martes, 17 de julio de 2012

América Nuestra: antología de escritores iberoamericanos en Estados Unidos

Cierto es que ningún hombre es una isla, y mucho mas certero es decirlo de un escritor o una escritora. Las antologías son tan esenciales como las obras personales o quizá más; es en ellas donde nacemos, nos volvemos adultos y a veces donde llegamos al final del juego.


La primera reacción al recibir noticia de la publicación de América Nuestra, otra antología* de escritores iberoamericanos residentes en los Estados Unidos, fue un hálito de confirmación de algo que he venido sosteniendo desde hace muchos años, que la literatura iberoamericana no termina en las fronteras de Latinoamérica o España, por la sencilla razón que la literatura persiste donde la lengua manda.

            Como bien plantea Castro Urioste en el prefacio de la antología, en lo que ahora es los Estados Unidos se hablaba y también se escribía cristiano desde los tiempos de las misiones, e incluso antes, durante las exploraciones. Recordemos que la literatura iberoamericana comienza con las crónicas de los exploradores y conquistadores. Las experiencias de estos primeros escritores eran más que novedosas, sin precedencia, podríamos más bien decir alucinantes. De manera que el resultado narrativo fue distinto en lenguaje y visión, comenzando con toda una nueva nomenclatura botánica, zoológica y topográfica y culminando con otra cosmovisión, aspectos ambos que se habrían de interiorizar para crear obras —entonces se pudo decir— de carácter americano. Sabido es que la obra de Cabeza de Vaca se caracteriza por los aspectos ya mencionados. Lo interesante es lo siguiente (y lo que nos incumbe para esta antología), a los cronistas de la región norteamericana no sólo los reclaman los españoles y los latinoamericanos, sino también los chicanos; este tema por supuesto es de otra tertulia, pero nos da a saber la importancia de la lengua madre para determinar identidades culturales, no una sola identidad, sino varias. Este aspecto tiene mucha más relevancia en América Latina y los Estados Unidos que en España. Muy bien sabemos que el castellano como lengua nacional no comprende todo el ser español. El carácter español, ibérico, es de mucha más antigüedad y rebasa las lenguas que se hablaban y se hablan.

            América Latina por supuesto también cuenta con un pasado-presente indígena y africano, pero la diferencia es que este tiempo mítico se ha transcrito; hubo una mutación de valores que se ha registrado como sincretismo, que parece solamente comprenderse y concebirse por medio de la lengua. No fue por folclore que utilicé el término cristiano para referirme al español. Algo que se ve mucho en los Estados Unidos es que los latinoamericanos al encontrarnos de repente sufrimos una suerte de mutuo reconocimiento y que casi decimos: “hablamos cristiano. Así como los españoles usaban el término para distinguirse de los árabes, nosotros, guardando las debidas proporciones, lo hacemos para distinguirnos de los “foráneos”, especialmente de los angloamericanos.

            La fuerza de la lengua hablada se vuelve determinante con el tiempo. Hay algo bastante primigenio al comunicarse en la lengua madre, seguro hay mems (es decir, gens de la memoria) que se activan al poder hablar y entenderse con otra persona. Los mems son por supuesto más de naturaleza afectiva, cultural y psicológica. Algo análogo sucede al escribir en español, también se activan los tipos y arquetipos de nuestra cultura, que, recuerden, siendo sincrética, se remonta a tiempos y espacios remotos. Los latinoamericanos tenemos el lujo de sentirnos orgullosos de tiempos y regiones que abarcan toda América indígena, Europa y África.  Pero este mutuo orgullo lo sentimos por medio del español. El español es el factor unificador. Y aquí he llegado al punto de una premisa que he venido manejando hace muchos años. Si es en español es iberoamericano.

