lunes, 20 de mayo de 2013

Jinete sin nombre (cuento)

a Febronio Zatarain

               ¡SE BUSCA!

Se busca a jinete "sin nombre" por todo el norte de México. 

Se dice que es un hombre desalmado, harto, un prófugo peligroso, pero, más que todo, desdichado. Además de haber cometido conocidas y desconocidas faltas a la moral, en los últimos meses comenzó a sufrir de tristitia, padecimiento que solamente aflige a los descalzos penitentes o a mendigantes de claustros de antaño. El último achaque lo llevó a la desesperación y se dice que se metió en un rancho en Sinaloa de donde se robó un hermoso caballo negro azabache. Otras personas cuentan que no se lo robó sino más bien lo recobró porque ese era su caballo. En todo caso, los vecinos de las aldeas aledañas juran haberlo visto correr el potro por los montes; algunos piensan que se dirigía y otros juran que se alejaba de Concordia, el pueblo de donde según dicen es oriundo. 

Tiempo después un viejo constató haberle permitido aguar el caballo en propiedad suya que era, cerca del valle de Ayutla, donde el mismo testigo ocular tuvo la oportunidad de conversar con el prófugo. Según don Eulalio Granados, el susodicho jinete parecía estar desquiciado y confundido, pero que a pesar de las limitaciones del habla llegó el momento en que le preguntó lo siguiente:
        —¿Por dónde tengo que aventarme para llegar a Talpa?
         El viejo, don Eulalio, que conocía todas esas partes le había dicho que ese pueblo ya no existía.
—¿Para qué quiere ir a ese pueblo? —le preguntó el viejo Eulalio.
—Tal vez en Talpa me alivio… —contestó el jinete, y luego calló un momento para después solo repetir varias veces—: 
        Tal vez me alivio en Talpa…

       Al acercarse a la alberca donde el caballo se aguaba, al viejo Eulalio le temblaron las rodillas porque el potro chorreaba sangre por el hocico. Seguramente este desgraciado le ha dado una madriza,  pensó don Eulalio, para que el pobre jaco siguiera correteando. Pero no se atrevió a indagar más, solamente le preguntó lo que le pasaba al caballo. 

      El viejo contó que el fugitivo se había puesto a llorar y que seguramente el caballo en verdad era de él porque respondía al nombre de Zata, y que el dicho hombre le repetía y repetía no saber por qué el Zata sangraba por el hocico, que pobrecito el Zata…
       —Ya no lo corra —le dijo don Eulalio, se va a desangrar el pobre.
     Y eso fue lo único que hablaron. El hombre se fue en cuanto el Zata dejó de tragar. Primero no lo montó, le iba hablando y sobando por el camino, pero bajo el sol del valle no se aguanta andar mucho a pie. Desde lejos don Eulalio lo vio montar al Zata de nuevo. El fugitivo dio un pujido de pecho y el Zata que sale volado como un corcel del diantre.

     
     La última vez que se supo del jinete sin nombre y el Zata fue porque un fotógrafo vio la figura completa, se cree que era más bien una silueta —jinete, caballo y pájaros— frente a un lago. El fugitivo estaba sentado, quizá descansando después de larga travesía, afilando algo que en la oscuridad bien podría ser una daga o un lapicero, quién sabe, ambos palillos son peligrosos en todo caso. Luego se confirmó que su caballo negro azabache sufría el mismo maleficio de siempre, le chorreaba sangre por el hocico, asimismo como le chorreaban las lágrimas al pobre desdichado que ya había dejado de andar en fuga por los montes de Sinaloa y los valles de  Jalisco, para que el Zata al fin descansara. 

Dicen que ese caballo era una sombra veloz en la noche. Demasiado animal para tan poco trashumante.

                                                                                 (León Leiva Gallardo)

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