Probablemente el
último poema de Molina en su país. “Adios a Honduras” describe la decepción y
tristeza de haber sido desterrado de su patria entonces en manos de "tiranuelos". Estas serían las últimas imágenes del puerto de Amapala, cuando viajaba hacia el exilio en El Salvador, donde viviría
sus días postreros.
Adiós a Honduras
(en el vapor "Costa Rica")
Voy a partir:
Adiós! La frágil nave,
deslizándose
suave,
lanza a los
cielos su estridente grito;
y el humo
ennegrecido que respira
en colosal
espira
asciende a la
región de lo infinito.
Las alas de
oro, lánguida y cobarde,
pliega la
mustia tarde
en la
insondable cuenca del vacío,
como águila
cansada que al fin toca
su nido en la
alta roca,
y se recoge
trémula de frío.
Quebrándose en
el vidrio de los mares
los destellos
solares
las espumas
blanquísimas inflaman;
y como
hambrientas e irritadas fieras
-mordiendo las
riberas-
las bravas olas
estallando braman.
El viejo sol,
que en su esplender difunde
desde el ocaso
se hunde
con un nimbo de
vivas aureolas:
El alción
fatigado el ala cierra
y se aduerme la
tierra
al sollozar de
las hinchadas olas.
¿Por qué, por
qué con la mirada incierta
sigo, desde
cubierta,
la dirección
del puerto de Amapala,
si el vapor,
con seguro movimiento
sobre el blanco
elemento
en busca de
otras playas resbala?
¡Oh, tarde
melancólica! ¡Oh, astro
que luminoso
rastro
dejando sobre
el mar, en él te hundiste!
¡Oh vagabundas
nubes! ¡Oh, rumores:
afanes
punzadores
llevo en el
alma, dolorida y triste!
No es el amor
el que a sufrir me obliga
y el corazón me
hostiga
al despedirme
de mi tierra ruda;
Ni la ciega
ambición desenfrenada
que a la mente
exaltada
cual venenosa
víbora se anuda.
Es un oculto y
hondo sufrimiento,
algo como un
lamento,
el recuerdo de
lúgubres escenas
el horrible
chocar de los cuchillos,
el roce de los
grillos
y el siniestro
rumor de las cadenas.
¡Qué triste es
ver que en el cóndor de la cumbre
al foco de la
lumbre
vivífica del
sol el ala tienda,
y de repente,
al mutilarlo un rayo,
en tremendo
desmayo
en espantosa
rotación descienda!
Como ese cóndor
del crestón bravío
el noble pueblo
mío
movió a la
libertad las grandes alas,
y al remontarse
a coronar su anhelo
un audaz
tiranuelo
se las ha
cercenado con las balas.
Así como la
flor, rica en esencia,
manchan con su
excrecencia
el purísimo
cáliz los insectos,
han deshonrado
el hondureño solio
-con torpe
monopolio-
mandatarios
estúpidos y abyectos.
¡Oh, pobre
patria! El que de veras te ame,
en indolencia
infame
no mirará el
ridículo sainete,
sin que
encamine, trágico y austero,
el paso al
extranjero,
o a los
histriones con las armas rete.
Por eso en tus
fronteras montañosas
sobre olvidadas
fosas
que baña el sol
con sus ardientes luces
contempla el
caminante, entre zarzales
y abruptos
peñascales,
alzarse al
cielo solitarias cruces.
Yacen allí,
tras las batallas cruentas,
las torvas
osamentas
de tus hijos
más dignos y valientes,
y que rodaron,
en su rabia loca,
de una roca a
otra roca
el cartucho
mordiendo entre los dientes.
¡Ay! A pesar
del largo despotismo
que te empuja
al abismo,
a la nostalgia
sin hallas remedio,
mares cruzando
y anchos horizontes,
tornamos a tus
montes
porque nos mata
un incurable tedio.
Vi humillada en
el polvo la bandera,
extinguida la
hoguera
del
patriotismo, alzados los protervos,
Hundido el
pueblo en vergonzosas cuitas,
las águilas
proscritas
por una banda
de voraces cuervos.
Vi… ¿Mas
pudiera el pensamiento mío
describir el
sombrío
lúgubre cuadro
de baldón y mengua
que me llenara
de indecible espanto?
¡Vigor falta a
mi canto
y siniestro
vocablo a mi lengua!
Cuando enaltece
el déspota triunfante
la poesía
vibrante
es triste
objeto de irrisión y mofa.
¡Para el infame
que a su pueblo abruma
con terror, la
pluma
puñal se
vuelva, y bofetón la estrofa!
Los que sufrís
en el ocio envilecido
sin lanzar un
rugido
el látigo
ominosos del verdugo,
¿Porqué
lloraís? ¡Bien merecéis, menguados,
ser vosotros
atados
como los bueyes
al innoble yugo!
Pero ¡qué
exclamo! Perdonadme, amigos,
que impasible
testigos
no fuisteis
nunca de la patria ruina,
porque habéis
muerto con valor sereno,
coméis un pan
ajeno
o sufrís en
hedionda bartolina.
Perdonadme
también los que entre crueles
burlas, en los
cuarteles,
atados de los
pies y de los brazos,
con fieros
palos y con golpes rudos
de los cuerpos
desnudos
la carne os
arrancaron a pedazos.
Y tu también
perdóname, ¡oh robusta
juventud, que a
la justa
ira cediendo,
entre el común asombro,
llevaste a cabo
insólitas hazañas
luchando en las
montañas
muerta de
hambre y el fusil al hombro!
De la ciudad al
triste caserío
despertó al fin
el brío,
a tu voz, de
los hijos de mi tierra;
y en sus bases
graníticas sentados
los montes
enriscados
tu ronco grito
repitieron: ¡Guerra!
¿Por qué fue en
balde el temerario arrojo
con el que
sublime enojo
el pecho diste
a la mortal metralla?
¡Ahora que
triste la mirada giro
en derredor, te
miro
sin sepulcro en
los campos de batalla!
¿Qué fue de
aquellos que estreché las manos,
que quise como
hermanos
en otros
tiempos y mejores días?
¿Dónde están?
¿Cuántos son? ¿Por qué se vedan?
¡Ay! ¡De ellos
sólo quedan
ilustres
sombras y osamentas frías.
¡Todos murieron
en la lucha fiera
al pie de su
trinchera,
víctimas nobles
de un brutal encono;
y hoy Honduras,
cometiendo excesos,
alza, sobre sus
huesos,
en despotismo
asolador su trono!
A los malvados
que a su pueblo oprimen
con el crimen,
el crimen
ha de poner a
sus infamias coto,
o volarán, odiando
y vencidos,
del solio,
conmovidos
por un social y
breve terremoto.
Vendrá la
redención… Me voy en tanto.
la noche tendió
el manto
por la callada
inmensidad del cielo,
y cual del sol
enamorada viuda
melancólica y
muda
vierte la luna
un resplandor de duelo.
La fresca brisa
con su beso alivia
mi frente que
arde, y tibia
aspiro una ola
lánguida de aromas,
¡Efluvio de mis
rústicos alcores!
¡Hálito de mis
flores!
¡Emanaciones de
mis verdes lomas!
Queda la Isla
del Tigre tras la quilla
del vapor: el
mar brilla
salpicado de
espumas luminosas,
que se
encadenan y que se forman luego
mil culebras de
fuego
sobre las
negras aguas temblorosas.