            Una vez, en un concierto, le preguntaron a Luis Armstrong lo que pensaba de la música cubana que estaba escuchando; el viejo simplemente contestó: “If it sounds good, it is good” (Si suena bien, es buena). Creo que me suscribo a ese simplismo del sentido común. No le busquemos tres pies al gato. Si está escrito en español, es iberoamericano. Esto lo comprendí en mis primeros años universitarios, cuando estudiaba literatura angloamericana. Los anglos practicaban, como lo siguen haciendo, el segregacionismo lingüístico. A mí me parecía un insulto que hubiera clases de literatura étnica. Las listas se volvían ridículas y racistas: African American Lit., Mexican American Lit., Native American Lit., y todas escritas en inglés. Alegaba con los profesores y ellos simplemente seguían siendo lo que son, segregacionistas. (Qué diferencia a la sabiduría de Luis Armstrong.) Par poder leer a grandes escritores, como Ralph Ellison y James Baldwin, tenía que tomar un curso especial. Ralph Ellison había escrito la que quizá fue la mejor novela estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial, pero nunca aparecía en las listas de American Literature, sino en la otra, African-American Literature, la segregada. Vale mencionar que los angloamericanos segregacionistas comenzaron a sentirse bastante abochornados en 1993, cuando Tony Morrison ganó el premio Nobel de literatura. Para entonces ya me había graduado, había terminado otra licenciatura, en psicología, y había vuelto a contemplar mis propios mems (pueden leerlo como quieran). Quedé verdaderamente harto del ambiente anglófilo y xenofóbico. Aprendí y perfeccioné el inglés, pero para dedicarme a escribir en español. No fue muy difícil, nunca me sentí que viví fuera de América Latina. Honduras nuca ha sido periferia para mí y tampoco yo lo he sido para ella.

Por eso gozo de entereza al decir que las personas que escriben en español, donde sea que vivan, siguen perteneciendo y aportando a la literatura iberoamericana. Nuestra América: Antología de Narrativa en Español en Estados Unidos es ejemplo claro de esta premisa, que no creo sea tan complicada. El primer título por supuesto es una alusión a lo que José Martí llamaba al territorio (pero léase al ser latinoamericano); curiosamente este concepto lo acuñó durante el exilio en Nueva York donde escribía su mejor prosa.

A mi ver José Castro Urioste y Fernando Olszanski han hecho una selección no tanto representativa como personal; esto no le quita mérito a la labor del antólogo. Finalmente lo que importa es la calidad de los textos. Lo que sí de primera me llamó la atención y, para ser franco, me mal advirtió, fue el prefacio de Urioste, quien plantea como objetivo de la antología intentar “…—aunque sea con un granito de arena— dar cuenta de la formación de una identidad latina—.” Esto puede parecer muy aceptable al lector no precavido de las vejaciones de la crítica literaria estadounidense, pero lo que se sigue perpetuando es un proyección anglosajona (de origen europeo) con respecto al valor intrínseco de nuestra literatura y de nuestra cultura por antonomasia. Me explico.

Una de los grandes debates filosóficos durante el periodo de las exploraciones y asentamientos fue el de la humanidad propia de los indígenas. Hay que recordar que los europeos veían a los indígenas como animales salvajes y luego, por fuerza de la ilustración, como tipos de un bon savage. En fin, se cuestionaba la idea de que los indígenas tuvieran alma. Gracias a la intervención del padre De las Casas esto llegó a resolverse y al fin les convino aducir de que teníamos alma. Bien, este el primer paso de una intervención eurocéntrica. Con los siglos, después de que los americanos aprendieran a comunicarse y a escribir, surgieron de nuevo los cuestionamientos con respecto al valor intrínseco de todo lo que se creaba y producía en América. Para remediar este dilema se empleó un concepto que ha servido de mucho, y es el sincretismo. En América Latina al fin se llegó a concebir una identidad propia y al fin logramos independizarnos culturalmente de España y Europa en general, aunque siempre quedaran las ascuas de lento fuego en que se cocia nuestra identidad.

Cuando comienzan a surgir las obras de literatura escritas por “latinos” o latinoamericanos en Estados Unidos, los anglosajones de nuevo soplaron las casi apagadas ascuas de la colonización. La crítica literaria estadounidense ha utilizado la premisa de la falta de identidad (nuestra) para explicar toda manifestación artística y literaria. Tristemente, los catedráticos latinoamericanos que se han formado aquí también tomaron y siguen tomando de esa cocción. Antes se nos cuestionaba si teníamos alma, ahora se nos cuestiona si tenemos identidad.

