domingo, 8 de julio de 2018

Juan Ramón Molina: English Translations by LLG

Juan Ramón Molina

Honduras: 1875-1908
"The poetry of Juan Ramon Molina is perhaps some of the most undeservingly overlooked Central American work of the 19th century. This work examines the major themes in his work - the struggle to form a vision of God, his political views, and his philosophical preoccupations and the influence of Nietzsche."













domingo, 8 de abril de 2018

La relativa gravedad del bien en «No les guardo rencor, papá» de René Rodríguez Soriano


LEÓN LEIVA GALLARDO  «No les guardo rencor, papá», breve relación a tres voces cuyo tema reitera la inmediatez de la historia, la fugacidad de la verdad, lo dócil y maleable que es el ser humano y, de fondo, como turbia marea, la relativa gravedad del bien ante las artimañas del poder.

René Rodríguez Soriano, oriundo de Constanza, República Dominicana, es escritor y editor. Publicaciones en todos los géneros destacan: Nave sorda (2015), El nombre olvidado (2015), Solo de flauta (2013), Rumor de pez (Premio UCE de Poesía, 2008), Apunte a lápiz (2007), El mal del tiempo (Premio UCE de Novela, 2007), La radio y otros boleros (Premio Nacional de Cuento José Ramón López, 1997), Su nombre, Julia (1991), Todos los juegos el juego (1986) y Raíces con dos comienzos y un final (1977). 

René Rodríguez Soriano, ya muy conocido por su magistral manejo del lenguaje a varias voces, nos sorprende esta vez con No les guardo rencor, papá (Editorial Santuario, 2017), breve relación a tres voces cuyo tema reitera la inmediatez de la historia, la fugacidad de la verdad, lo dócil y maleable que es el ser humano y, de fondo, como turbia marea, la relativa gravedad del bien ante las artimañas del Poder. Mucho se ha escrito sobre la musicalidad y el lirismo en la obra de Rodríguez Soriano. Su obra sin duda ha sido realizada con recursos poéticos de gran valor, mas lo que quizá no se advierta es que detrás de todo haya una sutil transvaloración de la realidad, a menudo mitificada y evocada a la distancia, que de otra forma pasaría desapercibida. A mi ver, en esta breve obra, René Rodríguez Soriano depura su narrativa de lirismo gratuito y afina el poder expresivo de la narrativa. En literatura, si la poesía es metáfora, la narrativa es metonimia.

Esta breve relación del drama familiar sufrido por una familia de provincia durante la expedición de junio del 59 en República Dominicana se distingue por la precisión y la concisión de los recursos del lenguaje, el cual se ajusta magistralmente a tres estilos narrativos: el monólogo interior (o el fluir de la conciencia), entradas de diario y las cartas. Las tres técnicas se prestan para que la elocución misma de cada persona desarrolle el personaje y relate una versión particular de la historia. A estas tres técnicas narrativas se le agregan documentos históricos que complementan y a la vez agregan otro valor, la contraparte, a todo lo que acontece. El resultado es una comprensiva composición literaria, que por su verosimilitud (y autenticidad) nos remite, sin serlo, a la novela testimonial.

Sabemos que estamos leyendo un gran opus breve cuando la verosimilitud del lenguaje, los personajes, el ambiente y la trama se desarrollan y se combinan a tal grado que provoca una experiencia total, una lectura vívida, que estéticamente se aproxima a las dimensiones de la novela. Estas narraciones son gemas literarias para los lectores y no digamos para las editoriales. Para explicármelo a mí mismo, mientras leía la otra noche, acudí a la música: una novela es como una sinfonía y un cuento largo o novela corta es un poema sinfónico. Esta breve obra de ficción de Rodríguez Soriano da mucho más que decir sobre la plasticidad de los géneros narrativos.

