Esta genial caricatura del hondureño Allan McDonald me hace recordar cómo
las artes están en constante correspondencia. Vale decir que la sensacional “naranja”
en la que suele encasillarse a Kubrick (y con mucha razón) es solamente un
ejemplar creativo de un director —de ojo clínico— que logró ubicarse y luego
consagrarse por el valor connotativo de la fotografía. La primera impresión de La naranja
mecánica puede ser alucinante, y a medida que avanzamos nos preguntamos ¿a
qué hora termina este “trip”?, pero nunca cesa, ni siquiera cuando llegamos al
fin de la película. El mecanismo continúa haciendo conciencia en nosotros como
si estuviéramos a la fuerza sometidos a las imágenes. Este es el efecto visual
que, como el sonido en la música, suscita en nosotros la sublimación.
Curiosamente, una de las
escenas que más impacta en La naranja
mecánica es sin duda el tratamiento clínico ocular de Alex
DeLarge (la asociación con el Perro
andaluz de Buñuel es inmediata), pero obviamente Kubrick no pretendía un
efecto surrealista sino todo lo contrario, el realismo hasta el extremo
(las córneas de McDowell sufrieron más que el mimetismo en esta escena) y como
sabemos, como algo vivencial, a nosotros los espectadores el realismo límite nos puede sacar del quicio de la normalidad. La córnea, la lente, el lente de
Kubrick en La naranja mecánica es también clínico
y reduccionista: una visión hiperreal de la degradación humana resultado del
condicionamiento social.
Alex DeLarge (Andy McDowell)
La
naranja mecánica se ha
vuelto un fenómeno de culto internacional. De manera que hallamos otro tipo de
conductismo en el arte mismo, especialmente con respecto a este film, tan
controversial en su tiempo cuando fue censurado por presuntamente conducir a los
jóvenes a la violencia. La verdad por supuesto es que los veedores del Estado se sintieron incómodos con la flagrante crítica social de
Kubrick, quien desde sus primeros años mostró desafecto para con todo tipo de
autoridad estatal.
Mas la censura que inicialmente recibió La Naranja mecánica no fue nada en
comparación con la persecución y represión de los escritores de Espartaco (1960), el film que
habría de hacer muy famoso a Kubrick. Tanto Howard Fast, el autor de la novela y Dalton Trumbo, el guionista
de la película, estaban en la “lista negra de Hollywood”, hecho que había sido
acto decisivo del Comité de Actividades Antiestadounidenses (The House
Un-American Activities Committee) contra aquellos escritores y artistas que
fueran simpatizantes comunistas o socialistas y cuyo resultado fue una verdadera
cacería de brujas en la que perecieron cerca de trecientas personas del gremio. Kirk Douglas se solidarizó con los perseguidos en general y cruzó límites al emplearlos. Una vez iniciado el rodaje, estaba muy en acuerdo con Howard y Trumbo, pero por razones otras en gran desacuerdo con Anthony Mann, el director asignado por el estudio. Fue así que pensó en el joven Kubrick con quien ya había trabajado.
Dalton Trumbo
Sucede que en 1957, Stanley Kubrick, llevado por su
carácter rebelde, había procurado la dirección de Senderos de Gloria (un film anti guerras), con Kirk Douglas como protagonista.
Con esta película se ganó la admiración de los críticos y del mismo Douglas, el actor
más importante de Hollywood en esos tiempos. Pese a su temprana edad, Kubrick
ahora figuraba entre los directores de la “Academia".
Continuaba la correspondencia entre las artes y
también la vida. Kirk Douglas, productor de Espartaco,
protagoniza el papel del esclavo tracio revolucionario y escoge a Kubrick luego de
despedir a Anthony Mann. Quería un director con más iniciativa. Y al joven Kubrick le
sobraba, pero un tipo de iniciativa crítica que ahora sólo puede
compararse a la de Oliver Stone.
En alguna ocasión Kirk Douglas, que es de origen judío, afirmó que siempre había creído que la lista de los 10 de Hollywood había sido en
parte por cuestiones antisemíticas (seis de los 10 eran judíos). Por eso fue que
tomó la empresa de sacar a Dalton Trumbo de la ignominia e inscribió su verdadero nombre en
los créditos de la película. Trumbo había estado escribiendo bajo pseudónimos
por mucho tiempo y el acto solidario de Kirk Douglas no sólo le ayudó a él sino
también a dar fin a las listas negras. Fue así que en la producción de una de
las películas más caras de Hollywood se reúnen tres genios que tenían posturas
críticas contra la sociedad americana entonces reprimida por el Macartismo. Un dudoso percance llevó a Kubrick a dirigir un film con un tema revolucionario, el
encarcelamiento y la censura llevó a Trumbo a escribir el guión y el
antisemitismo conmovió a Kirk Douglas a culminar tan grande empresa. Bajo los
efectos grandiosos, los desmesurados sets,
los miles de extras (8,000 activos reclutas españoles, haciendo el papel de soldados
romanos), un elenco de primera en la que figuran los más caros y finos, entre
ellos Sir Lawrence Olivier, Kirk Douglas logra infiltrar Hollywood con un
película cuyo héroe era emblema de Marx y Lenin. Con todo esto, Kubrick siempre
afirmó que si le hubiesen dado control completo, habría realizado una obra más
incisiva y menos idealista. Nunca jamás, luego de Espartaco, Kubrick dirigió otra película sin tener control completo
de la producción, desde la cámara hasta el guión.
Stanley Kubric
No obstante lo anterior, es con Espartaco que comenzamos a ver el
fenómeno visual de Kubrick y es en las tomas panorámicas de poca acción en las
que podemos apreciar la luz, los colores y la visión poética. Fue su primer film a color y
el final de su periodo formativo. Será con Dr.
Strangelove (1964) que veremos los indicios del sarcasmo, del cinismo, que
culmina con La naranja mecánica.
Mucho da que decir el ver la caricatura de
Kubrick sentado sobre una naranja, consagrado en el fruto de su gran obra.
También pienso en la censura y represión que han sufrido tantos artistas y especialmente, por afinidad nacional, pienso en Allan McDonald quien durante el
golpe de Estado de 2009 en Honduras y por meses a seguir sufrió la intolerancia, pienso en su lápiz y utensilios de caricaturista, su cámara y su lente, y
también pienso en las correspondencias que se desatan entre los creadores de
arte.
León Leiva Gallardo