miércoles, 24 de marzo de 2021

José Antonio Domínguez: pesimista o fatal

 


Siempre he tenido cierta fascinación por las ideas, nociones o actitudes pesimistas y panteístas en los poetas de finales del siglo XIX en Honduras. Coinciden, y son dos poetas que puedo llamar fundacionales de la lírica hondureña, José Antonio Domínguez (1869-1903) y Juan Ramón Molina (1875-1908). Debo mencionar que José Antonio Domínguez es un desconocido para muchos lectores y lectoras, quizá opacado por la notoriedad que tuvo su coetáneo Juan Ramón Molina, quien ha sido considerado nuestro poeta laureado por excelencia. También resalto el hecho que a Domínguez, si se le menciona, es por su conocido Himno a la materia, con el cual vierte sus conocimientos científicos, su panteísmo y, de pronto, el cuestionable fatalismo con el que, como explica el crítico literario Héctor Leyva, se ha encasillado nuestro carácter nacional. 

A propósito, creo que es de suma importancia para los estudiosos y estudiosas de nuestra literatura nacional, conocer el minucioso trabajo de investigación y la selección poética basada en fuentes primarias (los manuscritos del propio poeta) que Héctor Leyva realizó: José Antonio Domínguez: Obra poética escogida de sus manuscritos 1885-1903. También recomiendo su ensayo El fatalismo en la literatura y la cultura de Honduras, en el que presenta cuestionamientos sobre el presunto "fatalismo" del que padecemos. Interesantísimo que en este ensayo, Héctor Leyva hace referencias directas, de hecho citas, a dos escritores que en el siglo pasado anunciaron de una manera u otra que Honduras habría de desaparecer. Como sabemos, los comentarios recientes del famoso Harari anunciando lo mismo para el 2050, demuestra que la maldición del fatalismo en Honduras, como lo insinúa Leyva, es una manera fácil y escapista de explicar lo que no necesita tanta ponderación. Lo que yo personalmente pensé sobre el comentario de Harari, es que de nuevo las teorías foráneas vienen a encasillarnos, a pretender encerrarnos en una celda, y no en una celda como la del Artista de hambres de Kafka (a propósito de la literatura) ni como la jaula de hierro de Weber (a propósito la cultura en general), sino en una celda como en las que tienen enjaulados a los migrantes en los Estados Unidos: para que dejemos de existir como seres libres y pensantes. 

Siguiendo la misma veta insidiosa, por muchos años, teóricos estadounidenses especialmente, nos han atribuido a todos los latinoamericanos también padecer de problemas de identidad; y lo absurdo es que muchos catedráticos latinoamericanos han sido repetidores y repetidoras de este concepto eurocéntrico. Nunca me he tragado esa píldora. Siempre lo he interpretado de esta manera: cuando suponen y difunden en ensayos académicos la noción de que no tenemos identidad, eso es análogo a la noción conquistadora/colonizadora, aquélla se acuerdan, que decía que los "indios" no tenían alma. Todo esto es descartable por supuesto; pero hasta la fecha, como ya he mencionado y también lo ha apuntado Leyva, todavía nos persigue "lo fatal", un concepto insidioso y derrotista.

Lo fatal siempre ha sido un leitmotif en la literatura occidental y estuvo muy en boga durante el modernismo; bien conocemos el famoso poema de Darío. Pues, sin entrar a más elucubraciones, creo que el fatalismo de nuestros poetas se suma a ciertas histerias colectivas que se dan entre escritores, especialmente entre poetas, como plagas del alma, a través de las épocas o períodos literarios. No hay duda de que Domínguez expresó un pesimismo acérrimo y lo demuestran sus poemas. A finales del siglo XIX, con el advenimiento del positivismo y la temida sustitución del hombre y la mujer por las máquinas, merodeaba tanto en Europa como en América ese otro fantasma pesimista y agorero. También en España y luego América infectada, se invadió el espíritu de un pesimismo cristiano existencial (recordemos La agonía del cristianismo de Unamuno). Era también un mal que sacudió a los intelectuales, novelistas y poetas, el conocido mal du siècle.