El drama familiar sucede en San José del Puerto. Deducimos que el año es 1959, durante la expedición de junio. Este eminente y fatal acontecimiento ocupa e invade las vidas de esta familia. Como se mencionó antes, varios son los estilos narrativos a los que acude Rodríguez Soriano para lograr concisión e inmediatez, y en cada uno de éstos se apodera de la voz del personaje o, mejor dicho, cada personaje se apodera de su voz, para transmitir, constatar, la historia que resulta ser para todos dividida y finalmente delatada. Los personajes principales de este drama son Jorgito, el menor de la casa, Arcadia la más joven de las hermanas y Manuel, el mayor de los hermanos, involucrado en la rebelión.

Todo comienza in media res con el monólogo interior de Jorgito, jovencito personaje cuya percepción y elocución con respecto a su entorno nos remite a dos grandes precedentes literarios como lo son Benjy, también un niño, uno de los personajes clave en El ruido y la furia de Faulkner; pero, quizá más cercano, el personaje homónimo, en este caso un discapacitado, del formidable Macario de Juan Rulfo. En ambos casos tenemos personajes de muy limitada comprensión del entorno. Aclaro, la limitación de Jorgito es solamente de edad, mas su percepción del mundo es crucial, como veremos después. Muy diestro en estas técnicas narrativas, Rodríguez Soriano opta por emplear un lenguaje muy simple, sin puntuación ni mayúsculas, ni siquiera en los nombres propios, con el fin de transcribir el mundo del niño de once años. No obstante las limitaciones del personaje, desde un principio deducimos lo que sucede en la familia y en el país, porque Jorgito logra, en el fluir de la conciencia, pensar en los elementos clave (es aquí donde interviene la metonimia): la escopeta, las conversaciones o discusiones en secreto entre su hermano Manuel y su padre, el avión, leitmotif en todo el relato (que representa tanto la fuerza aérea con la que fue derrotada la insurrección como la fuga final de Manuel) y el caos familiar, producido por lo que nadie parece comprender, excepto Manuel a quien tampoco nadie comprende. Posteriormente en otro capítulo, el fluir de la consciencia de este personaje cobra más formalidad, se vuelve más amplio y representa el transcurso del tiempo.

De un capítulo inicial de cuestionable “credibilidad”, irónicamente, pasamos a un recurso metaliterario que aparentemente nos asegura lo fáctico, o por lo menos así lo tramaron los fiscales del Poder. Ahora lo advierto así, la ingenua figura de Jorgito diciendo su verdad ante la nociva y táctica verdad de los documentos del dictador, contrapuestos como dos mejillas espetadas con nocivas palabras y bofetadas. Historia de la infamia y la infamia de la historia. De pronto una novedad en la narrativa de Rodríguez Soriano, las fichas policiales (con fotos) y las reproducciones de cartas oficiales de la fiscalía de la Dictadura, en las cuales se delatan a varios implicados en la rebelión armada, agregan no sólo valor histórico a esta relación político-familiar sino también valor dramático y de intriga. Los documentos son auténticos y también los son los nombres de los implicados. (Me fue muy emotivo encontrarme con el nombre, en una de las fichas policiales, de una de las grandes voces de la poesía social de República Dominicana, el poeta René Del Risco Bermúdez.) Las reproducciones de documentos históricos, como recurso, son muy efectivas en la composición total del entramado. En ninguno de los documentos aparece el nombre de Manuel, algo que de pronto fue intencional, para hacer participar más al lector (teoría de la recepción). Porque todos nos volvemos Manuel al leer. No hay duda que a muchos lectores dominicanos la inclusión de estas fichas y documentos les será tétrico o impactante. Han de ser muchas las víctimas de Trujillo que aún estén con vida. Estos documentos se intercalan entre varios capítulos, como dicterios del poder que también persiguen a los inocentes.

