Mira que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros
al conocer lo bueno y lo malo...
GÉNESIS 3:22
Qué difícil es recordar. Los recuerdos más profundos están en el mismo lugar donde se guardan las penas. Por eso cada recuerdo trae consigo su respectivo sentimiento. Por eso es raro recordar sin sentir, aunque a veces se sienta sin recordar.
Un rostro conocido entonces suscita sentimientos. Cuando lo vimos entrar a La Posada, esa noche de abril, sentimos que sus pasos traían caminos recorridos. Cuando vimos su piel pálida y sus siempre amarillentas retinas, sentimos la misma pena que nos había colmado el día en que lo corrieron de la casa, por mal agradecido, por vago, por suicida. Después de las hincadas del veneno, después de los sermones, después que le dijeran tísico sinvergüenza, Arsenio se tiró al mar y metió su cara contra las piedras del viejo del malecón. Cuando salió sonriendo, empapado de agua y de sangre, no supimos qué hacer ni qué decir. Se había cortado la frente, las cejas, la nariz, los labios, los pómulos, y Arsenio sonreía, como si le pareciera gracia. Pero nosotros sabíamos que no había sido una gracia, como no había sido gracia tampoco el tirarse del carro aquel Jueves Santo.
Por eso, en la noche de abril, cuando lo vimos entrar a La Posada, cuando se sentó enfrente y nos dijo que si nos acordábamos de él, y cuando le contestamos que no, por lo incómodo que era recordarlo, entonces, cuando ya comprendíamos mejor que todos sus accidentes habían sido en verdad intentos de suicidio y comprendíamos mejor que nunca había sido un mal agradecido, ni un vago, ni un sinvergüenza, sino que solamente un huérfano suicida, cuando por todo eso, en esa noche de abril, lo despreciamos de nuevo con las simples respuestas condescendientes que se le dan a alguien que sólo quiere probarnos, Arsenio se dio cuenta que las cosas no habían cambiado, y de la misma manera lenta que entró y se sentó, de la misma manera se levantó y se marchó, dejándonos un sabor tibio y amargo entre los dientes y la lengua. Pues fue más fácil despreciarlo de nuevo que haberle pedido perdón por algo que no entendíamos del todo. Aunque esa noche nos dimos cuenta que la culpa es parte de la misma ascendencia, como lo es la sepa, el orgullo y todo lo que se siente y se posee.
Cuando lo vimos dar la vuelta a la esquina, esa noche de abril, no nos pudimos ver a los ojos, porque en ellos encontraríamos lo que no queríamos saber. Mi hermano Jabal y yo nos levantamos lentamente también, como siguiendo un camino, y salimos de La Posada en dirección opuesta, lejos de los caminos recorridos por Arsenio, de los intentos fallidos del bastardo, como le decíamos.
A lo lejos, en la calle desolada, se escuchaban los pasos en las paredes de las casas. En el fondo de la conciencia, como la cabeza de un muerto, pesaba la pena contra el pecho. Mi hermano y yo, un solo de pasos idénticos, huíamos en silencio. La maldad se iba anidando muy adentro. Éramos jóvenes entonces y la maldad apenas comenzaba, como comienza todo, con algo de inocencia, mas sin dejar de ser bajeza.
Es abril y siento, cruel, que un solo sentimiento cunde mi alma. Abril repite el mismo viento de cuaresma. Desde esta soledad, sin la sombra que se acompañaba de mí, lo recuerdo todo, poco a poco todo: así llega la sentencia.
Era el mismo lugar de siempre, todo alrededor una insinuación, la música lejana, las figuras inciertas, el acecho de temor en la garganta. Entonces estaba picando el hielo, mis manos, el aserrín y la mujer que lo había pedido dando una vuelta: mi mano izquierda se me durmió de frío, de dolor la derecha. Era abril y cruel soplaba el viento de cuaresma. Gracias dijo la mujer, dando más vueltas y, ya ni se te puede hablar, y entre dientes, fariseo de mierda.
Sentado en la mesa, las hincadas del hielo todavía en la conciencia. De nuevo pensé en el dolor que todavía recordaba. Cómo aquella tarde de abril también, pero en mi infancia, lo vi abrir las persianas, abrir la valija, la boca en un bostezo, y mi envidia. Porque había traído a mi padre una mejor ofrenda, unas manos repletas de humildad: maldito seas guanaco, mirá cómo te ven los ojos del becerro con que hicieron esa valija de cuero, y salir corriendo vestido de marino, de birrete blanco.
Jubal y Jabal, vengan para acá, mi padre a través de sus bifocales, pórtense bien con Arsenio, que ahora él es como de la familia.
Desde entonces yo me porté bien, porque desde entonces intuía bien. Fue mi sombra, mi piel, el mayor, Jabal, el que se portó mal. O recuerdo mal. Si no recuerdo mal, Arsenio payulo no decía malas palabras, Arsenio el pecoso no desobedecía; pero a veces me quedaba viendo con ira que ni él mismo comprendía. Solamente no nos queríamos, solamente éramos enemigos, sin decirle a mi padre. Así fue como se empezaron a perder las cosas que Jabal le metía en la valija, la ropa usada que le habían regalado y que Jabal, aquí te manda Arsenio, al ciego de la esquina. Así fue como empezó a toser y a escupir sangre sin que nadie más que nosotros lo descubriéramos. Así fue como Arsenio se volvió sinvergüenza y mal agradecido. Y entonces llegó el día del paseo y sentados en la cabina trasera del carro, la puerta se abrió sin Arsenio que la detuviera, guanaco travieso, charlatán, mal portado. Pero Arsenio no entendía y seguía portándose mal, hasta el día que se tragó una bolsa de Malatión y qué dolor en la panza don Lamec, qué dolor en la panza Jubal, hasta que Jabal se reía porque yo le decía que Arsenio era invencible, miralo como se ríe después que le pasan las cosas, miralo cómo se ríe, como los tontos cuando les pegan, como si no le doliera el dolor. Jabal se moría de la risa, mi sombra, mi piel, mi pobre Jabal.