Seleccioné estos poemas de Domínguez porque creo que apuntan a todo esto que he mencionado. Para los interesados e interesadas en seguir leyendo a este poeta, recomiendo el libro de Héctor Leiva ya mencionado (ver imagen arriba).


José Antonio Domínguez (1869-1903)


LA RISA

Vive Dios que en verdad es siempre necio

el que la vida por lo serio toma.

Mejor mil veces es tomarla a broma

y sólo al goce tributarle aprecio.


Del drama y la tragedia tener precio

suele el dolor si embellecido asoma

por el arte, si no, sólo es carcoma

que merece la burla o el desprecio.


Hay que buscar el ridículo de todo:

El que hay en el mundo y en la vida,

pues el placer no existe de otro modo.


Alabemos la risa hermosa y fuerte

que escuda el corazón de tanta herida

y esparce la alegría hasta la Muerte.



ADIÓS

Si el astro rey de libertad se apaga

que da a las almas del honor la vida;

si se eclipsa tu sol, Patria querida,

y sucede a la luz la noche aciaga.


Si el crimen prevalece y se propaga

su influencia corruptora y corrompida;

si en ti tan sólo el desconcierto anida

y el exterminio a la honradez amaga.


Si todo ha muerto en ti, si ya ni aliento

de incorporarte en tu desdicha tienes

y está tu suelo para mí maldito...


Yo de ti Patria a mi pesar me ausento,

y hasta que luzcas en tus radiosas sienes

la augusta libertad, seré proscrito.


HUMANA

Si la conozco bien: si sé que es ella

frívola y desdeñosa y casquivana;

llena de gracia y como pocas bella,

pero de alma insensible, fría y vana.


Si sé que nunca del amor la estrella

en su camino ha de brillar ufana

porque es su pecho de granito y huela

dejar no puede la presión humana.


Si sé que es tan glacial como la nieve...!

Más, a pesar todo, cierto día

la vi leyendo y prorrumpir en llanto.


Duda extraña de entonces me conmueve:

¿Por qué si esa mujer es tan vacía

pudo ante un libro impresionarse tanto?



ENCAJE

Me agrada el plasticismo de la forma,

la corrección de líneas del trasunto,

la muelle morbidez de los contornos

y el relieve curvado de los músculos;

la frígida expresión de los perfiles

que animados parecen y están mudos;

el tesoro adormido de las gracias

y el nevado candor, casto y desnudo,

que en el bloque de mármol transformado

al golpe del cincel, diestro y fecundo,

ostenta la estatuaria en la flamante,

radiosa encarnación de un cuerpo ebúrneo:

¡como que tiene la materia tosca

un resplandor de lo divino oculto

que sorprende la mano del artista

y lo presenta deslumbrante al mundo!

¡Como que existe un fondo de hermosura,

de santidad y sensualismo puro

que como alma de todo lo terreno

emerge alado, incitador efluvio!

¡La armonía que ondula y cabrillea,

acaricia al contacto y tiembla al pulso

y con su hechizo lánguido que arroba,

tienta al deseo y predispone al culto!


LOS VERDUGOS

Sucedió en país lejano

y en remotísimo tiempo

que habiendo muerto el verdugo

para poder reponerlo,

ya que a muerte condenados

esperaban muchos reos

y era justo remitirlos

cuanto antes al cementerio,

se abrió un extraño concurso

para escoger al más diestro

entre los tres más insignes

aspirantes al empleo:

espadachines famosos

que al venir desde muy lejos,

para merecer el cargo

a combatir bien dispuestos

mostraban sus referencias,

sus rarísimos arreos

y su fecha indescriptible

y sus modales siniestros:

todo lo cual denunciaba

lo que decíase de ellos

y es que por diestros podían

al esgrimir el acero

cercenar una cabeza

como quien corta un cabello.

