamente llamada Semana Morazánica), Recreovias, Actívate, Honduras Canta, Un día Una Nación. Día de este, día del otro, en fin, la pseudocultura y la religión se mezclan y se confunden en el voraz consumismo capitalista, donde se entiende la artesanía por antropología, la tradición religiosa por historia, el futbol por arte, el militarismo por deporte, el reggaetón por música, y el panfleto por poesía. Esta forma de pensar taimada y sórdida ha hecho de este país, un remedo de nación, sumergido hoy en una vorágine de sangre, donde se entiende por soberanía territorial la venta de ríos y territorios, por soberanía del pueblo, la diaria violación de la constitución de la república. Contrato social que ellos mismos han hecho y violado cuantas veces sea necesario para satisfacer sus mezquinos intereses cachurequiles.

El surrealismo paradójico del cachurequismo oficialmente, representado por el Partido Nacional en el poder, lejos está de una concepción nacionalista propiamente dicha. Pues nadie más que ellos han dado concesiones a diestra y siniestra, desmembrado el territorio, vendiendo los más sagrados intereses de la patria a grandes monopolios extranjeros: compañías bananeras, palmíferas, hidroeléctricas, cementeras, minas de oro y plata, banda ancha, telefonía, electricidad, carreteras, en fin. Todo lo venden al mejor postor, sin importar las consecuencias futuras de sus desmanes, a sabiendas que los ciudadanos no reaccionarán a estos exabruptos, pues seguros están de haber hecho un eficiente trabajo de enajenación mental en la población donde el discernimiento, el debate constructivo de ideas y la generación de pensamiento no tienen cabida. Y es el pastor o sacerdote que siempre tendrá la última palabra en temas de moral, ética, generó, corrupción, educación, salud, seguridad y otros. Tampoco es de extrañar por los antecedentes históricos antes expuestos, escuchar en la actualidad a curas, obispos, cardenales, pastores y “apóstoles” evangélicos, bendiciendo, haciendo premoniciones y vertiendo opiniones para inducir al pueblo a favor del cachurequismo.

Cada niño o niña que ve la luz en este país, nace marcado con un número en la frente y no es precisamente el “misterioso y oscuro 666” del que tanto hablan los que profesan la fe evangélica, ¡No! Ni haciendo la más complicada de las ecuaciones con ese número nos darían 7,686.181 (siete millones, seiscientos ochenta y seis mil, ciento ochenta y un lempiras) que no es otra cosa más que la deuda con que nace cada hondureña o hondureño en la actualidad, al cual años de vida le faltaran para poder honrarla. Aun así, incapaz será durante el tiempo que dure ésta, de sospechar siquiera, cual es el verdadero motivo de todos sus males. La construcción de su ser cachureco se manifestará en ella o é, en todos los aspectos de sus vidas: en su modo de vestir, de caminar, de peinarse, de hacer el amor, de orar, rezar, cantar, bailar, llorar, mirar, protestar, reír y sobre todo de pensar; sí, de pensar. Porque el cachurequismo es ya una manera de pensar y actuar, es un nivel de conciencia o más bien de inconsciencia que refleja el grado de deshumanización del o la hondureña. Y si bien es cierto hoy están oficialmente representados por el partido Nacional en el poder, mañana podría ser otro el represente de semejante enajenación, llámese: Liberal, Pac, Pinu, Democracia Cristiana, UD… y hasta el mismo Libre.

Definitivamente, a los cachurecos se les encuentra por todas partes y en todos los partidos políticos de la nación. En eso tienen razón los dirigentes del partido Nacional al decir que son la gran mayoría en el país. Nadie que tenga dos dedos de frente, podrá negar semejante verdad, para desgracia de otros y de quien escribe, quienes nos hemos esforzados por alcanzar cierto grado de conciencia humana, lejos de los dogmas, del machismo, tabúes y prejuicios religiosos propios del ¡Cachurequismo Carrerista!

                                                                                                             Alex Palencia


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