Por eso me asombra hallar este mismo desacierto en una antología que seguramente va a llegar a las manos de jóvenes estudiantes de origen latinoamericano. También a ellos se les va a contaminar con la misma distorsionada idea que predica o insinúa que toda obra literaria escrita en español, en los Estados Unidos, es en vías de la formación de una identidad; cuando lo que se debe entender y enseñar es lo siguiente: todo pueblo que goza prolongada cohabitación y comunión, y que se comunica en una misma lengua, ya tiene de hecho una identidad, y cuando esta alcanza un grado de madurez y complejidad, comienzan a manifestarse los valores a través de obras de arte, música, literatura, cine, ciencia y filosofía, etc. Es decir, la identidad precede al pensamiento y a la creatividad, que es recreación de un mundo ya interiorizado. Ejemplo distante pero acertado: el arte rupestre como muestra concreta de una identidad primordial, no de una búsqueda de la misma.

El fantasma del bon savage aparece aún por las aulas y cátedras de las universidades estadounidenses. No existe tal cosa llamada identidad latina, eso es un marbete empleado por los académicos y fomentado por los medios de comunicación, porque es fácil y se presta para no pensar.

Insisto entonces en que esta antología es una buena muestra de valores latinoamericanos y, finalmente, digámoslo, de valores universales. Nuestra América es justamente eso, lo que producimos los latinoamericanos, donde sea que vivamos. Quiero seguir esto con una pregunta capciosa, para hurgar más. ¿Acaso Julio Cortázar, quien vivió tanto tiempo en Francia, intentaba formarse una identidad al escribir en español y no en francés?

Derrida decía que el hombre no hace el mito, sino que el mito hace al hombre. Somos seres históricos. La historia de un pueblo forma la identidad y toda persona que es parte de esa historia no debe dudar nunca de su integridad; de hecho a la mayoría de los latinoamericanos ni se les cruza por la mente. Esa es más bien preocupación de sociólogos, afectaciones o distorsiones de intelectuales e incumplimiento de una crítica más profunda de parte de los académicos.

La aguda observación del historiador costarricense Danilo Pérez Zumbado** quien prefiere el término americanidad a la de identidad cuando se refiere a la definición de lo nuestro, nos reafirma cómo en América Latina se deniega el uso del término. Los orígenes del pensamiento latinoamericano se ocuparon de definir lo nuestro. Cuando José Martí acuña la frase, la cuestión aún se debatía duramente. Pero ahora estamos en el siglo XXI. Ya no estamos entre Ariel y Calibán. Quizá para aquéllos que creen que algo más que una literatura se está forjando aquí en Estados Unidos, y sospecho que Fernando Olszanski se suscriba a ello, deberían de pensar en un término como latinidad, ya que el marbete de latino no nos lo quitamos de encima. Yo personalmente no creo en la latinidad. El influjo constante de latinoamericanos a los Estados Unidos no permite la consolidación de una nación latina dentro de la gran nación. Simplemente seguimos siendo latinoamericanos radicados en los Estados Unidos. Y no digamos del influjo o surgimiento de escritores latinoamericanos y españoles. Fue a esta encasillada población a la que se aproximó la editorial Planeta con una condición bastante reductiva, hasta el punto de ofensa; promovía la escritura en español siempre y cuando los cuentos o novelas trataran de temas de las experiencias de los latinos en los Estados Unidos. Planeta ha querido hacer otra literatura “étnica”. Paz Soldán fue uno de los primeros antólogos de Planeta USA. El resultado fue una selección de cuentos afanados y malucos.

Para no agotar más el asunto, creo que esta selección de narrativa en vez de abogar por una identidad latina estadounidense, sin planteárselo ha confirmado que lo que se escribe en español en los Estados Unidos es literatura iberoamericana. Basta con leer los textos para darse cuenta de ello.

Como verán, Goldenberg ha brindado, quizá adrede, un texto que no solamente rompe con las expectativas de géneros literarios, sino que también crea todo una contestación (negación) al asunto de la identidad en general. Cuestión que me lleva a la narrativa propiamente hablando. Una vez superada la piedrita “académica”, nos hallamos con una selección de textos que nos da una buena faena de las posibilidades narrativas. Los temas oscilan entre lo muy actual como lo histórico.