Así, pues, listo ya todo

en una plaza al efecto,

con la solemne presencia

del imprescindible pueblo

y del rey que presidía

el espectáculo horrendo,

al toque de los clarines

se dio al certamen comienzo;

y con el rostro ceñudo

y el ademán muy resuelto,

apareció con su espada

el aspirante primero,

y, con poderoso impulso,

de un solo arrogante tajo    

rodar hizo por el suelo,

la cabeza de un reo,

cual la pelota de un niño;

e hizo un saludo soberbio.

Resuenan por tal motivo

los aplausos con estrépito;

y ante esa potente muestra

de arte tan limpio y certero,

juzgan todos que es en vano

querer superar lo hecho.

Más, el segundo aspirante

se adelanta en campo abierto

con estudiada sonrisa

y con talante correcto;

y al cortar de un solo tajo

la cabeza de otro reo,

en el aire la recoge

con la punta del acero,

y con gracia la presenta

ante los ojos del pueblo.

Repercuten los aplausos

con entusiasmo frenético

y juzgan todos inútil

pretender mayor esmero,

porque imposible parece

aventajar tal extremo.

Mas el tercer aspirante

avanza humilde y modesto

con su espada bajo el brazo

cual cirujano perfecto,

y a un sentenciado se acerca

y con su acero al tocarle

al parecer sin esfuerzo,

le deja en paz para siempre,

aunque sin cambiar de aspecto

con la cabeza cortada

pero fija sobre el cuello,

como si estuviese vivo

cuando en verdad está muerto.

De asombro inaudito pásmase

aquel implacable pueblo,

pues lo que ve sobrepasa

los límites verduguescos;

y mientras aplauden muchos

y admiran todos lo hecho,

el rey se levanta absorto

sobre su elevado asiento,

y allí, de todos delante,

discierne el terrible empleo

al verdugo entre verdugo

que con arte sin ejemplo

y ejecución exquisita,

supo, la muerte encubriendo,

sin apariencia de estrago,

dejar como vivo al muerto.


HIMNO A LA MATERIA

¡Oh, materia sublime, eterna y varia,

que con el gran prodigio de tu esencia

y el arcano infinito de tus formas

como madre perenne, siempre joven

a quien su propia fuerza fecundara,

llenas la inmensidad del Universo

y eres causa y efecto misterioso

de cuantos seres bullen y rebullen

con aspecto de vida en los espacios,

desde los vastos mundos y los soles

que por la noche brillan como antorchas

suspensas en el éter cristalino,

hasta los invisibles infusorios

que habitan en miríadas y millones

en el fondo irisado de una gota

de rocío...!


¡Oh, prolífica y sagrada

materia que en el vasto mecanismo

de la augusta creación tienes tu imperio

de omnímodo poder, y a todas horas

ordenas y ejecutas por ti misma

las leyes admirables que presiden

la vida universal, diversa siempre

del coro de criaturas que en ti nacen

y a ti vuelven al fin: obras perfectas

en cuanto cabe serlo en lo infinito,

que ora inmensas cual moles desmedidas,

ora medianas, ora imperceptibles,

de ti el cuerpo reciben y el aliento

que sujeta sus órganos y hace

que cumplan por lo menos el destino

de nacer y morir!


¡Salve mil veces

oh, materia infinita y soberana!

De la que surge sin cesar creadora,

ordenándolo todo con maestría,

la fuerza, ese milagro portentoso,

especial de alma-mater de tu seno

que incontrastable, inteligente y pura,

cual si Dios mismo su poder rigiese

produce los fenómenos más grandes,

combina los agentes más fecundos,

da vida a los primarios elementos

y organiza la vida de los seres

que brotan de los mundos, de igual modo

que hace que giren éstos en sus órbitas,

por la atracción tan solo suspendidos

alrededor del sol!