Arcadia, la hermana menor, representa una perspectiva más madura, pero de ninguna manera cercana a la realidad. Ella misma, a través de entradas de diario, expresa su confusión. Este personaje está mucho más implicado directamente en el grave conflicto social, su hermano Manuel es un revolucionario y su enamorado es un militar. Meritorio el manejo del lenguaje amoroso y convincentemente “femenino” en estos capítulos de entradas de diario. Como mencioné anteriormente, la verosimilitud es esencial en la ficción, y René Rodríguez Soriano logra crear personajes psicológicamente complejos. Con Arcadia comprendemos, por ejemplo, el amor que puede alguien tenerle a un militar que seguramente es instrumento opresivo de la dictadura y, fatídicamente, el mal que le puede causar una muchacha ingenua a su propio hermano revolucionario.

Los capítulos del personaje protagonista están escritos en un lenguaje formal y propio de un universitario comprometido. Rodríguez Soriano emplea el estilo narrativo epistolar (las cartas de Manuel) para darle cabalidad a todo lo que sucede. No empleó diálogos y en ningún momento vemos a Manuel frente a frente con los demás familiares. Este distanciamiento es representativo de la fragmentación familiar. Los hechos se relatan, se escriben, se delatan, se oficializan, pero casi nunca vemos la acción directamente. La distancia más abismal es entre Manuel y su padre. El conflicto no sólo es generacional, sino ideológico. El rompimiento es paulatino. Me imagino lo mucho que revisó René estas cartas, para que no cayeran en el panfleto y a la vez expresaran acertadamente el discurso revolucionario de un joven entregado a la causa justa de liberar su país. Las cartas son efusivas y de pronto expresan los forcejeos emocionales que vive un intelectual ante la incomprensión, y hasta la deslealtad, de sus seres queridos. Por mucho que he leído sobre casos de rompimientos familiares, nunca acaba de impactarme el hecho que padres y madres se vean forzados a negar a sus hijos, ya sea voluntaria o involuntariamente. En la última carta de Manuel se lo menciona a su padre: “…supongo que te habrán pedido que hagas confesión de fe con lo establecido y que le niegues la paternidad a tu mal hijo ¿verdad, viejo?”.

Sólo al llegar al final y al leer la última carta de Manuel nos damos cuenta de lo instrumental que llegan a ser las versiones de la realidad tanto de Jorgito como de Arcadia, ambos manipulados por una monja, para lograr obtener la información que condenaría al protagonista de esta tragedia familiar.

Manuel, el joven universitario, termina torturado por los militares después de haber sido delatado por su propia hermana Arcadia, quien ingenuamente le confiere información a la monja. Manuel logra salir del país y entre sus últimas palabras escribe: “Pobres y engañados Arcadia y Jorgito. Ellos pusieron la carne de cañón; dieron la fragmentada, confusa y torpe información […] no les guardo rencor.” Así reza la última carta de Manuel a su padre, a quien culpa de los actos de Arcadia y Jorgito. No queda muy claro, pero entre la información en el diario de Arcadia, que su padre apropió, y la información que les sacaron, fueron suficientes para condenar a Manuel.

En términos narrativos, no es preciso llegar a detalles menores, esa es la premisa de la teoría de la recepción. Nosotros los lectores complementamos las omisiones intencionales. Nosotros terminamos la relación, la crónica, de esta desventurada familia. Es preciso mencionar que por muy manipulada que haya sido la información que prestaron Arcadia, Jorgito y el padre de Manuel, lo trágico en este drama es que ellos no dijeron ninguna mentira, simplemente revelaron la verdad a alguien que estaba de parte de la dictadura. Manuel estaba involucrado en la insurrección, era un revolucionario. Más amargo aún que la intervención voluntaria del padre de Manuel contra su propio hijo, sea el grave ejercicio del bien según la visión de mundo de un hombre alienado y enajenado por las artimañas del poder.

No les guardo rencor, papá, esta breve constatación de hechos históricos, revela el malestar de la conciencia del hombre y la mujer que por siglos ha vivido delatando su propia condena.

(Artículo originalmente publicado en la revista MediaIsla en octubre del 2017.)