Mario Bencastro acude al testimonio y a la epístola, y los combina para crear un relato histórico. El personaje ficticio, que vive en el presente, escribe una carta que la trasplanta al conocido asesinato de las cuatro misioneras estadounidenses en la guerra civil en El Salvador. El efecto final es comenzar a dudar si el personaje es real o ficticio. Es inevitable no pensar que la remitente va a sufrir también el mismo destino. Bencastro muestra en “Querida amiga” el fatalismo que ha quedado como remanente de una tragedia personal e histórica.


Las voces narrativas en “Parejita ideal” de Alicia Borinsky, personajes principales, la narradora e Irene, se extravían en estilo directo libre (¡en un cuento de cinco páginas!), lo que resulta en una fallida locución intermitente de lo que piensan, ya que la trama no se desarrolla lo suficiente y lo que queda parece el primer borrador, como los primeros apuntes de un relato que pudo llegar a ser.


“La llamada” de José Castro Urioste” es la típica historia del inmigrante venido a menos, solo y arrepentido de haberse quedado a los Estados Unidos. El relato encadena diestramente el transcurrir de la vida pasada de Rubén, el personaje principal, con los momentos de ansiedad vividos en una noche de Navidad en Nueva Jersey. Ambientado con un lenguaje muy congruente con la procedencia de clase obrera del personaje, Castro Urioste muestra la facultad para desencubrir lo cotidiano y hallar el desnudo humano, algo que también maneja magistralmente en su breve novela Aún viven las manos de Santiago Berríos (1991).



Mirta Corpa Vargas se atrevió a enviar un texto a medias y trillado. “Casa Blanca” parece cuita estilo pedro navaja. Tiene todos los elementos para ser algo mucho más completo, pero se quedó en la anécdota.



Ambos cuentos de Chávez Castañeda y Ariel Dorfman nos llevan a los intersticios psicológicos y existenciales. Las descripciones del mundo de Kata, la protagonista de Castañeda, nos remite a la fenomenología; y “Horas de visita” de Dorfman es un magistral cuento corto, una muestra excelente del poder de la omisión como recurso. Ambos textos acuden al lector (teoría de la recepción).



Teresita Dovalpage nos arremete sobremanera con “Malvenida, mamá”. Con la agilidad de la que conduce mientras argumenta nos presenta a su madre en vida y nos manipula a asistir a su encuentro. Curiosamente, la espontaneidad y la hilaridad, el ritmo y la desfachatez que hallamos en este cuento, también lo vemos en “Qué pensarían de nosotros en Japón” de Enrique del Risco. Hay algo muy cubano en todo esto. Sin embargo, Dovalpage ha creado una trama mucho más compleja tanto en lo formal como en contenido. Las retrospecciones de la hija quien nos habla de su madre se explayan a medida que se desplaza en auto, haciendo comentarios sobre el tráfico y la ciudad, glosadas con referencias y alusiones que dan indicios: “No puedo ir al aeropuerto, madre, porque la ciudad está cubierta de cenizas y humo, como Pompeya cuando reventó el vientre de Vesubio.” De final matricida orquestado sorpresivamente pero sin hacernos sentir que estamos tragándonos un bocado tabú, “Malvenida, mamá” es sin duda uno de los mejores cuentos que he leído últimamente.


No sé qué decir de “El mercado transformista” de Roberto Fernández, simplemente me asombra cómo el estilo carnavalesco, a lo Arenas, persigue a muchos cubanos. Seguramente hay un hilo comunicador que sólo el escritor y sus narratarios conozcan, porque el texto es cansón por tantas referencias gratuitas a la cultura popular y porque sólo llega a presentarse como “un día en la vida’.