En ti reside,

de ti dimana y hacia ti refluye

la vida universal que no se agota

y es como inmenso genesiaco río

que al recorrer su seno lo fecunda,

porque lleva en sus ondas la simiente

de que brotan en mágicos regueros

las vidas de que surgen nuevas vidas,

que al llenar su misión dejan el germen

de nuevos seres que al vivir difunden:

porque en el laboratorio de lo creado

en tanto que unos mueren otros nacen

y la vida se extiende y se derrama

buscando nuevos moldes y por último

se transforma y renace de la muerte

cual fabuloso Fénix.


¡Oh, materia!

Tú eres lo único eterno; tú no acabas:

tú no aumentas, tú no disminuyes:

eres principio y fin de cuanto existe;

de ti depende todo y a ti torna.

Eres la misma aunque diversa siempre,

pues tu esencia suprema, indestructible,

es tan compleja y a la vez tan una

que recorre una escala interminable,

de formas, de organismos y de vidas,

y en labor incesante por doquiera

renueva sus creaciones y persiste

esparciendo destellos de sí misma

que encarnan nuevas vidas cual si fueses

¡oh, materia! alma y vida del gran todo

llamado Creación.


Tú solamente

no has tenido alborada ni podrías

tener jamás ocaso. Cuanto alienta

lo mismo en lo pequeño que en lo grande

está sujeto al tiempo: vive y muere:

es decir, se transforma y en ti queda:

pues la vida del ser solo es fenómeno

de resplandor fugaz. Los mismos

soles y los mundos de fábrica tan sólida

tienen su fin; tras incontables años

llega el día en que extinto su calórico

giran en los espacios insondables

cadáveres helados e insepultos,

en tanto que quizás en otros cielos

nuevos mundos se forman donde pronto

brotarán nuevos seres.


¡Oh, prodigio!

Mas si la vida individual es breve

y pasa como sueños y luego se hunde

en la noche espantosa del olvido,

no es así la vida universal. En vano

la muerte apaga con su helado aliento

las llamas de la vida una tras otra.

Una vida en verdad es casi nada;

pero el conjunto inmenso de las vidas

que forman el vastísimo Universo

eso es algo magnífico y grandioso

que no puede abarcar el pensamiento,

que no puede extinguir soplo ninguno,

que a todo cataclismo sobrenada

y en inmortal cadena se prolonga

llenando lo infinito.


Lo que el hombre

llama muerte y la teme a cada instante,

es solo una apariencia, un accidente

que prepara ¡oh, materia! tus desechos

a nuevos organismos, sin que pueda

amenguar el poder de tus creaciones

porque previsto se halla y mucho sirve

en el plan colosal de sus sistemas.

La muerte para ti solo es acaso

como un abono que te das a ti misma

tal vez por mantener ágil e incólume

de tu vigor el germen patentísimo;

o quizás como un baño en cuyas aguas

rejuveneces tus gigantes miembros

por cuyas venas corre siempre nueva

savia de eternidad.


La muerte nunca

destruye, ni podrá de modo alguno

la más mínima parte de tu masa;

ella es quizá el agente más activo

que en el taller más inmenso de los seres

esparce los raudales de la vida

que de ti mana en incansables ondas.

Ella no mata; en realidad divide,

y separa elementos que bien pronto,

al combinarse en prodigiosas mezclas,

dan vida inesperada y repentina

a extraños organismos que se forman

como por ley fatal, pero que es siempre

la providencia eterna de las cosas

que también es corono deslumbrante

de sus grandes virtudes.


¡Oh, materia!

Sin duda cuando creas y transformas,

cuando enciendes la antorcha de una vida

o cuando apagas esa antorcha, no haces

ni bien ni mal: o al menos no meditas

tan extraños efectos que anonadan

la obscurísima mente de los hombres;

reside en ti la perfección suprema

de la inconsciencia que por ley divina

bajo el influjo de potentes causas,

lo mismo crea un mundo prodigioso

que da vida a un insecto. Eres hermosa,

eres sublime cuando das la vida

lo mismo que al quitarla en apariencia

sin que te importe a quién.


