sábado, 20 de enero de 2018

Damián en concilio de León Leiva Gallardo


 ~Primera parte del poemario Damián, publicado en Tríptico: tres lustros de poesía (MediasIsla Editores, 2015)~

 

Hombre a la deriva

Qué es un hombre a la deriva 
un equilibrista 
un personaje sin trama 
sin conclusión—sin peripecia

acaso este hombre espere su destino 
como si fuera un viaje mal sorteado 
como una de esas fugas que acaso fueran de amnesia 
tal vez espere una magnífica guerra mundial 
o el impuntual esparcimiento de un meteoro 
dirigido exactamente al solar baldío de su alma

este pobre hombre espera y espera suspendido
quizá un milagro o un nuevo acontecer 
de esos que ya no se hallan en los templos
ni en las cátedras ni en los alzamientos
espera y espera el equilibrista el impacto quizá
de un instinto dormido
el brote de una desaparecida manera de ser

pero sépanlo ustedes que este ser a la deriva 
no aspira a un simple cambio de piel 
ya ha vivido varias metamorfosis fallidas 
ya fue ingenuo como un insecto huésped
ya fue sabihondo como un cuervo 
tenaz como un lobo estepario 
y también perro de la incertidumbre

¿qué espera entonces este hombre en suspenso?
¿ser inconsciente como una célula madre?

(espérense)

como todo ser demasiado humano 
el tipo ha surgido de la ignorancia a la sabiduría 
de la sabiduría a la incertidumbre 
de la incertidumbre hasta este punto…
hasta caducar agotado como un breviario
como un augur cínico y dudoso
que ahora padece de no poder concebir su fin 
el pobre hombre a la deriva

 

Al principio: solar baldío

I

No recuerdo el alma
imagino el cuerpo inhabitable
            que pena por ella

no voy a llamarlo cadáver
            y menos desalmado:

            he pensado en
indolente
            maldito
                        cínico
pero nada de esto lo comprende

me rindo
a él mismo cedo la palabra
            era un imperfecto.

II

Solía llamarse el Imperfecto
             hijo de mar enfermo
falto de numen en la zozobra de la tierra

en las noches de lluvia
se aliviaba con el agua dulce
que hacía que su casa oliera
            a teja mojada

su casa era una bóveda burda
el cielo raso en la oscuridad
se le volvía todo un firmamento:
en sueños logró domar deseos
            y en las pesadillas
su propio bestiario de constelaciones

bastaba tener miedo para ser dios
            y crear dioses

fue así como el cielo raso
llegó a ser el solar de la discordia
donde sus avatares murieron en cruenta lid
y la sangre se derramó en la aurora

hasta que al fin llegó la luz mayor
a cegar todos los rescoldos
ese día salió al patio de su casa
—a ver los remanentes de la noche—
y se dio cuenta de que no era un jardín
            y tampoco un panteón
            sino un solar baldío



El perfecto imperfecto

Sabe que la razón miente más que la poesía
por eso no me permite pensar

en las noches de insomnio
desventurado poeta que soy yo
le envío a su cova mi discordia

la mentira de un ángel
la verdad de un demonio
el mutismo de un orador
la ceguera de un escriba

pero él —mi único enemigo—
me descompone todo soliloquio

insiste en un todo misterioso
un tercer ojo en el cenit
un logos perfectamente
imperfecto

una palabra —me insiste—
fiel bella franca y fulgurante
que también desmienta la poesía



La belleza es nostalgia

A veces contempla el cielo y el mar
y lo único que percibe es agua y oxígeno
¡cielo y mar!
según él ni lo uno o lo otro es azul
nada es azul en su mundo
ni la sangre del noble
ni el sudor del obrero

en las tardes de lluvia
cuando el cielo y el mar son un todo gris
se asoma en él la nostalgia
como una gota salina a la deriva que
cae y fluye en el cristal de la ventana
para luego brotar amarga en su mirada
a reinventar todo de nuevo

Damián  cree que la belleza es nostalgia:
una luminaria en la oquedad del cielo
una caracola en el fondo del mar
una canción de amor en el remedo del alma

sacia un poco la sed
aspira un sorbo más

pero el sentimiento se le vuelve plomo
y la sangre se le torna espesa y morada

de verdad cree que la belleza es nostalgia
            nostalgia del convivir



El grito en el cielo

Dio el grito en el cielo
una frase común en su casa
quizá una frase común en su país

hasta que dio el grito en el cielo

pegó la lengua ardida en el paladar
pegó la voz quebrada en el silencio

dio el grito en el cielo

y quedó mudo
como una de esas cuerdas reventadas
la guitarra sorda

ahora
desde el fondo de su litera
ve el cielo de su casa
el cielo de su país
y da un suspiro
como un trámite de aire
vuelto mal aliento

nada
solar donde nace y muere cada día



Entre la alegría y la maldad

Dice que entre la alegría y la maldad
finge y supura la tristeza
como tejido maligno y a la vez divino
como aceite que unta a un dios
pero purga al lazarillo
la tristeza es un derrelicto sin ultramar ni orilla
un pirata sin botín ni carabela

la tristeza es
río que surca camino hacia el dolor
sin duda una invasión
que hace lecho tanto de tugurio
            como mansión

arco iris del idiota
            tridentina del feligrés
mocedad del senil
            cordura del autista

siempre apunta al lugar prohibido
como las tijeras de la niña enardecida
como el punzón del crío despojado
el hábito de mujer ultrajada
la fosa común del desaparecido

tristeza la que se tibia entre el bien y el mal
mientras que la alegría
—me dice Damián—
esa ninfa libertina
la que vivimos y no vemos
se nos duerme en el laurel

en tanto
cuando se enferma verde el mar
el monstruo a fondo
el bien se coagula en el esputo

la ingenuidad se desprecia a sí misma
de comisura afligida
la boca hecha un rictus
que no distingue entre reír y llorar

cree que entre el bien y el mal
hay un alma entristecida
entre el día y la noche
un eclipse de ojo que da mal
un mal de ojo
el pulso del nervio sin piel
un cesto lleno de pan nacido
un verbo desprolijo
risa que no abastece al llanto

