The mass of men lead lives of quiet desperation...
But it is a
characteristic of wisdom no to do desperate things.
(Masas enteras de hombres llevan una vida de recatada desesperación...
Pero la sabiduría se caracteriza por no hacer cosas desesperadas.*)
Henry David Thoreau, Walden
En la vida contemporánea pasamos
demasiado pendientes de los horrores y de las hermosuras; demasiado
enviciados de las pesadumbres del alma y de la hilaridad de lo
ridículo. Demasiado atentos a todo aquello que produce en
nosotros la sensación de vivir en un constante estado de profunda
emoción. Pero raramente nos percatamos de aquellas cosas que habitan
nuestro diario acontecer: aquéllas desapercibidas instancias que van
hilvanando nuestras vidas.
La verdadera historia de la humanidad
no está compuesta de guerras y de paces, ni de desastres naturales y
glorias terrenales. La humanidad es el producto de un rutinario
tejido de desapasionadas labores. Estas desapasionadas labores
acontecen en el solar de todos. El incorruptible territorio entre la
violencia y el abandono, entre la ira y la indiferencia, entre el
éxtasis y la inanidad. Es de todos, porque todos los seres humanos,
queramos o no, participamos en la edificación del mundo. Todos,
tarde o temprano, participamos en el rutinario tejido de las
desapasionadas labores.
Las artes, lamentablemente, como la
historia libresca, muestran esa polarizada y tergiversada visión de
la vida humana, donde se destacan los conflictos y se glorifican las
pasiones. Los quehaceres desapasionados raramente son representados
sin elementos extrínsecos, ya sean religiosos o ideológicos. Los
pocos momentos cuando se observó y se documentó la vida cotidiana,
quizá hayan encontrado superioridad en la poesía oriental y en la
pintura flamenca y holandesa de los siglos XVI y XVII. Esto se
explica quizá por esa muy practicada noción que dice que toda obra
de arte debe tener elementos conflictivos para que sea efectiva en
producir el fin deseado: la apreciación estética. Curiosamente,
explicablemente, las obras autobiográficas, las crónicas de
costumbres, los diarios y los travelogues son una gran fuente de
documentación de la vida cotidiana. Entre menos literarios sean,
mucho más documentan los quehaceres desapasionados.
Irónicamente, las personas que más
están conscientes de esta manera “apasionada” de vivir y de la
necesidad de escapar a una vida más simple, son los artistas en
general, pero especialmente los escritores. La necesidad de escapar
el mundo de los antagonismos lleva al abandono de la ciudad. Porque
la ciudad es la cuna y la tumba de todos los conflictos humanos.
Henry David Thoreau, describiendo su vida en el campo, en Walden,
cita los siguientes versos:
There was a shepherd that did live,
and held his thoughts as high
as were the mounts whereon his flocks
did hourly feed him by.
(Había una vez un pastor que vivía
y cultivaba tan altos pensamientos
como las colinas donde sus ovejas
diariamente le daban alimentos.*)
Luego pregunta: “¿Qué debemos
pensar de la vida del pastor cuyas ovejas siempre se le van a pastos
más elevados que sus pensamientos?” Y para reanudar la descripción
de su vida en el campo dice: “Cada mañana era una grata invitación
a llevar mi vida con la misma simplicidad.”
Walden quizá sea la obra de los trascendentales que mejor
explique la necesidad de alejarse de la vida de intereses
contrariados y cultivar otra vida donde abunden y reinen los
quehaceres desapasionados. Pero el diario, si le podemos llamar así,
no es doctrinario, sino descriptivo. En esto último le es fiel a la
actitud del que labora desapasionadamente. Porque el que labora
desapasionadamente muchas veces ni siquiera está al tanto de que
cumple con un llamado paradójicamente contrario, el llamado de las manos
vacías: el procurar lo dado, el todo, para acudir anuentemente a la vida y luego a la nada.
Después de haber alzado la voz a lo imposible de
tantas maneras comienzo a notar la falta, la necesidad, de verme las
manos y añorar, desear, un quehacer desapasionado. Una de las pocas
instancias en que expresé este llamado fue en un poema que voy a
compartir, para concluir esta divagación.
Con mis manos vacías
es tarde ya
las tijerillas han de haber cortado el
ocaso con sus colas
y las gaviotas haber besado por
penúltima vez
los labios de la arena
estoy sentado en un empeño
con ganas de mar y de cielo
la marea es vasta
el firmamento cautivo
y mis manos...
vacías
desde mi sitio contemplo el
archipiélago
verdes azules y grises
silentes las islas como efigies
todavía hay sonidos del día
alguien desgrana el maíz de su guarida
alguien deshoja el naranjo de su agrura
alguien desmonta la bestia de su silla
y mis manos siguen
vacías
antes de que oscurezca
he de trazar mis pasos
una vez en casa
he de haber también vivido
con todos los seres del mundo
así
con mis manos vacías
León Leiva Gallardo
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* Traducción de LLG
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