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LEÓN LEIVA GALLARDO (Amapala, Honduras, 1962) Poeta y narrador. Autor de las novelas Guadalajara de noche (2006), La casa del cementerio (2008); de los poemarios Tríptico: tres lustros de poesía (2015) y Breviario (2015); y El pordiosero y el dios (2017), narrativa breve.

sábado, 20 de enero de 2018

Damián en concilio de León Leiva Gallardo


 ~Primera parte del poemario Damián, publicado en Tríptico: tres lustros de poesía (MediasIsla Editores, 2015)~

 

Hombre a la deriva

Qué es un hombre a la deriva 
un equilibrista 
un personaje sin trama 
sin conclusión—sin peripecia

acaso este hombre espere su destino 
como si fuera un viaje mal sorteado 
como una de esas fugas que acaso fueran de amnesia 
tal vez espere una magnífica guerra mundial 
o el impuntual esparcimiento de un meteoro 
dirigido exactamente al solar baldío de su alma

este pobre hombre espera y espera suspendido
quizá un milagro o un nuevo acontecer 
de esos que ya no se hallan en los templos
ni en las cátedras ni en los alzamientos
espera y espera el equilibrista el impacto quizá
de un instinto dormido
el brote de una desaparecida manera de ser

pero sépanlo ustedes que este ser a la deriva 
no aspira a un simple cambio de piel 
ya ha vivido varias metamorfosis fallidas 
ya fue ingenuo como un insecto huésped
ya fue sabihondo como un cuervo 
tenaz como un lobo estepario 
y también perro de la incertidumbre

¿qué espera entonces este hombre en suspenso?
¿ser inconsciente como una célula madre?

(espérense)

como todo ser demasiado humano 
el tipo ha surgido de la ignorancia a la sabiduría 
de la sabiduría a la incertidumbre 
de la incertidumbre hasta este punto…
hasta caducar agotado como un breviario
como un augur cínico y dudoso
que ahora padece de no poder concebir su fin 
el pobre hombre a la deriva

 

Al principio: solar baldío

I

No recuerdo el alma
imagino el cuerpo inhabitable
            que pena por ella

no voy a llamarlo cadáver
            y menos desalmado:

            he pensado en
indolente
            maldito
                        cínico
pero nada de esto lo comprende

me rindo
a él mismo cedo la palabra
            era un imperfecto.

II

Solía llamarse el Imperfecto
             hijo de mar enfermo
falto de numen en la zozobra de la tierra

en las noches de lluvia
se aliviaba con el agua dulce
que hacía que su casa oliera
            a teja mojada

su casa era una bóveda burda
el cielo raso en la oscuridad
se le volvía todo un firmamento:
en sueños logró domar deseos
            y en las pesadillas
su propio bestiario de constelaciones

bastaba tener miedo para ser dios
            y crear dioses

fue así como el cielo raso
llegó a ser el solar de la discordia
donde sus avatares murieron en cruenta lid
y la sangre se derramó en la aurora

hasta que al fin llegó la luz mayor
a cegar todos los rescoldos
ese día salió al patio de su casa
—a ver los remanentes de la noche—
y se dio cuenta de que no era un jardín
            y tampoco un panteón
            sino un solar baldío



El perfecto imperfecto

Sabe que la razón miente más que la poesía
por eso no me permite pensar

en las noches de insomnio
desventurado poeta que soy yo
le envío a su cova mi discordia

la mentira de un ángel
la verdad de un demonio
el mutismo de un orador
la ceguera de un escriba

pero él —mi único enemigo—
me descompone todo soliloquio

insiste en un todo misterioso
un tercer ojo en el cenit
un logos perfectamente
imperfecto

una palabra —me insiste—
fiel bella franca y fulgurante
que también desmienta la poesía



