domingo, 17 de noviembre de 2019

Tadeusz Borowski: Del gulag al campo de concentración


El hecho que su padre estuviera confinado en un gulag, un dato que leí en una breve biografía de Tadeusz Borowski, se prestó para acabar de comprender el tremebundo pesimismo en su vida y en su obra. Las experiencias del gulag y el campo de concentración cierran el círculo infernal en el que el joven escritor polaco se formó durante su desdichada existencia. De ninguna manera es fortuito el tono sarcástico, mordaz y cáustico de sus cuentos en This Way for the Gas, Ladies and Gentleman, edición en inglés que reúne cuentos las obras (Adiós a María y Un mundo de piedra) que irónicamente lo inmortalizaron luego de haberse suicidado en 1951, a la temprana edad de 39 años. Polonia perdía uno de sus grandes escritores y la humanidad a un gran hombre. Como lo describe Jan Cott en el prólogo: “El suicidio de Borowski fue un impacto que sólo puede compararse al suicido de Vladimir Maiakovski. Borowski era la más grande esperanza de la literatura polaca en una generación de contemporáneos que fue diezmada por la guerra”.-

 Es difícil llegar a aceptar la premisa que dicta que el ser humano es perverso por naturaleza, conocemos tantas obras de suma humanidad que nos dicen lo contrario. Mas la Historia nos revela con todo un convincente argumento que los seres humanos podemos pasar de ser ángeles a demonios en una misma vida, llevado por ciegas convicciones políticas o religiosas o simplemente por la muy conocida avaricia. El bien de unos se vuelve el mal de otros en un cambio de poder a veces ni tan radical. Creo que no es necesario dar ejemplos, pero para el propósito de estos pensamientos sobre la vida de un hombre que pudo darnos tanto bien; creo que la vida de Borowski es un perfecto ejemplo de alguien que fue víctima de la consumación del mal, llevado a su máxima expresión tanto en el gulag como en el campo de concentración. 

Si Freud llamó el “malestar de la cultura”, una denominación bastante cautelosa, casi un eufemismo, a la cruel lucha entre los instintos constructivos y destructivos en el desarrollo psicológico del individuo, cómo habrá de llamárseles a los mismos cuando se manifiestan en la especie en general. La traducción al inglés del título de ese obligatorio ensayo de Freud es “civilization and its discontent”, y creo que revela mejor lo profundo y sagaz que fue su análisis con respecto a la naturaleza o la condición humana. 

Los últimos dos siglos nos han dado flagrantes ejemplos de perversidad humana, sin precedentes por lo sistemáticos que han sido, y un solo término lo comprende: el genocidio. La sistemática aniquilación de los indígenas en el continente americano, la sistemática esclavización, denigración y tortura prolongada de los africanos, el holodomor en la antigua Unión Soviética (especialmente la “hambruna ucraniana”, los aislamientos en gulags) y la más infame de toda perversidad, el holocausto. Conociendo este historial, términos atenuados por la sofisticación intelectual, como “malestar de la cultura” o “el descontento de la civilización”, son inclusive ofensivos a la dignidad de las víctimas. Lo que es más claro al hacer un análisis incluso somero de la condición humana es que, de hecho, padecemos de la perversidad de la civilización.

Dicho lo anterior, puedo también agregar que, inmersos en el vórtice de la historia, muchos camaradas entregados a los programas radicales de socialización no advirtieron que podían terminar siendo verdugos y hasta víctimas de un sistema que había sido viciado. Tadeusz Borowski fue un gran elemento del ideario comunista (sistema totalmente deshumanizado por el psicópata Stalin) y luego terminó siendo víctima del mismo. Mi lectura de la vida de la familia de Borowski en general está de pronto afectada por el sentimiento del que ve las cosas desde la comodidad del solipsismo en que vivo, y llego a la conclusión que tanto su padre, su madre, como él mismo, fueron “víctimas inocentes” que, fatídicamente, pasaron del gulag al campo de concentración. Pero, a manera de autocrítica, esto es algo que no debe de asombrarnos si conocemos la historia europea de comienzos a la mitad del siglo XX y bien sabemos cómo muchas generaciones sufrieron los forcejeos de las dos corrientes políticas que más sangre han derramado en la historia moderna. Mi propia contestación es que, siendo un comunista de cepa, Borowski sabría muy bien que no era un simple objeto de la historia, sino que él mismo la estaba forjando. Se dice que el joven Tadeusz siempre sufrió de cargos de conciencia por no haber previsto y haber reaccionado a tiempo ante todo lo que sucedía. Sus últimos meses fueron de gradual rendición. La vida de este hombre es más que digna de una novela, una novela que estudie, que analice la transformación del hombre ante las perversidades de la civilización. 

Impresionado por el estilo mordaz y cáustico, a menudo con humor negro, en la narrativa de Tadeusz Borowski, comencé a investigar más sobre su vida y me hallé un artículo en el blog del escritor español David Pérez Vega en el que hacía la observación de que su estilo narrativo era más literario que el de Primo Levi en Si ese es un hombre. Coincido con la observación y añado que Tadeusz Borowski es poeta y su visión de la realidad de pronto estuvo más influida por el lenguaje figurado y por instancias de lirismo, que eran, literalmente, como flores silvestres brotadas de las fosas comunes. Como la edición en inglés abarca todo un recorrido de la vida de Borowski, en este podemos ver cómo su tono va cambiando de sarcástico (“Por aquí se va al gas, damas y caballeros”), a condescendiente (“Nuestro hogar es Auschwitz”), hasta llegar al final pesimista ya cuando vive en Alemania liberada (“Un mundo de piedra”), del cual extraigo este fragmento que expresa su resignación: 

“Algunas veces me parece, incluso, que mis capacidades sensitivas se han coagulado, y cristalizado en mi interior hasta convertirse en resina. En el pasado observaba el mundo con los ojos bien abiertos y llenos de asombro, poniendo los cinco sentidos cuando transitaba por las calles, como un gato joven caminando sobre el antepecho de una ventana. Ahora, sin embargo, puedo dejarme llevar con total indiferencia por la multitud en movimiento y restregarme con cuerpos calientes femeninos sin sentir la más mínima emoción, inmune a la seducción de las muchachas, a la desnudez de sus rodillas y a sus cabellos aceitosos e intrincadamente rizados. A través de mis ojos medio abiertos imagino con satisfacción que una ráfaga del vendaval cósmico se lleva a la multitud por los aires, la eleva hasta la copa de los árboles, y succiona después los cuerpos humanos en el interior de un enorme remolino (…)”

Jan Cott a primera instancia resume el punto de vista de Borowski en estos cuentos que describen la deshumanización sin los dejes de la afectación o el sentimentalismo, y observa que en estos relatos la diferencia entre el verdugo y la víctima se desprende de toda grandiosidad. Los cuentos de Borowski no son simples testimonios y nos dejan prever que si hubiera vivido más años, habría sido uno de los grandes novelistas del siglo XX.

                                                                        (León Leiva Gallardo)


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