Por eso me duelen las manos de frío de hielo y aserrín, mientras la concubina me mira de reojo desde el mostrador y yo recuerdo a solas las cosas que han pasado como si pasaran hoy día de abril cuando el viento sopla más feo y pendenciero. Miro mis manos vacías, sin frío de hielo y aserrín la izquierda, sin el recuerdo del dolor del punzón en la derecha. Sólo mis manos vacías, sin nada que dar a nadie, mas inseguras y voluntariosas, como si tuvieran vida propia.
Es abril de nuevo y cruel recuerdo todo. He quedado solo, sin mi sombra y mi piel, he quedado vagando y a la vez en el mismo sitio porque también sufro del don de la ubicuidad. Desde este encierro recuerdo y cruel abril se pega a los cuerpos como un manto, como un sudario que cubrirá los rostros para siempre.
No es fácil recordarlo, para eso tengo que escarbar muy hondo. Ahora desde mi encierro, cuando no hay nada más que hacer y después de haber recorrido tantos caminos, lo recuerdo. Sus pasos a lo lejos, su manera de acompañarse a solas, su fiel complicidad en todo lo que yo hacía, su soledad aliviada por la mía. La mía, que se vio agobiada cuando apareció, por primera vez, el otro, el bastardo, un día de abril, cuando apenas entendíamos lo que insinuaba; pero aun así sentíamos el desprecio, por su cara pálida y sus pestañas amarillas. El día de abril cuando le dije tísico por primera vez y cuando me lo creyeron porque convencí a Jabal a que mintiera y dijera que tosía a solas y escupía sangre a escondidas. Lo recuerdo asustado a mi hermano Jabal, el que robaba cigarros y los ponía en la valija de Arsenio, el que mentía, diciendo que Arsenio regalaba la comida y la ropa a los pordioseros porque no quería sobras, el que me obedecía a todo y en todo. Lo recuerdo. Lo recuerdo el día del paseo cuando Arsenio se tiró del carro y yo lo convencí que dijera que él mismo lo había empujado por accidente. A mi hermano Jabal, el que obediente calló la verdad por mucho tiempo, lo recuerdo. Lo recuerdo afligido el día que Arsenio se tiró al mar contra las piedras del viejo malecón, porque yo le había jurado que en el malecón había un boquete por la parte más seca, pero que para entrar tenía que hacerlo de picada como lo había hecho Jabal, mas con la diferencia que mi hermano sabía en qué momento cambiar de dirección para no chocar con las piedras. Lo recuerdo a mi hermano, afligido, porque también tuvo que decir que Arsenio se había tirado por gusto, como también por gusto, había tenido que decir, se tomó el Malatión.
Lo recuerdo tan obediente, al que caminaba siempre a mi lado como la sombra, lo recuerdo paso a paso, día a día y año en año. Hasta el día en que me traicionó. La primera y última vez que me traicionó, esa noche de abril, también cruel, cuando al dar la vuelta a la esquina comenzamos a escuchar unos pasos que no eran los míos ni los suyos, sino los de Arsenio que nos había emboscado detrás de la iglesia, navaja en mano. Lo recuerdo a mi hermano, cobarde, que al ver la navaja confesó lo que no tenía que confesar. Mi hermano Jabal, que llorando procuró su vida, mientras que yo tuve que hincarme y pretender pedir perdón al bastardo que, confiado como siempre, descuidó su costado y mientras vacilaba en meterme la navaja o no, yo le ensarté el punzón del hielo por las costillas. Y, mientras tanto, mi hermano Jabal corría. Lo recuerdo tan bien, a mi pobre hermano que creyó que con correr se salvaba. Porque lo vieron correr después del grito de Arsenio, yo me limpiaba las manos con la verdad y le explicaba al policía que yo lo había matado y no mi hermano; y le insistía al otro policía que yo y no mi hermano que, asustado, había salido corriendo, que sólo yo, y no él, había matado a Arsenio. Lo recuerdo, lo recuerdo tan bien, esa noche de abril, cuando me esposaron hasta que no apareciera Jabal y cuando —aunque les insistía que había sido yo y no él— ellos más se convencían de que yo mentía, que yo mentía para salvar a mi hermano, y me cuestionaban y ponían en duda mi palabra, hasta que yo les contesté que si acaso yo era el guarda de mi hermano, esa noche de abril, cruel, lo recuerdo tan bien, a mi hermano, que cayó por cobarde esa misma madrugada cuando le aplicaron la ley de fuga.
Desde este encierro lo recuerdo todo, aunque no es fácil recordarlo porque todavía queda algo de pesadilla. Desde este encierro todos mis caminos recorridos, todos los caminos que tarde o temprano encuentran su medida. Desde aquí calculo mi fuga y voy a esperar más a que la noche se alargue. Tanto he pasado que esta noche no va a ser la última, porque, aunque lo diga a solas sin la sombra de mi hermano, sigo siendo el mismo, el mismo de siempre, nada más que siento que con el pasar de los años, aquí, en el lugar de los recuerdos, en vez de haber penas puras y más penas, ahora sólo quedan tiempo y heridas. Porque tengo el alma encallada de heridas. Porque mi encierro es la verdad dicha a tiempo, porque mi encierro es el silencio, porque mi encierro es libertad.
(León Leiva Gallardo)