¿Sabes acaso

que el hombre, ese pigmeo miserable,

te desprecia creyéndose en la tierra

el rey de lo creado, un ser distinto

y superior a ti, que tiene un alma

en donde se concentra lo infinito

y eterno de las cosas, viva chispa

que no puede morir; porque su origen

arranca del aliento luminoso

del divino arquitecto de los mundos

del que sacó del fondo de la nada

el principio de todo, el caos mismo,

que al condensarse y adquirir contornos

te dio el cuerpo y la vida que trasmites

a cada ser que en la extensión vacía

se despierta a vivir?


¿Has hecho caso

jamás de sus abstrusas ambiciones,

engendros del delirio de su mente,

que a comprender no alcanza cosa alguna

de cuanto encierra el panorama espléndido

de la naturaleza que es tan solo

como un movible espejo de sus formas

diseminadas infinitamente

por los incalculables horizontes

apenas escuchados, porque nunca

la ciencia humana explorará el misterio

de tu extensión ni encontrará la clave

que la ayude a explicarse los enigmas

que ve por todas partes, ni siquiera

conocerá la esencia milagrosa

del átomo más leve?


El hombre iluso,

nacido del calor de tus entrañas

e hijo tuyo a toda hora, no comprende,

no quiere comprender, que su existencia

es como todo lo que alienta y vive

en la esfera del orbe, solamente

el resultado de fatales fuerzas

que por virtudes propias al fundirse

producen el fenómeno que informa

la gran vitalidad de un organismo;

no comprende que salvo la excelencia

de ciertas facultades que requieren

medios propios en él para externarse,

su vida se equipara por completo

a la de tantos seres multiformes

que como él también viven.


No comprende,

en su orgullo satánico engreído,

que su vida es levísima burbuja

que el roce más ligero despedaza;

no comprende que él es menos que un grano

de arena que se pierde y se confunde

en las inmensidades de un desierto:

átomo del océano infinito

que se piensa ¡oh blasfemia inexorable!,

imagen del Dios mismo. ¿Acaso ignora

que hay en el éter incontables mundos

superiores mil veces a la Tierra,

mundos que han de poblar sin duda seres

más perfectos que el hombre, ya en figura,

ya en fuerza y en facultad o porque tengan

más nobles atributos?


Pobre hombre,

infeliz individuo condenado

a ser el habitante de un planeta

de los más inferiores que gravitan

en el éter azul de lo insondable,

alrededor de un sol, como si fuesen

enormes colibríes revolando

en torno a inmensa flor. El hombre vive

sobre un planeta opaco y pequeñísimo

donde la vida es corta y sin objeto:

gusano miserable que se sueña

muchas veces gigante, y por desdicha

despierta de su sueño de locura

para caer en seguida en otro sueño,

y así pasa entre sombras y quimeras

hasta que muere al fin.


¿Acaso tiene

misión alguna individual el hombre?

¿No es verdad que a pesar de cuanto digan

sobre la triste tierra el hombre pasa

en perpetua niñez y luego se hunde

en la tremenda noche inescrutable,

sin dejar ni la huella de su paso,

porque implacable con su mano el tiempo

todo lo borra al fin? ¿Cuál es entonces

el destino del hombre? ¿Por qué vive?

¿A qué viene a este valle de miserias

si no es a perpetuar sin proponérselo

su propia imagen que al vivir prosigue

en la misma ignorancia, fatalmente

trasmitiendo la vida sin pensarlo

a nuevos infelices?


¡Ah!, la vida,

la vida individual es para el hombre

una cosa tristísima: hasta es justo

dejar que el pensamiento se solace

soñando nueva vida tras la tumba.

¡Es tan triste vivir breves momentos

para morir después, que a ser posible

fuera mejor exterminar la especie

e impedir que el dolor la perpetúe

vedándole al amor reproducirse!

