~Primera parte del poemario Damián, publicado en Tríptico: tres lustros de poesía (MediasIsla Editores, 2015)~
Hombre a la deriva
Qué es un hombre a la deriva
un equilibrista
un personaje sin trama
sin conclusión—sin peripecia
acaso este hombre espere su destino
como si fuera un viaje mal sorteado
como una de esas fugas que acaso fueran de amnesia
tal vez espere una magnífica guerra mundial
o el impuntual esparcimiento de un meteoro
dirigido exactamente al solar baldío de su alma
este pobre hombre espera y espera suspendido
quizá un milagro o un nuevo acontecer
de esos que ya no se hallan en los templos
ni en las cátedras ni en los alzamientos
espera y espera el equilibrista el impacto quizá
de un instinto dormido
el brote de una desaparecida manera de ser
pero sépanlo ustedes que este ser a la deriva
no aspira a un simple cambio de piel
ya ha vivido varias metamorfosis fallidas
ya fue ingenuo como un insecto huésped
ya fue sabihondo como un cuervo
tenaz como un lobo estepario
y también perro de la incertidumbre
¿qué espera entonces este hombre en suspenso?
¿ser inconsciente como una célula madre?
(espérense)
como todo ser demasiado humano
el tipo ha surgido de la ignorancia a la sabiduría
de la sabiduría a la incertidumbre
de la incertidumbre hasta este punto…
hasta caducar agotado como un breviario
como un augur cínico y dudoso
que ahora padece de no poder concebir su fin
el pobre hombre a la deriva
Al principio: solar baldío
I
No
recuerdo el alma
imagino
el cuerpo inhabitable
que pena por ella
no
voy a llamarlo cadáver
y menos desalmado:
he pensado en
indolente
maldito
cínico
pero
nada de esto lo comprende
me
rindo
a
él mismo cedo la palabra
era un imperfecto.
II
Solía
llamarse el Imperfecto
hijo de mar enfermo
falto
de numen en la zozobra de la tierra
en
las noches de lluvia
se
aliviaba con el agua dulce
que
hacía que su casa oliera
a teja mojada
su
casa era una bóveda burda
el
cielo raso en la oscuridad
se
le volvía todo un firmamento:
en
sueños logró domar deseos
y en las pesadillas
su
propio bestiario de constelaciones
bastaba
tener miedo para ser dios
y crear dioses
fue
así como el cielo raso
llegó
a ser el solar de la discordia
donde
sus avatares murieron en cruenta lid
y
la sangre se derramó en la aurora
hasta
que al fin llegó la luz mayor
a
cegar todos los rescoldos
ese
día salió al patio de su casa
—a
ver los remanentes de la noche—
y
se dio cuenta de que no era un jardín
y tampoco un panteón
sino un solar baldío
El perfecto imperfecto
Sabe
que la razón miente más que la poesía
por
eso no me permite pensar
en
las noches de insomnio
desventurado
poeta que soy yo
le
envío a su cova mi discordia
la
mentira de un ángel
la
verdad de un demonio
el
mutismo de un orador
la
ceguera de un escriba
pero
él —mi único enemigo—
me
descompone todo soliloquio
insiste
en un todo misterioso
un
tercer ojo en el cenit
un
logos perfectamente
imperfecto
una
palabra —me insiste—
fiel
bella franca y fulgurante
que
también desmienta la poesía
La belleza es nostalgia
A
veces contempla el cielo y el mar
y
lo único que percibe es agua y oxígeno
¡cielo
y mar!