Damián cree que hay que mascar saliva
 —vis  a vis—
con la dama sabia de la vida
la maldad



Presidiario

Sus días son
como los del perpetuo presidiario:
el día es un día completo
la noche es otro día más

por eso se libera en dípticos
por eso se envejece en coplas

he ahí su pecho de par en par
porque no conoce la noche
y mientras discurre su eternidad
ejecuta al poeta
este otro preso diario que lo habita
día y noche



Su cárcel

Su cárcel es el incesante deseo de querer esclavizar
la forma al contenido:
donde se encuentra todo y se halla nada
donde apenas se adivina el sí mismo

su cárcel es la recurrente ilusión de ser libre:
cuando aparece perece y desaparece
y sólo queda el otro en el sí mismo.
 

El viajero y sus paisajes

Cuando niño
solía viajar con su madre por los pueblos del Sur
su mirada apenas alcanzaba los bordes de los autos
(sus ojos ebrios de paisajes nauseabundos)
a él le importaba poco el mar
el valle o la montaña
sólo quería llegar

todo viaje en su infancia fue tortuoso
si su madre lo dejaba lloraba
si lo llevaba vomitaba

ahora que ella ha cambiado de estatura y de piel
los viajes se le han ido a un interior sin fin
los humores no han cambiado
solamente han convergido

cuando la mujer que ama lo abandona
gime como un cisne (que no muere)
y cuando lo lleva de la mano
ladra como ladran los perros
desde el lobo de sus dos órbitas negras

pues se le ha quedado el hábito
de no ver el paisaje y sus encantos
siempre sigue queriendo llegar
y nada más que llegar
y aunque su mirada ahora esté
            por encima de todo
ya no quiere ver nada
los ojos ya dejaron de ser sus sentidos

dice que hay viajeros que sólo son paisaje
pretenden ir o venir y nunca llegan
se quedan inciertos en el horizonte

donde él quiere llegar
están todos los paisajes del mundo
una sola instancia
—en un segundo digamos—
que dura toda una vida



Las palabras y el mito

Una vez creyó en sí mismo…

Estimado señor Kappus:

Estoy a punto de cumplir medio siglo de vida. Lo sé muy bien, es tan solo un suspiro ante la sagacidad de la especie humana, un fósforo ante las luminarias del universo. Pero es toda una existencia para el cansancio del campesino, para la ansiedad de un padre que vela por su hijo, para la soledad del escritor en el exilio: y yo aún no vivo, no he nacido. Llevo una barba malsana y descuidada, propia del que apuesta el cuerpo con la baraja de la mente. Así como se atrofian los músculos de mis piernas, así como se envenenan mis órganos —mi riñón e hígado de vicios, mi corazón y cerebro de olvido—, también se embalsaman con fealdades mi alma y mi espíritu. No he de sembrar un hijo, no engendraré un buen libro y, en mi solar, ni siquiera he de procurar la sombra de un árbol de alivio. Y sépalo, señor Kappus, que tampoco creo en el ángel del exterminio.

Con usted siempre,

Damián 


Una gota negra del infinito

Sabe que hay poetas que creen haber derramado lágrimas mismas del universo. Aquéllos que pretenden haber procurado entre sus manos una gota esencial de la noche —como diría Zbigniew Herbert, una gota negra del infinito—, en la cual habrían de descubrir el numen de la imaginación humana, la conmoción del ser. Pero, me pregunto, ¿hasta qué punto puede llegar la pretensión y la afectación del hombre? A propósito de lo cual incluso este, vuestro servidor, modesto versista, confiesa haber fingido tardes de lluvia en las que se ha aliado a dicho panteón de ilusos prosistas de lo inefable, escribas de lo que no se puede explicar con signos ni cifras. Sepámoslo, a veces Damián tiene razón, hay mucho de nada en casi todo lo que pretende el hombre en los momentos ocurrentes de su llanto.



La herida
  
Esta mañana despertó con una leve herida en el costado. Una herida delicada y fina, hecha quizá con la precisión del bisturí de un forense que lo creyó muerto o con la uña de una furia decidida a no llevarlo. Al comienzo le preocupó mucho, pero luego se dio cuenta de que no le dolía y que no sangraba. Era más bien una ranura por la cual comenzaron a salir pequeños y maravillosos seres del reino animal. Primero salió, muy atemorizada, una hermosa lagartija color esmeralda. Luego salió un caballito de mar que, fosforescente, cabalgó por la oscuridad de su cuarto. Después salió un colibrí en busca de algún néctar entre el vino olvidado. Por último, salió trasnochada una luciérnaga, encendiendo lejanos recados de luz, acaso las ascuas de un lucero que habría dado su último estertor en el universo finito. Estos mensajeros de los cuatro elementos, todos, fueron de vida efímera; duraron apenas unos segundos de vida o de sueño. Pero antes de desaparecer, los cuatro se esmeraron por cerrar la pequeña herida que había quedado abierta. La misteriosa morada que estos reycillos magos habitaban en él apenas dejaron vacío o daño alguno en su rejuvenecido cuerpo. Ahora, al andar, Damián sólo siente la liviandad que conviven los que han comulgado con lo eterno.





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