La belleza es nostalgia

A veces contempla el cielo y el mar
y lo único que percibe es agua y oxígeno
¡cielo y mar!
según él ni lo uno o lo otro es azul
nada es azul en su mundo
ni la sangre del noble
ni el sudor del obrero

en las tardes de lluvia
cuando el cielo y el mar son un todo gris
se asoma en él la nostalgia
como una gota salina a la deriva que
cae y fluye en el cristal de la ventana
para luego brotar amarga en su mirada
a reinventar todo de nuevo

Damián  cree que la belleza es nostalgia:
una luminaria en la oquedad del cielo
una caracola en el fondo del mar
una canción de amor en el remedo del alma

sacia un poco la sed
aspira un sorbo más

pero el sentimiento se le vuelve plomo
y la sangre se le torna espesa y morada

de verdad cree que la belleza es nostalgia
            nostalgia del convivir



El grito en el cielo

Dio el grito en el cielo
una frase común en su casa
quizá una frase común en su país

hasta que dio el grito en el cielo

pegó la lengua ardida en el paladar
pegó la voz quebrada en el silencio

dio el grito en el cielo

y quedó mudo
como una de esas cuerdas reventadas
la guitarra sorda

ahora
desde el fondo de su litera
ve el cielo de su casa
el cielo de su país
y da un suspiro
como un trámite de aire
vuelto mal aliento

nada
solar donde nace y muere cada día



Entre la alegría y la maldad

Dice que entre la alegría y la maldad
finge y supura la tristeza
como tejido maligno y a la vez divino
como aceite que unta a un dios
pero purga al lazarillo
la tristeza es un derrelicto sin ultramar ni orilla
un pirata sin botín ni carabela

la tristeza es
río que surca camino hacia el dolor
sin duda una invasión
que hace lecho tanto de tugurio
            como mansión

arco iris del idiota
            tridentina del feligrés
mocedad del senil
            cordura del autista

siempre apunta al lugar prohibido
como las tijeras de la niña enardecida
como el punzón del crío despojado
el hábito de mujer ultrajada
la fosa común del desaparecido

tristeza la que se tibia entre el bien y el mal
mientras que la alegría
—me dice Damián—
esa ninfa libertina
la que vivimos y no vemos
se nos duerme en el laurel

en tanto
cuando se enferma verde el mar
el monstruo a fondo
el bien se coagula en el esputo

la ingenuidad se desprecia a sí misma
de comisura afligida
la boca hecha un rictus
que no distingue entre reír y llorar

cree que entre el bien y el mal
hay un alma entristecida
entre el día y la noche
un eclipse de ojo que da mal
un mal de ojo
el pulso del nervio sin piel
un cesto lleno de pan nacido
un verbo desprolijo
risa que no abastece al llanto

Damián cree que hay que mascar saliva
 —vis  a vis—
con la dama sabia de la vida
la maldad



Presidiario

Sus días son
como los del perpetuo presidiario:
el día es un día completo
la noche es otro día más

por eso se libera en dípticos
por eso se envejece en coplas

he ahí su pecho de par en par
porque no conoce la noche
y mientras discurre su eternidad
ejecuta al poeta
este otro preso diario que lo habita
día y noche



Su cárcel

Su cárcel es el incesante deseo de querer esclavizar
la forma al contenido:
donde se encuentra todo y se halla nada
donde apenas se adivina el sí mismo

su cárcel es la recurrente ilusión de ser libre:
cuando aparece perece y desaparece
y sólo queda el otro en el sí mismo.
 