según
él ni lo uno o lo otro es azul
nada
es azul en su mundo
ni
la sangre del noble
ni
el sudor del obrero
en
las tardes de lluvia
cuando
el cielo y el mar son un todo gris
se
asoma en él la nostalgia
como
una gota salina a la deriva que
cae
y fluye en el cristal de la ventana
para
luego brotar amarga en su mirada
a
reinventar todo de nuevo
Damián cree que la belleza es nostalgia:
una
luminaria en la oquedad del cielo
una
caracola en el fondo del mar
una
canción de amor en el remedo del alma
sacia un poco la sed
aspira un sorbo más
pero
el sentimiento se le vuelve plomo
y
la sangre se le torna espesa y morada
de
verdad cree que la belleza es nostalgia
nostalgia del convivir
El grito en el cielo
Dio
el grito en el cielo
una
frase común en su casa
quizá
una frase común en su país
hasta
que dio el grito en el cielo
pegó
la lengua ardida en el paladar
pegó
la voz quebrada en el silencio
dio
el grito en el cielo
y
quedó mudo
como
una de esas cuerdas reventadas
la
guitarra sorda
ahora
desde
el fondo de su litera
ve
el cielo de su casa
el
cielo de su país
y
da un suspiro
como
un trámite de aire
vuelto
mal aliento
nada
solar
donde nace y muere cada día
Entre la alegría y la maldad
Dice
que entre la alegría y la maldad
finge
y supura la tristeza
como
tejido maligno y a la vez divino
como
aceite que unta a un dios
pero
purga al lazarillo
la
tristeza es un derrelicto sin ultramar ni orilla
un
pirata sin botín ni carabela
la
tristeza es
río
que surca camino hacia el dolor
sin
duda una invasión
que
hace lecho tanto de tugurio
como mansión
arco
iris del idiota
tridentina del feligrés
mocedad
del senil
cordura del autista
siempre
apunta al lugar prohibido
como
las tijeras de la niña enardecida
como
el punzón del crío despojado
el
hábito de mujer ultrajada
la
fosa común del desaparecido
tristeza
la que se tibia entre el bien y el mal
mientras
que la alegría
—me
dice Damián—
esa
ninfa libertina
la
que vivimos y no vemos
se
nos duerme en el laurel
en
tanto
cuando
se enferma verde el mar
el
monstruo a fondo
el
bien se coagula en el esputo
la
ingenuidad se desprecia a sí misma
de
comisura afligida
la
boca hecha un rictus
que
no distingue entre reír y llorar
cree
que entre el bien y el mal
hay
un alma entristecida
entre
el día y la noche
un
eclipse de ojo que da mal
un
mal de ojo
el
pulso del nervio sin piel
un
cesto lleno de pan nacido
un
verbo desprolijo
risa
que no abastece al llanto
Damián
cree que hay que mascar saliva
—vis a
vis—
con
la dama sabia de la vida
la
maldad
Presidiario
Sus
días son
como
los del perpetuo presidiario:
el
día es un día completo
la
noche es otro día más
por
eso se libera en dípticos
por
eso se envejece en coplas
he
ahí su pecho de par en par
porque
no conoce la noche
y
mientras discurre su eternidad
ejecuta
al poeta
este
otro preso diario que lo habita
día
y noche
Su cárcel
Su
cárcel es el incesante deseo de querer esclavizar
la
forma al contenido:
donde
se encuentra todo y se halla nada
donde
apenas se adivina el sí mismo
su
cárcel es la recurrente ilusión de ser libre:
cuando
aparece perece y desaparece
y
sólo queda el otro en el sí mismo.