“Fábula del ser nativo y del ser inmigrante” de Isaac Goldenberg, curiosa, irónica o sarcásticamente, parece una reacción irreverente al presunto objetivo de todo juicio de valor y de todo pretensión del saber, incluida el objetivo de la antología misma. Las fábulas iniciales, como si contestaran al mito mismo de una identidad latina en los Estados Unidos, además de descomponerse por las invectivas de Goldenberg, no son las únicas. Este texto consta de varias descomposiciones que oscilan entre lo específico (la vida humana) y lo más abstracto (Dios), siempre llegando a la conclusión de que toda intervención intelectual es una mitificación. Pero las ideas se presentan irónicamente y se ambientan en un espacio y tiempo indeterminado del futuro. A diferencia de Vonnegut quien nos divertía con sus breves relatos futuristas, Goldenberg nos hace bostezar con analogías galácticas de las miserias de la historia humana. Las “fábulas” están cundidas de lugares comunes y obviedades. El texto no es un relato con trama y personajes individualizados, sino una suerte de caracterización del ser humano por medio de sus defectos, cuestiones que ultimadamente se prolongan sin darle la importancia debida a las ideas que en otro contexto y elaboradas sin sarcasmo habrían tenido más impacto. Es curioso, pero Goldenberg parece querer negar o minimizar el intelecto o el discurso intelectual, pero lo pretende lograr por medio de conceptos propios del ingenio. Si se escribiera una novela sobre el ser humano, estas serían algunos de los esbozos principales del protagonista. No descarto de interés o de valor este texto, este perfil humano, sino que me parece que no cabe en una antología de narrativa. Si la antología se titulara “Antología de prosas irónicas, livianas, irreverentes y sarcásticas”, tal vez. Pero ahora que ya se me ocurrió ese título, quizá los que deban cambiar de contexto son los antólogos. Que cambien de título y todos estas selecciones van hallar su debido sitio en esta antología. Como agregado comentario voy a mencionar el hecho que Goldenberg no incluye ni una sola fábula sobre la literatura o el saber. Pero como dije, no le interesan las cualidades humanas, sino los defectos. No nos otorga, en este perfil galáctico, los atributos humanos que pueden salvarnos de la nada: la belleza y el arte. Le faltó añadir la fábula del arte y la literatura y la fábula del saber; pero entonces su texto se desmoronaría como esa antigua aseveración de Epiménides el cretense al decir que “Todos los cretenses son unos mentirosos”. Es inevitable no pensar en la culminante paradoja de este conjunto de textos, la fábula de la palabra escrita: toda palabra escrita es una fábula.



Miguel Gomes tanto como González Viaña pecan de demasiado obvios en “Australia” y “Usted estuvo en San Diego”, respectivamente; ambas historias de migrantes no dejan de contribuir con los mismos simplismos a un tema tan avejentado como actual y tan requeteconocido. Es cuando me hallo con estos textos que pienso que la manera en que se convocan a los escritores los predispone a enviar escritos malucos sólo para que se ajusten a las exigencias editoriales.


Ana Merino explora brevemente un tema tan copioso como es el de la pérdida de la memoria (y otras facultades) —el Alzhéimer—; se quedó además en los síntomas y algunas memorias fragmentarias que no nos permitieron conocer la dimensión humana. A veces los escritores pretendemos hacer epifanía de un acontecer y acabamos con un escrito que parece más bien viñeta. La relación padre-hijo aquí se presenta de manera tan elíptica que deja mucho que desear. Lo mismo pienso de “De cuervos y flores” de Olszanski. Ambos textos se me antojan viñetas de hermosa composición. Ambos acuden a la imagen como tropo psicolóٕgico que, por supuesto, cobra importancia formal al convertirse en el centro y el final de toda la composición. Las naranjas de Merino y la extraña flor (y los cuervos) de Olszanski son ejemplos formidables del empleo de la metonimia como recurso narrativo. Ambas historias son fragmentarias, pero nos invitan a perseguirlas. A mi ver, “De cuervos y flores” es un preludio a una novela, a un bildungsroman; si se procurara esa voz narrativa a través de todo el viaje que el protagonista está por iniciar, entonces serían varias las anunciaciones que nos haría contemplar y apreciar.


Hay algo muy tenaz en el cuento “Valiant Acapulco” de José Montelongo. Equipara la mitología antigua con la actual, una tesis en sí, el hombre del hoy mismo también motivado por los mitos, los de la cultura urbana. Un cuento ejemplar del posmodernismo, la desmitificación del amor cortés en “Valiant Acapulco” resulta en otra mitificación: momento en que los valores no logran trasmutarse, sino que simplemente habitan otros medios iconográficos. Ya no se trata de Pegaso sino de un auto, un Valiant Acapulco.


