viernes, 5 de abril de 2019

El arte de la distorsión de Juan Gabriel Vázquez



 Voy a comenzar lanzando una de mis invectivas que me sirven para purgar a los fanáticos o a los groupies de escritores nóveles: Juan Gabriel Vázquez es uno de esos escritores profesionales capaces de escribir cualquier tipo de libro (en prosa), incluso una novela. Pero es de mucho agrado para mí saber que resulta ser crítico literario, porque hacen falta los críticos, como él mismo lo comenta, refiriéndose a su Colombia. Imagínense ustedes, en Colombia, la “Atenas de América”, el país donde se habla el mejor español de América, la nación que nos heredó Cien años de soledad, el clásico moderno de nuestra lengua, punto, según J.G. Vázquez, los críticos literarios son escasos. Pues se lo creo, porque la literatura como la concebimos nosotros los de antaño, también es escasa. Pero buenas noticias para Colombia, creo que Juan Gabriel Vázquez es un buen crítico y llena el vacío a plenitud y hay momentos en que lo rebasa en El arte de la distorsión.

Una selección de ensayos, según tengo entendido basados en ponencias, El arte de la distorsión trata, sin muchas complicaciones, temas esenciales del arte de la escritura y del propósito de la misma en tanto manifestación de la vivencia humana o historia subjetiva (“impresionista”, como la llama en un momento). Se destacan, por supuesto, los breves ensayos sobre obras que son muy cercanas a su oficio como narrador, El corazón de las tinieblas y Nostromo de Conrad, las que utiliza para exponer su reivindicación del propósito mitificante de la novela, contrarrestando la noción de la literatura como historiografía. En este aspecto, sentí que Vázquez estaba respondiendo reclamos nacionales a su obra por no haber tratado la cuestión colombiana a la altura de otros escritores; algo que Vázquez ha realizado a su manera con la novela Historia secreta de Costaguana.

Como es necesario si se pretende tratar el tema de la novela, Vázquez hace las debidas referencias al Quijote, y nos extiende una nueva propuesta que nunca antes había leído, y es que: los verdaderos seguidores del Quijote no son los españoles, sino los ingleses. Para esta aseveración hace alusión, entre otras, a novelas de Henry Fielding, como Tom Jones y Joseph Andrews, las cuales, de hecho, son picarescas hasta el extremo de ser parodias. Vázquez es sin duda un asiduo lector de la literatura universal y, muy a su favor, conoce muy bien el inglés y seguro ha leído sus obras predilectas en esta lengua en el original. (Siempre he manejado la idea de que hay obras que deben ser leídas en el original para no perder “el genio” de la lengua: sin duda todo Shakespeare, mas, para dar ejemplos de obras tratadas por Vázquez, también Ulises de Joyce y Lolita de Nabokov.)

He leído algunas reseñas sobre El arte de la distorsión y muchos se equivocan al comentar que las observaciones de Vázquez son todas nóveles. Todo lo que escribe Vázquez sobre El corazón de las tinieblas y Cien años de soledad has sido tratado en una vastedad de crítica literaria. Sobre la función de la intrahistoria en Cien años de soledad se ha escrito mucho, y no digamos sobre la mitificación. Para dar un ejemplo primario, al final de los 80 conocí a Manuel Zapata Olivella, quien fue invitado a la Universidad de Northeastern Illinois a hacer una ponencia sobre el mito en la literatura colombiana. El autor del Changó, el Gran putas (1983), justamente se refiere a Cien años de soledad para reiterar lo sabido, el mito está en la cotidiana experiencia vivencial del caribeño y del latinoamericano por antonomasia. 

En cuanto a la perspectiva “comprometida” de Conrad que Vázquez desmiente, con algo de razón, también se ha descartado sobremanera. Muchas lecturas de esta obra, se volcaron, anacrónicamente, en perspectivas comprometidas. Vázquez argumenta que en ningún momento Conrad menciono el río Congo en la novela; pero, dice este interlocutor, esto no comprueba que Conrad no pudo haber omitido el topónimo. Vázquez quien critica la literatura de “tesis”, como el la llama, nos insinúa su anti-tesis (no se lea antítesis, porque él NO es ni hegeliano y menos marxista). Comprendamos que Vázquez es muy “rolo”, pero no llega a ser del todo un “godo”; maneja muy bien la argucia del bogotano conservador como para pecar de absolutista. Su estilo perspicaz es amedrentador, incisivo, pero con suficiente sofisticación y recato como para no plantarse como Vargas Llosa.

En fin, El arte de la distorsión trata del contenido vuelto forma “impresionista” en la creación literaria, especialmente en la novela, pero también en el cuento. Esta más que válida observación fue magistralmente expuesta hace muchas décadas por el ingenioso don Jorge Luis Borges, el más quijotesco de los críticos literarios por haber. Vale mencionar que las observaciones de Vázquez sobre la obra de Piglia y Ribeyro pueden despertar ánimos dormidos sobre estos escritores tan anómalos, por geniales.

Recomiendo que lean este libro de Vázquez ya sean escritores o serios lectores; en él hallaran incisivas y también desconcertantes observaciones sobre obras clave de la literatura del siglo XX.

León Leiva Gallardo

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