El viajero y sus paisajes
Cuando
niño
solía
viajar con su madre por los pueblos del Sur
su
mirada apenas alcanzaba los bordes de los autos
(sus
ojos ebrios de paisajes nauseabundos)
a
él le importaba poco el mar
el
valle o la montaña
sólo
quería llegar
todo
viaje en su infancia fue tortuoso
si
su madre lo dejaba lloraba
si
lo llevaba vomitaba
ahora
que ella ha cambiado de estatura y de piel
los
viajes se le han ido a un interior sin fin
los
humores no han cambiado
solamente
han convergido
cuando
la mujer que ama lo abandona
gime
como un cisne (que no muere)
y
cuando lo lleva de la mano
ladra
como ladran los perros
desde
el lobo de sus dos órbitas negras
pues
se le ha quedado el hábito
de
no ver el paisaje y sus encantos
siempre
sigue queriendo llegar
y
nada más que llegar
y
aunque su mirada ahora esté
por encima de todo
ya
no quiere ver nada
los
ojos ya dejaron de ser sus sentidos
dice
que hay viajeros que sólo son paisaje
pretenden
ir o venir y nunca llegan
se
quedan inciertos en el horizonte
donde
él quiere llegar
están
todos los paisajes del mundo
una
sola instancia
—en
un segundo digamos—
que
dura toda una vida
Las palabras y el mito
Una vez creyó en sí mismo…
Estimado señor Kappus:
Estoy a punto de cumplir medio
siglo de vida. Lo sé muy bien, es tan solo un suspiro ante la sagacidad de la
especie humana, un fósforo ante las luminarias del universo. Pero es toda una
existencia para el cansancio del campesino, para la ansiedad de un padre que
vela por su hijo, para la soledad del escritor en el exilio: y yo aún no vivo,
no he nacido. Llevo una barba malsana y descuidada, propia del que apuesta el
cuerpo con la baraja de la mente. Así como se atrofian los músculos de mis
piernas, así como se envenenan mis órganos —mi riñón e hígado de vicios, mi
corazón y cerebro de olvido—, también se embalsaman con fealdades mi alma y mi
espíritu. No he de sembrar un hijo, no engendraré un buen libro y, en mi solar,
ni siquiera he de procurar la sombra de un árbol de alivio. Y sépalo, señor
Kappus, que tampoco creo en el ángel del exterminio.
Con usted siempre,
Damián
Una gota negra del infinito
Sabe que hay poetas que creen
haber derramado lágrimas mismas del universo. Aquéllos que pretenden haber
procurado entre sus manos una gota esencial de la noche —como diría Zbigniew
Herbert, una gota negra del infinito—, en la cual habrían de descubrir el numen
de la imaginación humana, la conmoción del ser. Pero, me pregunto, ¿hasta qué
punto puede llegar la pretensión y la afectación del hombre? A propósito de lo
cual incluso este, vuestro servidor, modesto versista, confiesa haber fingido
tardes de lluvia en las que se ha aliado a dicho panteón de ilusos prosistas de
lo inefable, escribas de lo que no se puede explicar con signos ni cifras.
Sepámoslo, a veces Damián tiene razón, hay mucho de nada en casi todo lo que
pretende el hombre en los momentos ocurrentes de su llanto.
La herida
Esta mañana despertó con una leve
herida en el costado. Una herida delicada y fina, hecha quizá con la precisión
del bisturí de un forense que lo creyó muerto o con la uña de una furia
decidida a no llevarlo. Al comienzo le preocupó mucho, pero luego se dio cuenta
de que no le dolía y que no sangraba. Era más bien una ranura por la cual
comenzaron a salir pequeños y maravillosos seres del reino animal. Primero
salió, muy atemorizada, una hermosa lagartija color esmeralda. Luego salió un
caballito de mar que, fosforescente, cabalgó por la oscuridad de su cuarto.
Después salió un colibrí en busca de algún néctar entre el vino olvidado. Por
último, salió trasnochada una luciérnaga, encendiendo lejanos recados de luz, acaso
las ascuas de un lucero que habría dado su último estertor en el universo
finito. Estos mensajeros de los cuatro elementos, todos, fueron de vida
efímera; duraron apenas unos segundos de vida o de sueño. Pero antes de
desaparecer, los cuatro se esmeraron por cerrar la pequeña herida que había
quedado abierta. La misteriosa morada que estos reycillos magos habitaban en él
apenas dejaron vacío o daño alguno en su rejuvenecido cuerpo. Ahora, al andar,
Damián sólo siente la liviandad que conviven los que han comulgado con lo
eterno.
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