Algunos de estos textos parecen anécdotas, como “Casa Blanca de Mirta Corpa Vargas, que confunde más con los adjetivos y circunvalaciones, p. 55, para contar algo tan real. “Billy Ruth” de Paz Soldán, parece ser una perra de estudiante, cuya audiencia implícita son los mismos jugadores de Hockey y animadoras (cheerleaders) a quienes tiene como objetos de sus memorias; no sería extraño que esta anécdota la hubiera escrito en sus años de universitario y originalmente en inglés. Parece que las exigencias de brevedad y concisión le han mancado mucho al género. Antes se decía que un cuento se debía de leer en una sesión normal de lectura; pero ahora se hace en una sentada. Es desconcertante saber que las ocurrencias de estos escritores pasaron por el escrutinio de un doctor en letras y un editor profesional.


Enrique del Risco, con “¿Qué pensarán de nosotros en Japón”, nos lleva en un reconocido viaje en el metro de Nueva York. Un relato liviano y sin más pretensiones que las de ilustrar el asombro (exagerado por licencia poética) que puede llevarse un inmigrante, y especialmente un hombre entrado en años que acaba de llegar de Cuba. Es admirable la facilidad con que del Risco nos lleva de escena en escena, donde los asombros de su padre se descomponen con las divertidas observaciones (y regaños) del hijo ya iniciado en la gran urbe.



“La ley” de Rose Mary Salum me dejó en dudas. En primer lugar, divide el texto en partes innecesarias; y más importante, quiso llevar la situación de la profesora (postrada a una silla de ruedas) a un grado de patetismo que no se logra del todo, pero sí se apunta. Momentos fugaces y esenciales son cuando piensa llamarle la Migra a su empleada Rosario y el miedoso final en que no se sabe lo que traman Rosario y su novio. Hay algo novedoso en esta historia, Rose Mary Salum cuestiona la noción del “inmigrante bueno”, se insinúa la posibilidad de que Rosario sea una tranza. Este cuento también presenta dos clases sociales migrantes que ya son realidad común en Estados Unidos; cada vez más ingresan personas de clase media y media alta a formar parte del mundo usolatinoamericano***.


Jesús Torrecillas nos lleva a un final capcioso como tramposo luego de embebernos con aparentes distracciones. Se realiza la metáfora del bautismo. El protagonista logra entrar en comunión con una familia extraña y desamparada por medio del bautismo literario al final del cuento, cuando la madre (¿bipolar?) de su amiga lee su poesía. Este cuento que nos distrae con las escenas y ambientes menos esperados nos invita a perseguirlo, pero termina fácil. Insisto en argumentar que la brevedad que se exige en estos tiempos, está haciendo daños al género cuentístico.

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Creo que en Chicago, más que en otra ciudad, es donde más se está haciendo por publicar y antologar la literatura iberoamericana que se escribe en Estados Unidos. El trabajo editorial que han realizado John Barry, Alejandro Ferrer, Raúl Dorantes, Febronio Zatarain, Jorge Hernández, Bernardo Navia y Olivia Maciel, ahora continúa con el aporte de Fernando Olszanski y José Castro Urioste. Todos estos escritores han producido revistas, antologías y obras que le han dado forma y contenido al quehacer literario. Mi lectura y observaciones sobre América Nuestra son también el producto de la formación que he recibido a través de los años que he convivido y colaborado con estos colegas.

Cierto es que ningún hombre es una isla, y mucho mas certero es decirlo de un escritor o una escritora. Las antologías son tan esenciales como las obras personales o quizá más; es en ellas donde nacemos, nos volvemos adultos y a veces donde llegamos al final del juego.

                                                           
                                                       León Leiva Gallardo



Notas

* América Nuestra: Antología de narrativa en español en Estados Unidos, editores José Castro Urioste y Fernando Olsanski. Tres Aguas, Linkgua USA, 2011.

**Danilo Pérez Zumbado. “José Cecilio del Valle: americanidad y otras relaciones”, Exégesis No. 77. Universidad Nacional Heredia de Costa Rica.


*** Usolatinoamericano: Latinoamericano radicado en Estados Unidos. (Neologismo que funciona como gentilicio y como adjetivo.)










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