El viajero y sus paisajes

Cuando niño
solía viajar con su madre por los pueblos del Sur
su mirada apenas alcanzaba los bordes de los autos
(sus ojos ebrios de paisajes nauseabundos)
a él le importaba poco el mar
el valle o la montaña
sólo quería llegar

todo viaje en su infancia fue tortuoso
si su madre lo dejaba lloraba
si lo llevaba vomitaba

ahora que ella ha cambiado de estatura y de piel
los viajes se le han ido a un interior sin fin
los humores no han cambiado
solamente han convergido

cuando la mujer que ama lo abandona
gime como un cisne (que no muere)
y cuando lo lleva de la mano
ladra como ladran los perros
desde el lobo de sus dos órbitas negras

pues se le ha quedado el hábito
de no ver el paisaje y sus encantos
siempre sigue queriendo llegar
y nada más que llegar
y aunque su mirada ahora esté
            por encima de todo
ya no quiere ver nada
los ojos ya dejaron de ser sus sentidos

dice que hay viajeros que sólo son paisaje
pretenden ir o venir y nunca llegan
se quedan inciertos en el horizonte

donde él quiere llegar
están todos los paisajes del mundo
una sola instancia
—en un segundo digamos—
que dura toda una vida



Las palabras y el mito

Una vez creyó en sí mismo…

Estimado señor Kappus:

Estoy a punto de cumplir medio siglo de vida. Lo sé muy bien, es tan solo un suspiro ante la sagacidad de la especie humana, un fósforo ante las luminarias del universo. Pero es toda una existencia para el cansancio del campesino, para la ansiedad de un padre que vela por su hijo, para la soledad del escritor en el exilio: y yo aún no vivo, no he nacido. Llevo una barba malsana y descuidada, propia del que apuesta el cuerpo con la baraja de la mente. Así como se atrofian los músculos de mis piernas, así como se envenenan mis órganos —mi riñón e hígado de vicios, mi corazón y cerebro de olvido—, también se embalsaman con fealdades mi alma y mi espíritu. No he de sembrar un hijo, no engendraré un buen libro y, en mi solar, ni siquiera he de procurar la sombra de un árbol de alivio. Y sépalo, señor Kappus, que tampoco creo en el ángel del exterminio.

Con usted siempre,

Damián 


Una gota negra del infinito

Sabe que hay poetas que creen haber derramado lágrimas mismas del universo. Aquéllos que pretenden haber procurado entre sus manos una gota esencial de la noche —como diría Zbigniew Herbert, una gota negra del infinito—, en la cual habrían de descubrir el numen de la imaginación humana, la conmoción del ser. Pero, me pregunto, ¿hasta qué punto puede llegar la pretensión y la afectación del hombre? A propósito de lo cual incluso este, vuestro servidor, modesto versista, confiesa haber fingido tardes de lluvia en las que se ha aliado a dicho panteón de ilusos prosistas de lo inefable, escribas de lo que no se puede explicar con signos ni cifras. Sepámoslo, a veces Damián tiene razón, hay mucho de nada en casi todo lo que pretende el hombre en los momentos ocurrentes de su llanto.



La herida
  
Esta mañana despertó con una leve herida en el costado. Una herida delicada y fina, hecha quizá con la precisión del bisturí de un forense que lo creyó muerto o con la uña de una furia decidida a no llevarlo. Al comienzo le preocupó mucho, pero luego se dio cuenta de que no le dolía y que no sangraba. Era más bien una ranura por la cual comenzaron a salir pequeños y maravillosos seres del reino animal. Primero salió, muy atemorizada, una hermosa lagartija color esmeralda. Luego salió un caballito de mar que, fosforescente, cabalgó por la oscuridad de su cuarto. Después salió un colibrí en busca de algún néctar entre el vino olvidado. Por último, salió trasnochada una luciérnaga, encendiendo lejanos recados de luz, acaso las ascuas de un lucero que habría dado su último estertor en el universo finito. Estos mensajeros de los cuatro elementos, todos, fueron de vida efímera; duraron apenas unos segundos de vida o de sueño. Pero antes de desaparecer, los cuatro se esmeraron por cerrar la pequeña herida que había quedado abierta. La misteriosa morada que estos reycillos magos habitaban en él apenas dejaron vacío o daño alguno en su rejuvenecido cuerpo. Ahora, al andar, Damián sólo siente la liviandad que conviven los que han comulgado con lo eterno.





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