¡Ay, infeliz del que por suerte cae

en el círculo odioso de la vida,

porque juguete de inclementes hados,

irá sin rumbo padeciendo siempre

hasta hallar su sepulcro...!


Mas, con todo

a pesar de que el mundo de los hombres

no nos brinda la dicha ni podemos

hallar un alto fin que satisfaga

nuestra osada ambición, es indudable

que el mundo, el Universo, cuanto existe

si no nos dan felicidad alguna,

tal vez porque jamás nos conformamos,

son un bello espectáculo, una cosa

tan grande, tan magnífica y sublime

que muchas veces sin quererlo el labio

lleno de admiración se abre entusiasta

para entonar un himno laudatorio

al estupendo autor de tanto hechizo,

de tanta maravilla incomprensible

y de tanto esplendor.


Cuando extasiado

contemplo la hermosura de un paisaje,

en la hora misteriosa del crepúsculo,

o admiro por la noche el firmamento

constelado de ardiente argentería;

cuando absorto y suspenso me divago

recordando en mi espíritu el efecto

de los mágicos cuadros que a mi vista

llenaron de estupor, ya en pleno bosque,

ya en las cúspides altas, o bogando

sobre el dorso del mar; yo me deleito

con transportes de gozo indefinible;

yo me alegro en verdad de la existencia

para ver y sentir, y dentro del alma

encontrar la certeza de algo grande

que eleva el corazón.


Cuando así pienso,

cuando el escepticismo se adormece,

a través de la fe yo miro el mundo

como amable mansión y hallo la vida

en conjunto de todos los hermanos

como un vasto taller de donde surgen

para la sociedad inmensos bienes,

el progreso constante, el noble imperio,

de la fraternidad, la dicha misma

brindando su porción a cada uno;

todos unidos en grandioso anhelo

cumpliendo algún destino se figuran

ver a Dios que les ve tras de las nubes

y les sonríe como padre amante

con entrañable amor.


Pero todo eso

es sólo un espejismo de la mente;

todos los seres que lo creado encierra

sólo somos visiones muy fugaces.

Todo fenece al fin, la vida es sueño

que se pierde entre dos noches abscuras.

La muerte misma es ilusión. Tú sola,

oh, materia grandiosa e ilimitada,

persistes sobre todo eternamente.

¿Eres hija de Dios? ¿Eres Dios mismo?

Yo no sé que eres tú, ni a ti te importa

que yo crea o que dude. Inexorable

y muda a mis preguntas permaneces

como si fueses sorda e insensible,

¿Qué le importa al coloso formidable

lo que piense una oruga?


Tú sin duda

no debes ni pensar. No te hace falta

porque tus pensamientos son acciones.

Eres tan grande, en realidad tan grande,

que delante de ti todo es pequeño.

Y pensar que muy pronto, yo si acaso

soy átomo que piensa porque vive

dejaré de alentar para perderme

y fundirme en tu seno hecho partículas

que la combinarse han de dar vida luego

ora a viles insectos y gusanos,

ora a yerbas y arbustos al mezclarse.

¡Pensar que este fenómeno radiante

de mi vida infeliz ha de extinguirse

cual si no hubiese sido!


¡Qué tristeza!

El hombre es en la tierra cual sonámbulo

que dirige fantástico destino

o torpe acaso sin razón ninguna;

mas, no les escarnezcamos, que no es justo:

su desgracia fatal no es culpa de nadie;

pues nada en realidad es malo o bueno.

Por eso resignado y conmovido,

yo te canto, ¡oh, materia despiadada!

Eres monstruo a la vez que santa madre;

mezcla de sombra y luz; conjunto inmenso

donde todo comienza y todo acaba

como en terrible mar. ¡Salve mil veces

cuna y sepulcro de los mismos astros!

¡Digna obrera de Dios!: ¡mil veces salve!


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Una viñeta de abril, el mes más cruel

                                                                                                                                            ...